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Una catalana en el barrio chino

Con todos ustedes, Empar Moliner. Así me gustaría presentarla, con énfasis de director de pista y un cañón de luz enfocando su mirada, que siempre parece dudar entre el pánico, la imprudencia y la valentía. Pero seamos serios. Oficialmente, Moliner tiene 34 años, cinco hermanos, nació en Santa Eulàlia de Ronçana y colgó los estudios en 3º de BUP. Extraoficialmente, se fue de casa a los 17 años y empezó a ejercer los oficios de mala muerte que le servirían para hacer más amena la biografía de la solapa de los libros que luego escribiría: L'ensenyador de pisos que odiava els mims (cuentos) y Feli, estheticienne, novela con la que ganó el premio Josep Pla (1999). Su biografía se corresponde con su curiosidad, que le ha sido muy útil no sólo para observar el mundo, sino también para intentar explicarlo. Haber sido hippy cuando tocaba ser punki, okupa, actriz, cabaretera, comodín en emisoras de radio, donde, por fin, le confiaron un programa de sábado-sabadete o refuerzo de la edición catalana de EL PAÍS o del EPS, la ha curtido casi tanto como ese viaje que, a mediados de los ochenta, hizo, durante más de un año, por Turquía. Viajó, aprendió las lenguas del país y, quizás porque apreció lo bien que trataban a una turista tan poco común como ella, ahora ha decidido vestirse de emigrante turca, alojarse en una pensión del barrio más heavy de Barcelona y comprobar que la hospitalidad no siempre es recíproca. En su reportaje, Moliner contiene su habitual facilidad para la irreverencia inteligente y se centra en relatar una sucesión de hechos de la vida de los inmigrantes. Unos hechos que dinamitan estadísticas, contradicen discursos, rebaten tópicos y falacias y dignifican la mejor cara del periodismo. A esta iniciativa camaleónica le buscarán parentescos: periodista con disfraz de gitana o alemán travestido de trabajador turco, y puede que alguien intuya ramalazos gonzo a lo Hunter S. Thompson o guiños a los artículos de Martin Amis sobre Estados Unidos. Pero, si me lo permiten, les recomiendo olvidarse de las etiquetas y disfrutar del, es un decir, espectáculo. Con todos ustedes, Empar Moliner.

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