_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Comanches

Rosa Montero

Paso habitualmente por la madrileña avenida de la Castellana, camino de mi casa. Lo que quiere decir que paso por el campamento comanche de los trabajadores de Sintel, esos 2.000 damnificados por una política empresarial de morro y bandidaje. Llevan siete meses sin cobrar y han montado un poblado en la avenida, frente al Ministerio de Economía. Todos los días se manifiestan, y cada vez que tropiezo con el atasco que provocan se me llevan los demonios (pobre Madrid, depositaria de todas las broncas del Estado). Recuerdo particularmente un viernes nefasto en el que me pilló manifestación de Sintel por la mañana y manifestación de Sintel por la tarde. Un colapso circulatorio de horas. Aquel día hubiera querido poder desintegrarles.

Aparte de esos momentos de desesperación conductora, la verdad es que les estoy tomando cariño a estos comanches de la sociedad pos-industrial. Veo cómo va asentándose el poblado cada día, cómo aumentan los tenderetes y las pancartas. En los atascos hay tiempo de mirar y ya me suena la cara de bastantes. Y reconozco el anorak que llevan, gris con una franja azul sobre los hombros. El otro día incluso vi un grupito fuera del campamento, en un barrio lejano. Advertí su presencia por el anorak, del mismo modo que los sioux se distinguían por su adorno de plumas específico. Se me alegró el corazón y me dieron ganas de saludarles. Ya son algo mío. O, para ser exactos, algo nuestro.

Sintel era una moderna y rentable empresa filial de Telefónica. En 1996, el Gobierno de Felipe González se la vendió al cubano Mas Canosa por dos duros, en una de esas operaciones turbias y apestosas que auguran lo peor. Al parecer, Canosa dejó sin pagar 4.500 millones, y luego sus herederos descapitalizaron la empresa y la hundieron con vigoroso empeño. Además, Telefónica les debe dinero, y el Gobierno del PP se desentiende. No tengo espacio aquí para contarlo todo, pero créanme si les digo que es una historia de abusos y de víctimas. Todas las sociedades cometen unas iniquidades específicas, y estos trabajadores de Sintel masacrados por la cultura del pelotazo son algo muy propio. Son los sacrificados por la maquinaria, son los olvidados. Son nuestros comanches.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_