Putillas
Estos animalitos silvestres, putillas de descampado, ofrecen gratas fotografías; menos preparadas que las de las mulatas de Río o los travestidos de Tenerife, pero con un valor erótico igual. Más interesantes porque están a su alcance por módico precio. En los periódicos más católicos se detalla lo que cuestan sus compañeras superiores. Son bajos los precios: lo que me han dado las mujeres estaba muy por encima de lo que me hayan costado. A veces, años de mi vida. Y no soy cliente de los animalillos del campo, ni de los de boudoir que anuncian su clase: madrileña, compostelana. Hay datos abrumadores de siglos pasados. Hoy tienen una virtud (si se puede usar esta palabra) que aumenta su valor: el que alquila puede ejercer su machismo, que ya no vale con las amigas, novias o esposas. El macho ibérico puede ejercer con las putillas lo que en su sociedad le suele llevar al juez. Las chicuelas subsaharianas tienen su chulángano (uso palabras de chotis), su Pichi que castiga. Los periódicos les llaman 'mafias' o 'tratantes de blancas' (aunque sean negras). Son los de siempre. Antes tenían otras fuentes: las niñas de pueblo que venían a Madrid a servir y, maltratadas por las señoras, acuciadas por el señor o por el hijo, se abrazaban a quien ofrecía cariño. Y las que los padres echaban porque estaban embarazadas y el embarazador no las miraba más: una madama las ayudaba... Ahora son subsaharianas que mueren de hambre. Se lo juegan en la patera, con los guardias, con el chulángano. No tienen más bien que su sexo: lo que enseñan en descampado, el culito pequeño y joven, las tetitas. Igual que las de las pasarelas, o los carnavales. Pero al frío, a la lluvia. Las fotos de los periódicos las muestran y cuentan lo que hacen sus enemigos: los vecinos se manifiestan y quieren hacer somatenes para que no las vean sus hijos, los alcaldes las echan. No he visto que nadie les dé hogar y trabajo. Menores o mayores, quieren comer.
(Pasábamos en la madrugada junto a ellas Brunner, Cándido y yo, para trabajar en RNE, hasta que la ocupó el PP y nos echaron. Pensábamos que su vida estaba terminada: no saldrían más de esa hampa. Del hambre, la bofetada, la enfermedad, el odio de los vecinos, el chulángano, y el cliente grosero y machote. De este lado del Sáhara).
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