La batalla italiana
La legislatura que acaba de terminar en Italia con la disolución de las Cámaras ha sido la más larga en 33 años. Prácticamente ha agotado el quinquenio previsto. Es también una de las de mayor éxito en el plano de las reformas políticas y económicas. Italia, que pareció querer tirar la toalla, acabó cumpliendo las condiciones de Maastricht y entrando en el euro.
El Parlamento saliente ha aprobado también una reforma descentralizadora con la llamada 'ley federalista', ahora pendiente de referéndum y que la derecha pretende radicalizar si gana. El resultado es positivo. Lo que no es sinónimo de años fáciles. El Olivo original (izquierda poscomunista) se ha transformado en el centro-izquierda, y la legislatura ha visto pasar cuatro Gobiernos y tres primeros ministros: Prodi, D'Alema y Amato. Ahora presenta como nuevo líder al renovador Francesco Rutelli, ex alcalde de Roma, para intentar frenar a una derecha que, encabezada por Silvio Berlusconi, parte en los sondeos como favorita para la crucial jornada del 13 de mayo, en la que también se dilucidarán algunas alcaldías de peso, como Roma, Milán y Turín.
Berlusconi, que se ha autocalificado sin pudor como 'el mejor del mundo', se siente nacido para mandar. En estos años de forzada oposición, tras su breve paso por el Gobierno en 1994, no ha perdido el tiempo: ha convertido a su Forza Italia en un verdadero partido -integrado en el Partido Popular Europeo gracias al precioso apoyo de su amigo Aznar- y ha sorteado la presión judicial, incluida la de la Audiencia Nacional española, que había pasado su demanda de suplicatorio al Supremo para que lo transmitiera al Parlamento Europeo, en un trámite que se ha empantanado sin explicación creíble. Para cuando las cosas se aclaren, Berlusconi podría ser ya primer ministro, lo que haría casi inviable su procesamiento por supuestos delitos fiscales en la gestión de Tele 5.
Para el proceso democrático italiano, la mayor anomalía de la situación es que pueda llegar a primer ministro un ciudadano que es dueño de un enorme imperio mediático, al que sumaría, en caso de triunfar, el control de la televisión pública. Como jefe de Gobierno, le correspondería, entre otras cosas, decidir sobre concesiones de licencias de televisión, radio o telefonía. Reuniría así el poder económico, el poder político y el poder mediático. Los esfuerzos para aprobar una legislación que obligue a Berlusconi a deshacerse de sus medios han resultado hasta ahora vanos.
No es la única contradicción. Forza Italia concurre aliada, en la llamada Casa de las Libertades, con la Liga Norte, de Umberto Bossi, y la Alianza Nacional (ultraderecha), de Gianfranco Fini. Ninguno de ellos es muy distinto al austriaco Haider en su concepción de la inmigración, por mucho que el presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, se haya visto forzado a concederles un pedigrí democrático. Si el resultado del 13 de mayo es un Gobierno de coalición de estas derechas, la imagen europea de Italia se verá gravemente dañada, y la UE, probablemente inmersa en una nueva crisis de conciencia.
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