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Putin se resiste a aceptar a Estados Unidos como única superpotencia mundial

El reciente acuerdo con Irán se suma a la aproximación de Rusia a China, Japón y Europa

Aún estaba Jatamí en Rusia cuando el número dos de Vladímir Putin, el secretario del Consejo de Seguridad, Serguéi Ivanov, partió rumbo a Washington, donde se reunió con su homóloga norteamericana, Condoleeza Rice, y con el secretario de Estado, Colin Powell. La visita se ha interpretado de dos formas: como un intento de aplacar la furia de George Bush y su equipo ante la nueva primavera que se anuncia en las relaciones Moscú-Teherán (por mucho que se prometa que sólo se venderán armas defensivas) y como un mensaje claro de que Rusia no está dispuesta a tirar la toalla y renunciar a ser una gran potencia, y mucho menos a perder influencia en una zona geográfica en la que conserva intereses vitales.

Supuestamente, Ivanov debía tender también lazos con el equipo de Bush y amarrar un encuentro urgente de los dos jefes de Estado, pero no parece haber tenido éxito en este último propósito: la cita sigue fijada para el próximo julio en Génova, con ocasión de la cumbre del Grupo de los Ocho.

El viaje de Serguéi Ivanov, antiguo compañero de Putin en el KGB, ha dejado también bastante claro que el otro Ivanov, Ígor, ministro de Exteriores, ha pasado a un segundo plano, que algunos analistas definen como de ejecutor en la práctica de una política exterior que se diseña directamente en el Kremlin, y con Serguéi Ivanov como principal consejero de Putin al respecto. Por el mismo precio, Rice y Powell han tenido ocasión de acercarse al pensamiento global del Kremlin sobre la línea que deben seguir las relaciones con Estados Unidos.

Una de las consecuencias de la visita de Serguéi Ivanov ha sido la confirmación de que la comisión bilateral formada por el vicepresidente norteamericano y el primer ministro ruso (conocida en tiempos de Borís Yeltsin como Gore-Chernomirdin) ha pasado a la historia. El simbolismo de la desaparición de este mecanismo es evidente, por mucho que se prometa que será sustituido por otro.

Son estos tiempos movedizos y de ajuste en los que las tendencias se trazan con línea de puntos y pueden no ser definitivas, pero ya se apuntan algunos rasgos preocupantes. Desde las diferencias respecto al escudo espacial norteamericano (que Rusia asegura que rompería todo el proceso de desarme) a la alarma de Moscú por la ampliación de la OTAN a países de su antigua esfera de influencia, la pugna geoestratégica y petrolera en el mar Caspio y la lucha de influencias en Asia Central y el Cáucaso.

Los problemas con Irán por medio no son sino el reflejo de ese conflictivo panorama global que se traduce en una sensación de acoso en Rusia que le hace buscar vías de escape y de reafirmación de su vocación de gran potencia. Ya sea por la vía de rescatar aliados y socios económicos tradicionales, como por la de abrir su abanico de socios estratégicos a China (con la que comparte frontera) y la de buscar en Japón y en Europa sensibilidades en línea con la opinión de que hay que enfrentarse a la hegemonía norteamericana.

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Lista negra

El acercamiento a Irán levanta chispas con especial virulencia porque la república de los ayatolás está en la lista negra de los países sospechosos de promover el terrorismo contra los que Bush quiere desplegar su versión de la guerra de las galaxias. Pero hay mucho dinero por ganar en el empeño (como lo hay en los suscritos con India), por la vía de contratos fabulosos de armamentos que podrían superar el billón de pesetas en un plazo de cinco o seis años. No han faltado las voces en Rusia que señalan que Putin puede estar cayendo en la misma trampa en la que un día cayó Estados Unidos, que al armar al sha terminó dejando una impresionante máquina de guerra a sus derrocadores islámicos.

La Rusia musulmana y los países de Asia central, en los que todavía conserva gran influencia, son especialmente susceptibles a convulsiones si llega financiación exterior. No es previsible que eso ocurra con Jatamí, pero el presidente iraní parece a veces un velero de moderación evitando milagrosamente el naufragio en un embravecido mar de radicalismo.

En cualquier caso, el acercamiento a Irán puede verse también como una clara indicación de que Rusia está dispuesta a desarrollar una política exterior autónoma, aun a costa de irritar a EE UU. Por si quedaba alguna duda después de las visitas de Putin a Cuba y Corea del Norte. Mirando hacia dentro, ésa es una política que no tiene por qué perjudicarle: diez años de transición del comunismo a la democracia no han logrado todavía que gran parte de la población siga viendo en Estados Unidos al viejo enemigo al que se le enseñó a odiar.

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