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Reflexiones sobre la ciencia y la investigación

Desde el principio he creído que la separación en dos ministerios de la Educación y de la Ciencia y la Tecnología es un gran error, de consecuencias todavía difícilmente calculables, pero ya con algunos signos preocupantes de descoordinación y de improvisación. Probablemente hay que dar más tiempo al rodaje separado para poder emitir un juicio definitivo. Confieso que no tengo ningún deseo de acertar, e incluso que me gustaría equivocarme, aunque temo lo peor. Para empezar estas reflexiones debemos referirnos a la vocación y al espíritu científico que constituyen las dimensiones subjetivas, el estatuto personal de los investigadores y de las condiciones para ejercerlos digna y eficazmente.

Probablemente la primera y más importante virtud del científico sea la probidad intelectual, la rectitud a la hora de enfocar los problemas científicos con el abandono de los a priori, y especialmente el espíritu de facción, que distorsiona y ensombrece el espíritu científico. Quizás ese talante, esa limpieza de miras, es más importante que seguir las reglas y los métodos prescritos para cada rama del saber, aunque éstos sean indispensables. Es muy difícil hacer ciencia e investigación sin seguir esas normas de cada profesión científica, pero es imposible hacerla sin probidad. Santiago Ramón y Cajal decía que el investigador debe poseer '... temperamento artístico, que le lleve a buscar y contemplar el número, la belleza y la armonía de las cosas, y sano sentido crítico, capaz de refrenar los arranques temerarios de la fantasía y de hacer que prevalezcan en esa lucha por la vida entablada en nuestra mente por las ideas, los pensamientos que más fielmente traducen la realidad objetiva'. La independencia de juicio, la perseverancia en el estudio, la pasión por el saber y por los resultados de la investigación, y finalmente, el sentido de pertenencia a una comunidad científica y a una sociedad política determinada, que se fortalece y se enriquece con el progreso de la ciencia, son elementos identificadores del científico y del investigador. Es verdad que la ciencia, como se dice, no tiene patria, pero los científicos sí la tienen, como recuerda Ramón y Cajal en palabras de Pasteur. Los Estados Unidos son la mejor prueba de esa afirmación, donde incluso 'nacionalizan' a los científicos extranjeros para hacer más suya la eficiencia de su trabajo y el brillo de sus resultados.

En estas observaciones generales hay que recordar que en el mundo moderno la sede donde se ha concentrado la mayor densidad de científicos y de tarea investigadora es la Universidad, que fue en gran parte la impulsora del espíritu científico, sobre todo a partir de la Ilustración que modernizó a las viejas universidades medievales. Por eso Weber, en su trabajo de 1919 Wissenschaft als Beruf, identifica la vocación y la tarea del científico con la del profesor universitario, como una de sus tareas principales, junto con la docencia. En la clásica obra del profesor Santiago Ramón y Cajal Reglas y consejos sobre la investigación científica se parte también de ese a priori, y se sitúa al investigador en su sede natural, que es la Universidad. En España, junto a la investigación universitaria hay que añadir la muy relevante que se hace también en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Negar que la inmensa mayoría de la investigación, especialmente la básica, se realiza en la Universidad, y que la que hacen las empresas es aún minoritaria, es no tener una idea certera de la situación. Por otra parte, identificar a la investigación útil y necesaria sólo con la que aprovechan las empresas es desconocer que en ámbitos de las ciencias sociales, del derecho y de las humanidades, el interés no es privado, sino público y vinculado a los grandes valores de la convivencia social. Es conocida la mentalidad, que arranca de Adam Smith, de que el interés privado, como actitud generalizada, es conducido por una mano invisible a la creación del interés público. Es ese punto de vista el que centra la investigación en el desarrollo empresarial e industrial, y en que de sus beneficios saldrá el bienestar general. Probablemente en esa mentalidad de sociedad privada radique el poco interés y la poca dedicación, incluso de medios económicos, para investigaciones sociales y jurídicas y de humanidades.

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Están apareciendo en los últimos meses en los medios de comunicación quejas y protestas de muchos investigadores individuales que denuncian retrasos en solución de concursos, imposibilidad o grave dificultad de insertarse en instituciones españolas, si la formación se ha producido en universidades y centros extranjeros, retrasos, limitaciones o insuficiencias en la financiación de proyectos, etc. Pero hasta ahora, salvo raras excepciones, no se han producido protestas ni se han oído voces de responsables universitarios reflejando el panorama ciertamente poco satisfactorio, por utilizar un término suave, de la investigación, visto desde el panorama institucional de los centros públicos de enseñanza superior. La perspectiva y la amplitud de experiencias dan a esas tomas de postura un valor infinitamente más sólido y más general que las posiciones, ciertamente serias, de los investigadores individuales. Sólo la reiteración de esas protestas ha levantado la alarma, que debe acrecentarse si los rectores y los responsables de la universidades en temas de investigación se unen y presentan un panorama más completo, y también con un diagnóstico que sólo puede ser negativo. Estoy seguro de que la Conferencia de Rectores va a analizar en profundidad estos temas, como hemos pedido varios rectores y como demanda la comunidad científica, harta de la desconsideración de la desorganización y de la falta de medios.

Nunca ha estado como ahora, por el evidente progreso de la Universidad en estos años de democracia, la comunidad científica más preparada para desarrollar una eficaz tarea investigadora; sin embargo, la organización, los medios y las ideas de los poderes públicos por una parte y por otra el escaso interés de un sector de la sociedad económica, empresarial e industrial, dificultan seriamente el progreso ordenado.

Entre los industriales y empresarios, junto a grupos importantes que tienen interés y colaboran en patrocinios importantes para infraestructuras de investigación y para contenidos de investigación, en algunos casos con gran generosidad, hay otros que o no hacen nada o lo que hacen es por imagen, por figurar o por agradar a los responsables políticos, pero no hay en su talante ningún interés real, ni ninguna comprensión de su relevante papel en estos temas, ni de la importancia de la colaboración privada. A veces se puede palpar en sus intervenciones su distancia, cuando no su desprecio, que muchas veces esconde un complejo de inferioridad o una falta de formación general o de comprensión.

Pero no cabe duda que la investigación es una prioridad de interés público, y mucho más en las universidades públicas, y que las huidas hacia delante y las creencias neoliberales no pueden descargar al Gobierno del Estado de una obligación prioritaria. Por eso, separar Educación universitaria y Ciencia y Tecnología en dos ministerios es un serio error que produce graves y serias descoordinaciones. La última, pero no la más importante, es la diferente remuneración de los becarios de uno y otro ministerio. A eso hay que añadir el retraso en la resolución las convocatorias de los proyectos de investigación y la falta de fundamentación de las mismas. Se dice en las notificaciones a los investigadores principales, responsables de los proyectos que se adjuntan a las resoluciones, las evaluaciones que sirven de base a la decisión, y luego eso no es cierto y las evaluaciones no se acompañan, y cuando se reclaman para tener elementos para saber si se acepta la cantidad otorgada se tarda más de dos meses en responder o no se responde.

Los mismos retrasos se pueden encontrar en la resolución de acciones especiales solicitadas por las universidades para infraestructuras de investigación o para medios tecnológicos de comunicación. En este supuesto, los retrasos para algunas universidades arrancan de antes del pasado verano. Sin embargo, en diciembre se puso a toda prisa en marcha una financiación para parques científicos y tecnológicos, para la que se pidieron demandas, aligerando trámites, e incluso también acreditaciones del gasto. Muchas universidades, más prudentes y más exigentes respecto al respeto al dinero público, no participaron en esa convocatoria. Incluso se ha visto favorecida con esos fondos una conocida fundación de una residencia universitaria que, obviamente, no realiza directamente trabajos de investigación. Con todo esto es bastante creíble que muchos investigadores y muchos rectores y otros responsables universitarios estemos desanimados, porque pensamos que este desorden no conduce a nada bueno, y sobre todo puede romper en las universidades públicas el necesario acompañamiento entre la docencia y la investigación.

Finalmente, en cuanto a los intereses públicos por los contenidos de la investigación, éstas desconsideran la investigación de muchas ciencias sociales y jurídicas, de la filosofía y de las humanidades. Hay en eso mucha contradicción con las necesidades y carencias del país. Potenciar las humanidades en la segunda enseñanza y marginarlas en la investigación es pan para hoy y hambre para mañana, porque la enseñanza sólo se potencia y se enriquece con el suministro intelectual que supone la investigación. Por otra parte, que en una sociedad como la española, con serios conflictos de violencia y de terrorismo en el País Vasco, se desconsideren las investigaciones sobre la democracia y los derechos humanos es de una ceguera poco responsable. En este campo de las reglas del juego y de los valores sería necesario establecer unas enseñanzas propias, como las que existían en los años veinte del pasado siglo, que se llamaban 'Rudimentos de Ética y Derecho', para los estudiantes en los ciclos anteriores a la Universidad, y, desde luego, se debería favorecer la investigación, tan importante en esos campos. Por otra parte, tanto la Unión Europea como la propia comunidad internacional tienen importantes necesidades en materia de derechos humanos, de su fundamento, de su concepto, de su historia, de su teoría jurídica..., como para despreciar los proyectos de investigación que vengan de ese campo.

Estoy seguro de que en otros campos del saber, los especialistas en ellos pueden encontrar buenas razones para justificar una mayor atención de los poderes públicos, a la investigación. Espero que situaciones como las que estamos viviendo se puedan atajar y reducir por el interés general y que salgamos de la profunda crisis que sufre la investigación española. El silencio de los rectores empezaba a ser culpable y todos tenemos la obligación de proponer soluciones a partir de la crítica de la mala situación actual.

Gregorio Peces-Barba Martínez es rector de la Universidad Carlos III de Madrid.

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