Luces y sombras del teatro
Acudí como espectador a una representación de El alcalde de Zalamea en el Teatro de la Comedia, sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Coincidí con unos 300 chavales de unos 16 años que asistían al teatro como actividad extraescolar. Desde el principio mostraron su absoluto desinterés por lo que en el escenario se estaba produciendo.
El escándalo llegó hasta tal punto que el actor protagonista se vio obligado a detener la representación para pedir silencio. Una vez en la calle, escuché a uno de los chavales decirle a su compañero que se había aburrido como jamás en su vida.
Después de aquella reflexión pensé con tristeza que aquel muchacho no volvería a pisar nunca un teatro, a no ser que el colegio o el instituto se lo volviera a imponer.
Sin embargo, hoy he asistido en un centro cultural a una experiencia bastante más esperanzadora. La Compañía Estable de Teatro Guindalera Escena Abierta ha representado Bodas de sangre delante de más de 300 chavales de la misma edad.
Los adolescentes han seguido en un expectante y vivo silencio el desarrollo del intenso y no menos complicado drama de Lorca.
La diferencia la marca un proyecto pedagógico: con la Guindalera, los alumnos trabajan sobre el texto que, posteriormente, verán representado, siguiendo un libro-guía que, para tal efecto, ha diseñado la propia compañía. Después, los actores los visitan y plantean unas jornadas de trabajo con ellos.
Durante los entreactos de la representación, los actores les hablan sobre lo que está sucediendo en el escenario, y se sopesan tanto cuestiones artísticas como técnicas. El resultado es impresionante.
Al final de la representación escuché discusiones entre los jóvenes espectadores sobre lo que acababan de ver. Utilizaban un criterio recién adquirido, a través del proceso pedagógico propuesto por la compañía, para criticar o simplemente hablar de lo que acababan de ver.
No creo que estos chavales fueran diferentes a los que me encontré viendo a la Compañía Nacional. Sólo que ellos habían sido iniciados con mimo como espectadores responsables y sensibles, y quién sabe si como futuros actores o dramaturgos.
El teatro no está en crisis, tan sólo algunas formas de afrontarlo. Al menos así lo sentí yo cuando mi respiración y la de 300 escolares de 16 años se agitaron al unísono con los versos de García Lorca.
El INAEM debería tomar buena cuenta de esta experiencia.-
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