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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Círculo del Liceo

El rechazo de los socios del Círculo del Liceo al ingreso de diez mujeres, encabezadas por la soprano Montserrat Caballé, que habían solicitado ser admitidas en el selecto club adjunto al teatro barcelonés, pone en evidencia las dificultades de una institución con 154 años de historia para adaptarse a los nuevos tiempos. El intento de apertura de su presidente, Joan Anton Maragall, que en la asamblea extraordinaria de la entidad, celebrada el 31 de enero, consiguió, tras un durísimo debate y una demanda judicial que sigue su curso, romper el sonrojante sexismo que obligaba a las mujeres a ser 'esposas de' si pretendían disfrutar de las instalaciones, se ha visto ahora frenado por el voto de los socios, emitido el pasado fin de semana por el tradicional sistema de bolas blancas y negras.

De los más de 1.100 afiliados con que cuenta el Círculo, votaron unos 350. De ellos, el 40%, suficiente para bloquear los dos tercios de los sufragios necesarios para el ingreso, lo hizo expresándose en contra de la apertura, un resultado que obliga a Caballé y a las restantes nueve mujeres, entre las que se cuentan significadas empresarias y representantes de la sociedad catalana, a aguardar cinco años, según prevén los estatutos, para volver a solicitar su ingreso. Suponiendo que lo hagan, pues el desprestigio, nacional e internacional, de que se ha cubierto el club podría disuadirlas de intentarlo en el futuro.

Como era de esperar, muchos de los socios opuestos a la apertura se han aprestado a aclarar que su voto no era contra la Caballé, sino contra los métodos, según ellos autoritarios, de la junta a la hora de imponer sus reformas. Argumento mendaz: si se oponen a la junta actual es precisamente porque ésta ha abierto la institución a las mujeres.

Por lo demás, los resultados no admiten vuelta de hoja: en la memoria de la asociación, fundada por unos próceres ilustrados que deseaban incorporar a Barcelona al circuito del arte europeo del momento, quedará ya para siempre escrito que sus sucesores del siglo XXI negaron el libre acceso a las mujeres. Flaco favor a Barcelona y a su teatro de ópera hacen esos socios: su postura intransigente emborrona la representatividad de un club que, por más privado que se quiera, ostenta una dimensión social fuertemente enraizada en la historia de la ciudad. Hoy no puede entenderse de ningún modo una cultura que discrimine a las personas por motivos de sexo.

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