Apedreado el autocar blanco
A Coruña demuestra que su madridismo es cosa pasada
El aire, cargado de electricidad; los niños, tirando petardos, y las señoras de A Coruña, paseándose frente a la playa de Riazor con las caras rayadas en azul y blanco, anunciaban una noche de emociones exaltadas. Cuando llevaba medio camino recorrido entre el hotel y el estadio, una salva de pedradas rompió una luna del autocar del Madrid y abolló su chapa. Al llegar al campo, la imagen de los jugadores era de reconcentración. O de inquietud. Se apresuraban a salir y meterse en los vestuarios, tras la línea policial que los separó de una multitud variopinta de deportivistas que gritaban con la violencia del que quiere reprimir el pasado de una ciudad con fuerte tradición blanca: '¡Fuera, fuera, fuera!'.
'No sé a qué viene tanto odio de pronto', se extrañó Julio Santaella, el responsable de la seguridad de la expedición madridista. En efecto, A Coruña no tenía pinta ayer de ser aquella ciudad que en el pasado tuvo una poderosa afección al Madrid. Hoy, el fútbol -y más en días de Carnaval- es un acontecimiento social. De otra manera no se explica que tantas mujeres acudieran al paseo Marítimo de la bahía. De toda edad, niñas y abuelas. Ya sentada en la grada y ante un remate de Roberto Carlos, una de ellas expresó en su grito los sentimientos encontrados: '¡Yo te quiero mucho, Roberto, pero no nos quites los tres puntos!'.
En Riazor ya quedan pocos resabios de madridismo. De ello dio prueba la belicosidad de los hinchas locales, empecinados en hacer sentir al cuadro de Vicente del Bosque en territorio extraño desde la mañana. Con el título de Liga en juego, no era para arredrarse. Grupos de fanáticos se apostaron a lo largo de la curva de unos dos kilómetros de la bahía. Era el recorrido del autocar azul del Madrid, que no tardó en recibir los impactos de escupitajos, latas, piedras y espuma blanca. Del Bosque parecía un mascarón, sentado el primero, junto al conductor. Serio y grave, el técnico encabezó el desembarco al llegar al estadio. Le siguieron Hierro, Raúl y Roberto Carlos. Todos, en tromba, menos Solari, muy flemático ante las oleadas de pitos. Por delante pasó McManaman, que recibió una goma de mascar en la frente nada más pisar tierra. El último, Celades, pasó mirando el asfalto, como repasando mentalmente un plan de operaciones.
El comienzo del partido acentuó la evidencia de un público volcado. Las nuevas generaciones ya miran poco hacia Madrid. Los Riazor Blues son desde ayer un grupo menos afectuoso con las visitas blancas. La policía intentó detener a los culpables de la agresión al autocar madridista, pero sin resultados.
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