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Columna
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Ciudadanos invisibles

Sostiene el alcalde Díaz Alperi que la construcción del palacio de congresos, en el monte Benacantil, pondrá fin a la marginación que sufre el barrio alicantino de San Antón. Por nada del mundo quisiera perderme yo ese prodigio. Desde el día en que se inaugure el discutido palacio, pasearé por San Antón cada mañana para levantar acta del portento. Estas cosas no ocurren a menudo ¡Ahí es nada! ver cómo, ante la presencia de los señores congresistas, escapan los roedores, se esfuman los okupas y desaparece la basura de las calles, mientras vuelve la sonrisa a las pobres gentes de la barriada.

Hasta ahora, sabíamos que los beneficios que el palacio de congresos derramará sobre la ciudad serían numerosos. Hemos oído hablar de Alicante como una nueva Niza, invadida por un turismo selecto y adinerado. De un Alicante donde las calles tendrán un ambiente cosmopolita, y los comerciantes escucharán extasiados el tilín de las cajas registradoras, ante las que se agolpan los congresistas ávidos de comprar nuestros productos. Al fin, diremos adiós los alicantinos al turismo de sol y playa. Gracias al palacio de congresos y, ¿por qué no reconocerlo?, a esas brillantes esculturas que han ido apareciendo en los lugares más inesperados de la ciudad, y que le dan un toque muy chic y moderno, Alicante entrará en el siglo XXI del brazo de las grandes urbes.

En este aluvión de beneficios, lo que yo jamás hubiera imaginado es que el palacio de congresos fuera a regenerar San Antón, uno de nuestros barrios más antiguos y entrañables. Al día de hoy, San Antón es un barrio abandonado por las autoridades municipales, al que no se presta ninguna atención. Suciedad, miseria, solares sin vallar y una población envejecida forman una cartografía compleja, de porvenir incierto. Por experiencia, sabemos que enderezar estos lugares es un trabajo complicado, de resultados dudosos. Otras ciudades lo han intentado, pero los éxitos obtenidos se cuentan con los dedos de una mano. Una mayoría de veces, los planes trazados por los políticos y los técnicos sólo han servido para enterrar millones de pesetas y para que algún arquitecto de renombre reciba un galardón. Al final, esos barrios han quedado, más o menos, como estaban al comienzo, es decir, con la gente marchándose a otros lugares y los pobres sin remedio aguantando en ellos hasta su muerte.

Durante los últimos años, los vecinos de San Antón han visto degradarse su barrio día a día. Las casas han ido envejeciendo y, con ellas, han envejecido sus habitantes. Obras como la prolongación de Alfonso el Sabio sólo han servido para destrozar el entorno y aislarlos. San Antón es hoy un laberinto de calles en las que no se acierta a encontrar la salida, un gueto en el corazón de la ciudad. Y todo esto ha sucedido ante la pasividad de las autoridades, incapaces de mover un dedo porque San Antón no les interesaba lo más mínimo. Y es que, como dicen sus habitantes: 'nos hemos vueltos invisibles'. La invisibilidad siempre ha sido un problema para los pobres. La pasada semana, un grupo de vecinos, hartos de promesas, se lanzaron a la calle. Por toda respuesta, el alcalde les ha dicho que sean pacientes, que San Antón se arreglará en cuanto se inaugure el palacio de congresos...

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