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Más que 'conseller', menos que 'president'

El nombramiento de Artur Mas como conseller en cap del Gobierno de Cataluña ha suscitado algunas interpretaciones cuyo acierto sólo el tiempo confirmará o desmentirá, pero que en todo caso son ahora mismo discutibles. Según una de ellas, que se mueve en el plano jurídico e institucional, el nombramiento de Mas supone una entrega total del poder del presidente de la Generalitat al delfín de CDC para convertirlo en primer ministro del Gobierno, quedando aquél como una especie de jefe de Estado con funciones simbólicas y representativas. Pero no es así. Aunque se haya utilizado el nombre de conseller en cap para el nuevo cargo (y no el de conseller primer o conseller delegat, como se hizo durante la República), éste no deja de ser un consejero, el de la Presidencia, y a pesar de que se hayan delegado en él todos los poderes legalmente posibles hasta el final del mandato, el presidente de la Generalitat sigue siendo quien nombra y separa todos los consejeros y, lo que es más importante, quien responde políticamente ante el Parlament, que sólo él puede disolver. Por si fuera poco, el presidente tiene en sus manos la posibilidad de revocar los poderes delegados en cualquier momento. Es decir, Pujol sigue manteniendo su preeminencia en el poder ejecutivo, sobre el que tiene plena disponibilidad, que se extiende al mismo conseller en cap. Ésta es una de las singularidades del sistema parlamentario de la Generalitat, que puede ser alterado por el presidente para configurarlo a su medida.

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Por otra parte, el presidente de la Generalitat no lo es sólo del Consell Executiu, es decir, del órgano de gobierno, sino que lo es de la comunidad autónoma en su conjunto, y además es el máximo representante del Estado en Cataluña, funciones que ni siquiera son delegables, de acuerdo con el Estatuto y la ley autonómica. En suma, ni el nuevo conseller en cap puede ejercer de presidente in péctore, ni Pujol queda reducido a una especie de reina madre dedicada a los actos protocolarios. Ciertamente, el desarrollo del nuevo esquema institucional de Cataluña, que funcionará por primera vez en 20 años, dependerá de cómo ejerzan sus cargos ambos políticos a partir de ahora, pero el marco estatutario no permite interpretar que estemos propiamente ante una herencia en vida.

Lo anterior, y la misma personalidad de Jordi Pujol, es lo que impide interpretar, ya en el plano político, que la operación de nombramiento de conseller en cap sea realmente una entrega de poder anticipada con vistas a las próximas elecciones autonómicas. No solo porque Pujol seguirá manejando las claves de la orientación política de la Generalitat, sino porque, a diferencia de la retirada de Maragall a Roma, Pujol seguirá en el Palau tres años más, durante los cuales pueden suceder las cosas más impredecibles, incluidas unas elecciones anticipadas, una ruptura de la coalición gobernante o un inesperado desgaste del conseller en cap, lo cual le debilitaría como próximo candidato. En cualquier caso, en este lapso Pujol no habrá dejado de ser un gran líder político, más allá de presidente de la Generalitat, y Mas difícilmente se convertirá en un presidente de facto. Por todo ello, no se puede interpretar la reciente reestructuración del Gobierno como una definitiva cesión de poder en el delfín de CDC o como una retirada anticipada de Pujol, sino como una operación diseñada por el presidente para controlar hasta el último momento todos los detalles de su sucesión. Por supuesto, el tiempo dirá si ésa es la interpretación correcta.

Enric Fossas es profesor de Derecho Constitucional

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