Juegos de solitario en el limbo
El lehendakari Ibarretxe decidió aprovechar a tope las semanas de gracia regaladas por la brecha artificialmente creada a comienzos de este mes entre el anuncio oficioso de la disolución del Parlamento y la convocatoria oficial de los comicios. Ese espacio temporal pertenece políticamente al género epiceno y se emparenta teológicamente con el limbo; aunque teóricamente forme parte de la legislatura abierta por los comicios autonómicos de octubre de 1998, a efectos materiales invade la campaña electoral del 13 de mayo de 2001. Presidente del Gobierno vasco en pleno ejercicio de sus competencias y candidato in pectore de su partido para revalidar ese mandato, Ibarretxe se permite el privilegio de repicar desde el campanario e ir a la vez en la procesión.
Así, el llamamiento lanzado la semana pasada desde el Palacio de Ajuria-Enea para que la sociedad vasca manifieste el próximo sábado en las calles de Bilbao su apoyo al lema Sí a la vida, sí al diálogo constituye en la práctica el primer acto de la campaña electoral de la coalición PNV/EA en vías de formalización. Bajo ese abstracto encabezamiento, que se pronuncia de manera inobjetable a favor del derecho a la vida y de la solución pacífica de los conflictos, la convocatoria aspira en concreto a movilizar a los vascos contra los adversarios electorales -de signo opuesto- de esa incoada alianza. De un lado, la condena verbal de los asesinos y el compasivo recuerdo de sus víctimas ('frente al no de ETA a la vida') pretende atraerse a potenciales seguidores de EH desengañados por la ruptura de la tregua; de otro, la presentación de las negociaciones con la banda terrorista como camino obligado para poner fin a sus crímenes ('frente al no al diálogo del PP y del PSOE'), trata de denunciar ante sus votantes a populares y socialistas como corresponsables de la violencia a causa de su intolerancia.
El lehendakari Ibarretxe y la actual cúpula del PNV se jactan de constituir un término medio aristotélico, escarnecido en dos frentes por gentes alejadas a igual distancia de la verdad y consagrado a la irenaica tarea de conciliar las posiciones de esos fanatizados adversarios. A veces, sin embargo, los pespuntes del disfraz carnavalesco utilizado por los nacionalistas moderados para vestir sus intereses partidistas con el ropaje del Sermón de la Montaña resultan demasiado visibles: la manifestación del próximo sábado, organizada desde el Gobierno de Vitoria y financiada con dinero público para arañar votos en beneficio de la coalición PNV/EA, mete en el mismo saco a los verdugos y a las víctimas, a los criminales que tratan de imponer su voluntad mediante el coche-bomba y a los amenazados que se resisten a capitular ante sus intimidaciones. No se trata ya del terreno opinable de la política y de sus tácticas sino del ámbito de la ética y de sus principios: equiparar a los dirigentes de EH, que siguen las instrucciones de los asesinos de Gregorio Ordoñez y de Fernando Buesa (dos nombres entresacados de una terrible esquela de muertos), con los candidatos del PP y del PSOE, que arriesgarán su vida durante la campaña, constituye una obscenidad. Esa indecente actitud de equidistancia del PNV se hace igualmente visible en el ámbito de la defensa de la libertad de expresión: mientras el diputado Anasagasti se condolía de la agresión perpetrada el pasado fin de semana contra El Correo, una operación que forma parte de la estrategia de intimidación de ETA contra unos comicios libres, Arzalluz seguía desgranando su paranoico sermón contra los medios de comunicación (la Brunete mediática) discrepantes o críticos de la concepción del mundo nacionalista.
Ibarretxe parece en ocasiones un inofensivo habitante del limbo teológico, ese lugar equidistante del paraíso, del purgatorio y del infierno que sirve de alojamiento a las almas sin bautizar y a los santos inocentes. Sin embargo, la manera en que ha creado su propio limbo político, situado entre la legislatura de 1998 todavía sin consumir y la campaña electoral oficial, no cuadra con esa imagen beatífica: la decisión de convocar, en su doble condición de lehendakari y de candidato, una manifestación orientada a conseguir votos tanto del nacionalismo radical (ETA y su brazo político EH) como de los partidos constitucionalistas (PP y PSOE) recuerda la imagen patética del autista que se hace trampas a sí mismo al jugar a los solitarios.
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