El Madrid decide no hacer nada
Un voluntarioso pero incapaz Anderlecht castiga a última hora con la derrota la apatía madridista
Cuando el resultado no importa, el fútbol es menos fútbol. Y se soporta peor, porque se vuelve aburrido. Sobre todo, si cada contendiente es de un planeta distinto, o eso se desprende de su capacidad de juego. Y además resulta que el que más sabe, el de mayor calidad, apenas quiere; y el que más quiere, el que se toma el asunto con el entusiasmo propio de David cuando se enfrenta a Goliat, no puede, porque no sabe. Y como todo eso sucedió ayer en Bruselas, como del marcador no dependía nada, como al Madrid no le dio la santísima gana de colaborar en el rescate, como el Anderlecht volvió a presentarse como un conjunto débil y menor, el cierre de la segunda fase de la Copa de Europa se convirtió en un tostón de campeonato.
ANDERLECHT 2|REAL 0
Anderlecht: Milojevic; Van Diemen, Doll, De Boeck, Ilic; Baseggio, Hasi (Vanderhaeghe, m. 75), Stoica (Dindane, m. 83), Goor; Youla (Koller, m. 70) y Radzinski. Real Madrid: Casillas; Salgado, Geremi, Helguera, Roberto Carlos (Solari, m. 69); Celades, Sanchis (Rubén, m. 87); Rivera, Munitis, Savio; y Morientes (Tote, m. 62). Goles: 1-0. M. 85. Dindane, tras centro de Goor. 2-0. M. 90. Dindane dispara y Goor fusila tras el rechace de Casillas. Árbitro: Sars (Francia). Amonestó a Doll, De Boeck y Solari. Unos 22.000 espectadores en el estadio Constan Vanden Stock de Bruselas.
El Madrid tiene la coartada de que llegó al encuentro con todos los deberes hechos -la clasificación en el bolsillo, además como primero de grupo- y de que las apreturas del calendario y las alturas del campeonato le recomendaban ciertamente un partido de descanso. Y todas esas cuestiones, reforzadas con una alineación repleta de extraños -y el Madrid no es el mismo si no está Raúl, ni Figo, ni Hierro, ni Helguera en el mediocampo...- pesaron más que el prestigio y el botín (a 52 millones se pagaba la victoria), los argumentos que en los días previos se habían aireado como elementos suficientes para la motivación. Pues no. El Madrid no necesitaba meterse en el partido, y no se metió.
Ni siquiera lo hizo Savio, probablemente el futbolista más obligado a tomárselo en serio. Así lo eligió el propio brasileño al apropiarse de los focos en la víspera protestando por sus repetidas suplencias. Lejos de castigarle, Del Bosque le entregó un partido de titular y Savio, como el resto, le contestó con un desinterés exagerado, dejando una actuación empequeñecida y vacía de revoluciones. Savio, bien es cierto que también lo avisó, interpretó que el partido no estaba para reivindicarse. Y pasó de largo por él, como todo el Madrid.
Bueno, como todos no, porque Casillas sí se esmeró. Probablemente porque para un portero los goles en contra escuecen siempre, también en los entrenamientos disfrazados de partido oficial como el de ayer, Casillas no sólo cumplió con su obligación, sino que lo hizo con nota. De hecho, el Madrid se fue al descanso con el 0-0 en la solapa porque así lo permitió Casillas con dos paradas extraordinarias. Y también, claro, porque los delanteros del Anderlecht son realmente malos, al menos impropios de la competición de clubes más distinguida. La pasividad del Madrid le abrió sus puertas de par en par, pero los delanteros del Anderlecht se empeñaron una y otra vez en elevar hasta el segundo anfiteatro remates que reclamaban gol.
El Madrid, en cambio, salió de la primera mitad sin más argumentos que un duro pero centrado lanzamiento de falta de Roberto Carlos y un blando tirito de Savio. O sea, de vacío. La segunda parte no mejoró el panorama. La rivalidad, y muy festiva, sólo se vivió en la grada, donde el público local compitió en cánticos con el grupo de emigrantes españoles. Ni unos ni otros estaban dispuestos a que lo que se hiciera en el terreno de juego les arruinara sus ganas de cachondeo. Pero la realidad invitó al bostezo, que es lo que pidió a gritos la reunión.
El Madrid no le encontró motivos al encuentro para multiplicar su interés, y al Anderlecht ninguna varita mágica le mejoró su sabiduría. Así que siguió atacando el cuadro belga e insistió en lanzar a las nubes sus disparos. Y siguió el Madrid como si tal cosa, observando la escena con indiferencia, con la tranquilidad propia de quien se sabe fuera de todo peligro. Hasta que al final, Dindane y Goor acertaron a castigar la desidia del Madrid con un gol. Y le obligaron a abandonar Bruselas con derrota. El único resultado que se merece un equipo después de pisar un campo con la decidida intención de no hacer absolutamente nada.
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