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AJEDREZ

La madurez de Judit Polgar

Sólo la húngara se marchó de Linares sin perder ante Kaspárov

Sus rivales ya no temen perder ante ella porque es una mujer, como ocurría hasta hace poco, sino porque es muy fuerte. Judit Polgar, aquella niña revolucionaria que, a los 12 años, logró 12,5 puntos en 13 partidas en el grupo femenino de la Olimpiada de ajedrez de Tesalónica (Grecia, 1988), acaba de marcharse de Linares con un mérito significativo: empató las dos partidas contra el número uno, Gari Kaspárov; los otros cuatro participantes perdieron al menos una de ellas. Ahora, a los 24 años, se siente madura y no renuncia a nada: “Como decimos en Hungría, cuando empiezas a comer, te entra hambre”.

La exhibición de poderío de Kaspárov y el quíntuple empate a puntos en el segundo puesto han restado brillo a la actuación de la húngara. Pero Polgar, que fue la segunda en solitario durante varias rondas, estuvo muy cerca de mejorar su hazaña del torneo de Madrid de 1994, cuando logró el mejor resultado de una mujer en la historia: triunfó invicta, con 7 puntos de nueve posibles; entre sus adversarios de entonces figuraba el español Alexéi Shírov, actual subcampeón del mundo oficial, y el estadounidense Gata Kamski, subcampeón del mundo en 1995. En Linares, una vez aplicado el sistema de desempate, Polgar ha terminado en el cuarto puesto, tras Shírov y el ruso Alexánder Grischuk, superando al excampeón del mundo Anatoli Kárpov y al húngaro Peter Leko.

El cansancio hizo que sólo consiguiese medio punto en las tres últimas jornadas. Su estado de ánimo era agridulce, pero con tendencia a la satisfacción: “Merecía acabar más arriba, pero mi gran objetivo antes del torneo era dejar de perder ante Kaspárov, quien me había ganado las cinco partidas en la modalidad clásica [sin contar las rápidas] que habíamos disputado antes”, explicó el día de la clausura.

Polgar no ocultaba que la actitud de Kaspárov frente a ella le produjo un placer especial: “Logré que me tuviera miedo. En la primera partida me ofreció tablas en una posición muy confusa, tras una lucha muy dura. En la segunda, aún más complicada, hubo fuegos artificiales. Quedé algo peor en el medio juego pero me lancé al ataque durante los apuros de tiempo, y volví a sentir que él tenía miedo. Tuvo que conformarse con forzar el empate por jaque continuo. Ahora espero que dentro de dos semanas, en Cannes [Copa del Mundo de partidas rápidas], vuelva a temerme”.

Su infancia sería un buen tema de debate en un congreso de Pedagogía. Sus hermanas, Susan y Sofía, se encerraban con su padre, Lazslo, en una habitación de la casa familiar en Budapest, lo que provocaba celos en Judit, la menor. Su madre, Clara, pedagoga como el padre, aplicaba entonces el estímulo: “Si quieres entrar ahí, tienes que aprender antes a jugar al ajedrez”. En su experimento educativo, Lazslo y Clara querían demostrar dos cosas: que los genios se hacen, no nacen; y que las mujeres pueden jugar al ajedrez tan bien como los hombres. Para ello, educaron a sus tres hijas en casa, enviándolas al colegio sólo para examinarse. El ajedrez era una asignatura más.

El matrimonio, que abría las puertas de su casa por las tardes a varios jugadores de Budapest para que practicasen con sus hijas, resistió fuertes presiones sociales, y también del Gobierno húngaro. Pero no hay evidencias de que el experimento fuera negativo, y sí indicios de lo contrario: las tres hermanas son hoy extravertidas, cultas y políglotas. Susan, ex campeona del mundo femenina, vive en Nueva York con su marido y sus dos hijos, retirada de la competición. Sofía es la única de las tres que nunca fue jugadora profesional, lo que no impidió que superase a colegas masculinos de primera fila en varios torneos, como cuando triunfó en el de Roma de 1989, con 8,5 puntos de 9 posibles. Ahora, casada, vive en Israel, donde trabajó hasta hace poco como periodista para el Club Kaspárov en Internet.

El salto a la fama de los Polgar fue clamoroso. Los periodistas que cubrían la Olimpiada de Tesalónica en 1988 dieron un brinco al ver que tres hermanas de 12, 14 y 19 años formaban la alineación titular de Hungría. Y la sorpresa se convirtió en asombro cuando las magiares se llevaron la medalla de oro, rompiendo la hegemonía de la URSS. Por si todo eso no fuera suficiente para un buen reportaje, las tres hicieron pública la peculiaridad de su educación, así como el principio básico de su carrera deportiva: “Sólo se aprende jugando contra hombres”.

Las tres ocupan ya un lugar destacado en las enciclopedias del ajedrez, pero todo indica que la menor aún está lejos de su techo. Su llegada a la edad adulta coincidió con el décimo puesto en el escalafón mundial absoluto, algo que ninguna otra mujer ha logrado jamás. Después sufrió una crisis de juego, hasta que conoció a Gustav, un veterinario húngaro que hoy es su marido: “No puedo asegurar que haya una relación directa entre mi estabilidad emocional y mis resultados. Pero es cierto que mi vida privada va bien, que soy feliz y que eso coincide con muy buenas actuaciones. Me siento equilibrada, y con mucha seguridad”, reconoce Judit, ganadora el año pasado de tres torneos importantes: Bali (Indonesia), Malmoe (Suecia) y Buenos Aires, además de lograr uno de los mejores resultados individuales en la Olimpiada de Estambul, donde formó parte del equipo húngaro “masculino”. Por cierto, Polgar no ve con buenos ojos la reciente admisión de la Federación Internacional (FIDE) en el Comité Olímpico Internacional (COI): “En los demás deportes, hombres y mujeres disputan competiciones separadas. Y temo que el COI pueda obligar a la FIDE a hacer lo mismo. Me pregunto si no será esa la razón por la que no me invitaron al último Mundial absoluto [en Nueva Delhi]. Ya sé que no han emprendido todo ese proceso pensando en mí. Pero, en la práctica, parece hecho contra mí”.

¿Hasta dónde quiere llegar? “Los límites están en tu cabeza. Pienso en estabilizar y mejorar mi juego. No me planteo el objetivo de ganar el Campeonato del Mundo absoluto, aunque tampoco renuncio a él. Para eso, hay que lograr una preparación idónea en los aspectos físico, técnico y psicológico. Es cierto que tengo más hambre de éxitos, ahora que ya he empezado a comer”.

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