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Columna
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No tiene sucesor

Ya sabemos que ahora no toca, por decirlo con la expresión coloquial que utiliza el president Jordi Pujol, pero no se habla de otra cosa más que de la sucesión de José María Aznar. Está la centralita telefónica de la redacción bloqueada y el periodista áulico que apostó por el vicepresidente segundo y ministro de Economía acaba de desahuciarle en su homilía del pasado domingo bajo el título de Rato no quiere. Las declaraciones del interesado que ayer mismo publicaba el diario Abc parecerían confirmarlo. Y el comentario del propio presidente argumentando que para nada se sentía sorprendido porque nadie como él conocía esos planes sucesorios venían a representar el descabello. Algunos analistas estiman que esa inexplicable falta de voluntad del que se configuraba como cantado delfín deriva más bien de la aguda percepción de una falta de cariño. Como si en lugar de Rato no quiere fuera más exacto decir que a Rato no le quiere. Es decir, que todo indica que al susodicho le habría sido retirada la predilección de otros tiempos. Los aznarólogos más reputados ponen fecha a la pérdida del favor presidencial. Cuentan que un día, en el inicio de la pasada campaña electoral, al salir en su blindado de Moncloa el presidente observó en las farolas madrileñas los carteles en los que la efigie de Rodrigo Rato hacía pendant con la suya. Entonces, sorprendido, llamó por el móvil a Mariano Rajoy, su jefe de operaciones, quien explicó ese proceder en atención a la petición recibida del entonces vicepresidente económico en funciones y además por analogía al trato dado en cada circunscripción al cabeza de lista. Aznar, lacónico, se limitó a decir que en un caso así debería haber sido consultado.

Según los últimos viajeros llegados de La Moncloa cunden los síntomas del culto a la personalidad, puestos una vez más de manifiesto por Juan José Lucas en su toma de posesión como ministro de la Presidencia al decir que venía a incorporarse al proyecto Aznar. En esta atmósfera, la cotización de los ministros ha pasado a medirse en Unidades de Cariño Aznarista (UCAs). De ahí que para un cálculo político acertado sea necesario saber antes en quién y con qué intensidad tiene depositadas el presidente sus complacencias. La formación, las condiciones personales, la dedicación, el acierto, la eficiencia, el sentido de la anticipación pasan a ser variables casi irrelevantes respecto a las UCAs.

Dice el diccionario que sucesor es el que sucede a uno o sobreviene en su lugar, como continuador de él. Pero Aznar, amante de la poesía, se ha acogido al verso de Miguel Hernández me voy, me voy, pero me quedo y ha expresado ya su decidida voluntad de permanecer en Génova como presidente del PP, luego en esa condición no va a tener sucesor. En la otra, en la de presidente del Gobierno, quien haya de sucederle tendrán que decirlo las urnas. De manera que lo único que está en oferta es quién encabezará las candidaturas por esa formación política cuando sea el momento de las elecciones generales, nunca más allá de 2004. Ésa será una ocasión interesante porque al llegar allí terminará la cerrada convergencia de Aznar y el PP, inaugurada en 1988. Cierto que Aznar a partir de esa fecha rehúsa a presentarse como candidato a la presidencia del Gobierno, pero en el partido prevalecerá el intento de seguir en el poder y se querrá apostar sin reservas por quien pueda conseguirlo. Entonces, si la sombra de Aznar es una merma, nadie apostará por ella. Las experiencias de bicefalia han sido nefastas y el caso de Leopoldo Calvo Sotelo en el Gobierno y Agustín Rodríguez Sahagún en UCD o el de Joaquín Almunia en la secretaría general del PSOE y de José Borrell como candidato prueban las dificultades insalvables para una convivencia armónica y funcional. Véanse también los problemas que para el ejercicio autónomo de las funciones de lehendakari ha representado la figura del presidente del PNV y la influencia que esa dualidad ha tenido en el final abrupto de Garaikoetxea y de Ardanza o en el perfil disminuido de Ibarretxe. Pero es que además el intento de Aznar carece de precedentes porque al menos en el caso vasco se da el atenuante de que allí Arzalluz nunca ha presidido el Gobierno de Euskadi.

La idea de un sucesor designado y además dependiente enseguida se averiguará impracticable y entonces entrará en juego la dinámica de grupo y surgirán candidatos dispuestos a medir sus apoyos en un congreso abierto, fuera de los penosos espectáculos a la búlgara que ha brindado el PP en sus últimos cónclaves. Y el que más chufle capador.

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