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SAQUE DE ESQUINA | 25ª jornada de Liga | FÚTBOL
Columna
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Porteros de cuna

Los buscadores de números han señalado una de las grandes curiosidades del derby: la suma de las edades de Reina y Casillas es inferior a la del último Buyo. Con ello se desmiente el axioma según el cual un portero nunca es verdaderamente adulto antes de los treinta años.

En otros tiempos, Iríbar y Zubi fueron el paradigma de la precocidad, pero nunca se pensó que abriesen una nueva época en la evolución del futbolista. No representaban una nueva frontera de la madurez; sólo eran un ejemplo para los teóricos de la generación espontánea, mutaciones aberrantes sin otra causa que la intervención del azar. Diez temporadas después, con la barba cerrada y el pellejo curtido, aquellos bichos raros estaban condenados a desaparecer en el escalafón como otras excéntricas visiones de la fauna. Alcanzarían la normalidad y se confundirían con sus colegas en la selva del área.

Sin embargo es muy probable que Casillas y Reina marquen un verdadero cambio de tendencia. Aunque el oficio de portero se ha complicado más que ningún otro con los sucesivos ajustes del Reglamento, con ellos empieza a asomar una brillante promoción que ha conseguido asimilar rápidamente los secretos del juego. A su aventajada condición atlética todos añaden una sorprendente facilidad para interpretar las nuevas exigencias de la profesión: manejan perfectamente la pelota con el pie, descifran con toda naturalidad las maniobras del equipo contrario, saben iniciar el contraataque con una volea de sesenta metros y, llegado el caso, encienden los cohetes y vuelan hasta la escuadra con sus zarpas de goma.

Pero, además, Casillas y Reina han representado sucesivamente un mismo drama personal. Ambos alcanzaron la portería en situación de urgencia: un día, el conserje del instituto llamó a la puerta del aula, dijo sus nombres y se los llevó por sorpresa hasta las profundidades de la competición. Ni uno ni otro tuvieron tiempo para calcular el peso de la fama. En adelante deberían trabajar ante millones de espectadores unidos por la taquicardia. Uno solo de sus errores de cálculo podría provocar en la hinchada un cuadro clínico de ansiedad, desmayos, irritabilidad y bajo rendimiento laboral, pero ellos no tuvieron tiempo de averiguarlo. Cuando quisieron darse cuenta estaban allí, colgados de la nube de fotógrafos, con las pupilas dilatadas y el cuerpo cosido a fogonazos.

Reina sigue en la nube, pero Casillas acusa los primeros síntomas de vértigo. Probablemente está empezando a padecer el síndrome del estadio.

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