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Columna
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Negreros

Decenas de miles de casos van a ser revisados para que los inmigrantes que no consiguieron sus papeles en la última tacada puedan ser ahora legales y así acceder al trabajo en la fresa, los tomates, pimientos, calabacines, etcétera, de los invernaderos, en el olivar o en la remolacha de cualquier otro sitio del campo. Andaluz o no.

Pero como de lo que se trata es de esta tierra, habrá que preguntarse por qué se van a ver de nuevo los expedientes de norteafricanos y subsaharianos. De iberoamericanos, polacos, ucranianos, rumanos. Hombres y mujeres todos ellos que, en su mayoría, llevan aquí mucho tiempo viviendo en la cuerda floja con el miedo de que un policía les pida sus documentos y, al no tenerlos, verse deportados a su país, del que salieron por causas políticas, económicas, familiares o, simplemente, porque les dio la gana conocer otros parajes y culturas. Que también a eso tiene cualquier ser humano derecho.

¿Será que los Gobiernos central y autonómico, repentinamente tocados por la gracia divina, se han caído del caballo camino de Damasco y han decidido abrir las puertas del Paraíso a los irredentos? ¿Habrán tomado algo las señorías que fabricaron y votaron la Ley de Extranjería en vigor? ¿Han mutado -cosas del genoma- en hadas madrinas?

Pues no. Ocurre que los empresarios del campo dicen, con razón, que les falta mano de obra; los freseros de Lepe y alrededores necesitan desesperadamente personal que recoja sus cultivos por un precio que no pagarían a un trabajador de la Unión Europea, no ya español. Los olivareros buscan empleados que no solamente exijan menos dinero, sino que además se conformen con vivir en cualquier cuadra o cochiquera hacinados junto con otros desgraciados. Los almerienses reclaman papeles para estos inmigrantes por los mismos motivos.

Una ciudadana habitante de una de estas localidades, muy puesta de peluquería, abrigo de piel de lipurcio, alguna que otra joya, y amiga clónica contestaba a unas preguntas de un periodista. Llegando la inevitable cuestión de la xenofobia, dijo: 'No soy racista, a mi me parece bien que trabajen, pero nos van a invadir. Cada vez hay más morenos por la calle'. A la mujer le parecía bien que se deslomen los magrebíes o subsaharianos, pero muy mal que luego se les deje sueltos igual que a sus hijos e hijas de la misma edad que sí pueden entrar en una cafetería, bailar en la discoteca, charlar con gente del otro sexo e incluso tener relaciones sin necesidad de pasar por la prostitución.

Más de uno cree acertadamente que se van a mirar los papeles y se les va a dar el visto bueno para que los empresarios puedan, cómodamente sentados, seguir ganando dinero a espuertas con el sudor ajeno, con la mano de obra de fuera ya que la de aquí no pone la espalda bajo el látigo, aunque sea virtual, de los nuevos negreros, que por no hacer ni se molestan en ir a buscar esclavos a otro continente.

Éstos están tan desesperados que se pagan su propia barquita y arrojándose al mar, con suerte, caen en manos de los orondos captores.

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