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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La estrategia de la araña

El PNV es el único partido político europeo configurado según el patrón de una orden religiosa. Y no sólo porque el lehendakari del exilio, Jesús María de Leizaola, se autocalificara alguna vez socarronamente de 'jesuitón', ni porque sea larga la lista de abertzales cuyo estilo de pensamiento cobró forma en la forja de la Compañía de Jesús, desde el propio Xabier Arzalluz al recién incorporado compañero de viaje -o de 'diálogo'- Javier Sádaba. Fue el fundador, Sabino Arana, quien siempre consideró a los 'gudaris de Jesús' como un modelo de comportamiento y de organización, y a San Ignacio, como ejemplo supremo de dirigente, 'caudillo invencible de la Compañía más temible que cuenta el ejército de Cristo'. Arana había estudiado en el internado de los jesuitas de Orduña, pensó en ser uno de ellos y llegó a escribir que la Compañía era tan infalible como el Papa, por lo cual, pensando sin duda en sí mismo, podía decirse a su juicio que 'el amor a la Compañía de Jesús es signo de predestinación'.

De los planteamientos de la Compañía se llevó Arana a su partido una serie de elementos sustanciales. Ante todo, una percepción dualista de la realidad, según la cual el vasco se encuentra ante una confrontación radical entre la causa de Cristo, que para Arana es también la causa del patriotismo vasco, y el Enemigo, Satán sobre la Tierra, encarnado en la dominación española. No hay compromiso posible entre esos dos polos opuestos: la afirmación de Euzkadi requiere la eliminación de España. Pero eso no es algo que pueda ser obtenido de inmediato. El absolutismo de los principios ha de conjugarse con el pragmatismo en los medios, hasta el punto de aceptarse la convivencia temporal con el Enemigo siempre que de ello surja la victoria de la causa sagrada: lo que cuenta no son las concesiones, sino el desenlace, ver si 'salimos con nosotros'. Y para que esa flexibilidad táctica pueda llevarse a cabo, hace falta el instrumento, una organización férreamente disciplinada, donde ningún pensamiento propio obstaculice la obediencia ciega al superior: éste ocupa el lugar de Cristo, por lo cual 'ninguno ha de querer guiarse por su cabeza'. Es más, si una pared es blanca y la Iglesia declara que es negra, afirmará que el muro es negro. 'Doctrinas diferentes no se admitan ni de palabra, ni por libro que se escribiese', prescribían las Reglas de la Compañía, fijando la norma a que deberán atenerse en más de un siglo de historia los afiliados al PNV. El único momento de libertad es el de la elección de campo, como hizo notar Roland Barthes en su estudio sobre San Ignacio; una vez dado el paso de 'hacer elección', la libertad desaparece.

El PNV fue y es un partido de disciplinados creyentes. La dureza de la confrontación con el Enemigo -España, la política española, los vascos españolistas- justifica el énfasis puesto en la obediencia, de suerte que en más de cien años nunca han sido posibles escisiones partiendo del interior de la organización. Un partido que al iniciarse la década contaba sólo con un 10% de independentistas, ha aceptado a ciegas por unanimidad el 'soberanismo' dictado por Arzalluz en la Asamblea Nacional del pasado año. La vida política, si como tal se entiende la participación en el debate y las decisiones, se limita al vértice del partido; los demás ya recibirán la palabra que Arzalluz, en su papel de señor de Arriba (tal cosa significa etimológicamente Jaungoikua, Dios, en euskera), imparte en la inauguración del batzoki nuestro de cada fin de semana. Discutir la política de Arzalluz, aun antes de que el viraje 'soberanista' fuera sancionado por la Asamblea, equivalía a sentar plaza de 'michelín', grasa superflua a eliminar de la comunidad patriota. Toda disidencia, entendiendo también por disidencia la aspiración al debate interno, implica estar al servicio del Enemigo. Aquel que ingresa en la organización nacionalista, sea ésta el PNV o HB, ya sabe a qué atenerse: obediencia y movilización. Ha elegido, las más veces por preferencia ideológica, alguna quizás para no verse expulsado a las tinieblas exteriores en su lugar de residencia o de trabajo. A partir de ese momento acabó su papel, salvo como peón movido desde arriba.

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Por eso será sumamente difícil que se traduzca en un viraje político el desfase observable entre la mentalidad política de muchos seguidores del PNV, sin duda más moderada y realista, y el milenarismo de su dirección omnipotente. Aun cuando resulta evidente desde hoy que fue un desastre para Euskadi haber elegido Arzalluz en Lizarra el frente nacional por la independencia, cancelando la etapa de pragmatismo, con la gestión de la autonomía, para orientarse hacia el enfrentamiento final con el gran obstáculo que frena la 'construcción nacional': seguir integrados en España.

Una vez embocado el túnel que supuestamente conduce a la Gran Euskal Herria, independiente y euskaldún, desde el 'Adurri' (Abour) hasta el Ebro, al lado de los hermanos patriotas de las bombas, el único recurso para seguir adelante es la fe ciega. Así puede explicarse que gran mayoría de los militantes y electores del PNV rechacen 'la violencia', esto es, el terror implantado por ETA, pero que esa misma mayoría admita que el Gobierno de Ibarretxe es quien más hace por la paz. No importa que el rechazo de 'la violencia' se limite a unos gestos de fachada contra la estrategia de la muerte, sin integrar nunca en el discurso las necesarias -y nunca realizadas- actuaciones para enfrentarse al terrorismo en sus atentados o en la kale borroka. El silencio absoluto sobre este aspecto esencial de la acción de gobierno, cuando Ibarretxe dice analizar la situación de Euskadi, constituye la mejor muestra de que la impotencia del Gobierno de Gasteiz frente a ETA es plenamente voluntaria. Arzalluz lo ratifica: si los universitarios vascos tienen miedo, que se les quite imitándole a él... que no tiene sobre sí amenaza alguna. Pura desfachatez. El no a ETA carece así de repercusiones prácticas. A quienes sí se enfrenta el compungido lehendakari es a los partidos 'españolistas', en definitiva estigmatizados por no aceptar la apertura de una mesa de negociaciones con el pie forzado de abrir la senda de la secesión. El lógico rechazo de PP y PSOE a semejante propuesta sirve entonces para fortalecer la cohesión interna de la militancia, ante la que una y otra vez Arzalluz describe la escena del asalto por el agresor español a una plaza sitiada (que, dada la identidad entre vasco y nacionalista, no es únicamente el PNV, sino toda la nación vasca). El terror queda en segundo plano y la confrontación no se establece con ETA, sino con 'Madrid'. Aquélla es un adversario; España, el enemigo.

En sus dos vertientes, el nacionalismo sabiniano sigue fiel a otra enseñanza de Ignacio de Loyola: para alcanzar los objetivos buscados es preciso ejercer previamente el control de las designaciones, esto es, etiquetar con una terminología propia las claves del problema vasco de acuerdo con la doctrina que se profesa. Sabino Arana percibió muy pronto esta dimensión de poder en el lenguaje, al no estar en condiciones de servirse del euskera como vehículo de su proyecto, dado el conocimiento minoritario de la lengua originaria entre los vascos. Inventó así un castellano abertzale, con palabras y ortografía euskerizadas, cauce de la hegemonía propia y elemento para definir el círculo de los enemigos. En los últimos tiempos, ese ejercicio de control de las designaciones ha sido llevado al extremo por todos los sectores del nacionalismo, permitiendo, de un lado, una comunicación política por consignas y palabras mágicas que, como los mantras tibetanos, fijan la identidad del campo abertzale y la subordinación del otro al aceptarlas, y por otra parte permiten un saludable enmascaramiento de los fines políticos asumidos desde el Pacto de Lizarra, disfrazados de inocentes pretensiones que todo demócrata debiera suscribir. ¿Qué puede haber más razonable que 'un pueblo' reivindicando su 'territorialidad' para configurar 'un marco vasco de decisión'? Si el destinatario quiere escapar a semejante trampa, no tendrá otro remedio que desmontar todo el tinglado, recordando que nunca ha habido en la historia un pueblo vasco unificado ni que aspire mayoritariamente a la unidad, que 'la territorialidad' ha sido siempre división en varias unidades administrativas y entre dos Estados, y que superarla creando 'un marco vasco de decisión' supone, por un lado, un irredentismo impresentable en la Europa del 2000, y por otro, ignorar las preferencias políticas de los ciudadanos vascos contrastadas elección tras elección y encuesta tras encuesta. Una situación que solamente podrá verse alterada ante la amenaza del terror de ETA, lo que PNV y EA debieran reconocer que no es ciertamente un aval democrático para la 'autodeterminación' (nueva máscara, con el 'soberanismo' para la secesión y la independencia de una entidad vasca de naturaleza mítica).

Estamos, pues, ante una deformación intencionada y sistemática del lenguaje, que alcanza de lleno a las dos palabras claves de propaganda nacionalista: paz y diálogo. Lo que su Gobierno dice buscar es ante todo la paz, y no hay, insiste Ibarretxe, otro camino para la paz en Euskadi que el 'diálogo', pero a este mantra hay que ponerle comillas, porque a su vez ese diálogo para la paz impone la autodeterminación (siempre eufemismos: 'La consulta al pueblo vasco para que decida su futuro'). Una autodeterminación ejecutada sin duda bajo control de ETA (pues es condición sine qua non la presencia de HB en la mesa a constituir 'sin límites ni exclusiones') y bajo la guía del Gobierno nacionalista sin participación de instancia exterior alguna ('marco vasco de decisión'). ¿Lealtad al punto de partida estatutario? ¡No faltaba más! El Estatuto sirve para legitimar el protagonismo del lehendakari y de su Gobierno abertzale al frente del proceso. Las fórmulas jurídicas ya llegarán.

De ahí que la propuesta aparentemente pacifista de Ibarretxe en el Kursaal viniera, no a potenciar el objetivo de la paz, sino a subordinarlo de forma indisoluble a la puesta en marcha de un proceso de secesión, saltando por encima de las instituciones legalmente establecidas. Ha tejido así una tela de araña destinada a atrapar a los demócratas vascos, nacionalistas incluidos, acentuando la huida hacia adelante que el PNV emprendió a partir de su acuerdo con ETA en el verano del 98. Pero en el Kursaal quedó claro que la capacidad de captación de su propaganda estaba agotada. Insistir sin resultados era exponerse al ridículo. Así que más valía proclamar que si no hay 'diálogo' es porque los otros no quieren y hacer del propio fracaso signo de virtud política, tratando en una campaña electoral de ganar a codazos la posición -en términos baloncestísticos- de la defensa por el 'diálogo' de la ansiada paz.

Un antiguo proverbio vasco reza: 'Atean usso, ichean otso, alavicicaria gaixto', 'Puertas afuera, paloma; por dentro, lobo; vivir así es malo'. Para Euskadi y para el propio PNV. A los ciudadanos vascos toca ahora lograr la rectificación.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense.

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