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Reportaje:

La metamorfosis de Berlusconi

El magnate de la televisión se lanza a la campaña electoral convencido de ser el salvador de Italia

El 25 de febrero pasado, en un encuentro con los periodistas italianos que le siguieron a Bilbao, donde compartió podio con el presidente español, José María Aznar, Silvio Berlusconi se declaró por primera vez dispuesto a vender sus propiedades antes que renunciar a la política. Hasta esa fecha, el multimillonario milanés había combatido con furia a los que le advertían de que incurriría en un colosal conflicto de intereses, caso de acceder a la presidencia del Gobierno. El cambio sustancial entre ambas actitudes, más allá de las explicaciones que puedan ofrecerse, ilustra de forma elocuente la metamorfosis de Berlusconi, un empresario ambicioso que aterriza en 1993 en la escena política y se enamora de su personaje, convencido de que su misión en este mundo es dejar una impronta indeleble en la historia de su país, porque su objetivo es salvar a Italia.

'Las elecciones del 13 de mayo próximo serán cruciales para los italianos'. La frase es del propio Berlusconi, pero seguramente la comparten los 47 millones de ciudadanos convocados a las urnas. Desde que en mayo pasado, el Polo (hoy rebautizado como Casa de las Libertades tras unirse a la coalición la Liga Norte) conquistó los gobiernos regionales de toda la franja norte del país (además de algunas áreas del profundo sur), el ascenso político de Berlusconi ha sido arrollador. Hasta el punto de que son pocos los sectores sociales en Italia que contemplan la posibilidad de un nuevo triunfo del Olivo ese día de mayo, aniversario de la Virgen de Fátima.

¿Qué ha sucedido para que el hombre más detestado por una parte sustancial del stablishment nacional haya recibido luz verde en su carrera de regreso a la presidencia del Gobierno italiano? 'En realidad, Berlusconi ha recibido sólo una luz ámbar', puntualiza un alto cargo de una importante empresa privada del norte del país. Conscientes de que el centro-izquierda no ha sido capaz de transmitir una imagen de estabilidad política, esencial en los tiempos que corren, con una Unión Europea cada vez más exigente con los equilibrios internos en cada país socio, los poderosos han comenzado a volverle la espalda al Olivo.

Los casos judiciales que han perseguido a Berlusconi hasta bien entrado el año 2000 se han desvanecido uno a uno, o han sido pospuestos sin fecha. En estos momentos, sólo el juez español Baltasar Garzón, que ha reclamado a Estrasburgo el suplicatorio para procesar a Berlusconi por el caso Tele 5, permanece activo en el frente judicial contra el líder de la Casa de las Libertades. Pero Garzón está lejos de Roma, y en la Ciudad Eterna, Berlusconi ha recibido ya la bendición decisiva del Vaticano. Todo apunta a que sólo un accidente imprevisto podría desviar de su camino al poder a este líder populista que se autoproclamó la semana pasada como 'el mejor estadista de Europa y del mundo'.

Nadie hubiera imaginado en 1977, cuando despegó la vertiginosa carrera empresarial de Berlusconi -primero como constructor de apartamentos y supermercados-, que la verdadera ambición de este hombre de negocios de 64 años, hijo de un empleado de banca y un ama de casa de Milán, fuera la política. Cuando en 1993 decidió que había que implicarse en la batalla electoral, fundando un partido, Forza Italia, con un puñado de directivos de sus empresas, los analistas políticos interpretaron la decisión como un movimiento desesperado para salvar su imperio mediático, construido a la sombra del fallecido líder socialista Bettino Craxi. Pero el éxito arrollador que le llevó al Gobierno al año siguiente demostró que su fórmula pragmática podía triunfar en un panorama político desacreditado por el escándalo de Tangentopoli (pago organizado de comisiones ilegales).

La primera experiencia de gobierno de Berlusconi duró apenas siete meses y fue un desastre de tales proporciones que cualquiera con menos autoestima hubiera renunciado a repetirla. Berlusconi, en cambio, ha analizado meticulosamente los errores cometidos y ha vuelto a la carga con un partido más estructurado, aunque, como explica uno de sus colaboradores, el profesor Giuliano Urbani, 'sigue teniendo una estructura muy ligera, porque no se necesita mucho partido cuando existe la televisión'. Berlusconi recorre plazas y llena auditorios con un libro en la mano, L'Italia chi ho in mente (La Italia en la que pienso), que viene a ser la síntesis del pensamiento político de este empresario, para quien, como ha confesado, la Coca-Cola es un símbolo esencial de libertad.

Portavoz de un liberalismo que, según Urbani, Italia no ha conocido hasta ahora, el Cavaliere se propone simplificar al máximo la complejísima trama de leyes civiles y penales italianas. El año pasado, en un debate sobre la seguridad ciudadana, Berlusconi criticó duramente a los jueces con ambiciones políticas y propuso un plan de choque para resolver los problemas de la justicia italiana: reducir los delitos a la mitad. En el plano fiscal, la fórmula es la misma. En su programa propone una reducción de impuestos del 47% actual al 37% en el plazo de diez años. Un programa demasiado populista a juicio del comisario europeo de la Competencia, Mario Monti, que se ha visto obligado incluso a intervenir en el tema reclamando diplomáticamente un poco de realismo. Sobre todo porque con una medida tan generosa como encomiable, Italia se arriesgaría a salir del euro.

La ley contra el millonario

Con la XIII legislatura terminada, queda claro que el próximo presidente del Gobierno italiano no tendrá que afrontar ninguna ley de incompatibilidades, pese a los esfuerzos de última hora del centro-izquierda para dotar al país de reglas en este sentido. Si el proyecto de ley aprobado hace 10 días en el Senado hubiera llegado a aprobarse en la Cámara de Diputados, el precio de acceder al Palazzo Chigi, sede de la Presidencia del Consejo de Ministros, habría sido alto para Silvio Berlusconi. La ley endurecía considerablemente el viejo texto consensuado en 1998, cuando el clima político entre Gobierno y oposición era bastante más diáfano, e imponía al poseedor de un patrimonio de más de 15.000 millones de liras (unos 1.300 millones de pesetas) una serie de condiciones antes de ocupar cualquier alto cargo. La primera opción era vender antes sus propiedades, o dejarlas en manos de un gestor designado por la autoridad competente. En el caso de que las empresas del aspirante a gobernar el país estuvieran en el sector de los medios de comunicación, la única opción posible era la venta, y tampoco podrían ser cedidas a la familia. La aprobación del proyecto en el Senado fue un golpe de efecto más que otra cosa, porque los diputados del Olivo eran conscientes de que faltaba el tiempo material para lograr una aprobación definitiva. Berlusconi se ha comprometido, informalmente, a redactar él la oportuna norma legal cuando gane las elecciones, pero es difícil creer que el nuevo texto sea tan duro para sus intereses como el redactado in extremis por sus contrincantes políticos. En todo caso, el centro-izquierda considera que la ley servirá de munición en la contienda electoral. Pero ni siquiera esto está claro, porque el Olivo ha dado muestras elocuentes de su desinterés por el tema durante dos largos años en los que la ley durmió el sueño de los justos esperando ser rescatada. El candidato del Olivo, Francesco Rutelli, ha mencionado en más de una ocasión el tema, aludiendo a la anomalía 'tercermundista' de que un multimillonario gane unas elecciones en un país de la Europa desarrollada. Cosas así, ha dicho, 'sólo ocurren en Tailandia, donde un magnate ha conquistado el poder con la fuerza de su dinero'.

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