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Rusia presenta a la OTAN su plan de defensa antimisiles

El general Leonid Ivashov, látigo de la OTAN durante la crisis de Kosovo, fue el encargado de explicar las tres fases del plan ruso. La primera consistiría en una conferencia internacional de expertos para determinar si, en realidad, existe o no una amenaza real de ataque contra Europa con misiles no estratégicos. Si la conclusión es que sí, se buscarían los medios políticos para conjurarla sin recurrir a la fuerza. Y si ese intento terminase en vía muerta, se estudiaría el despliegue de un sistema anticohetes, con 'elementos móviles a desplegar en las direcciones más amenazantes, para cubrir objetivos clave', pero no específicamente diseñado para proteger 'el conjunto del territorio' del continente o parte de él.

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Rusia ni siquiera admite aún que haya necesidad de instalar ningún escudo espacial, pero Robertson (que invitó a Putin a dirigirse en Bruselas a la plana mayor de la OTAN) prefirió en cambio interpretar la posición rusa de otra forma: como que el antiguo enemigo de la guerra fría ha presentado su propuesta (algo impensable hace tan sólo unos meses) porque está de acuerdo en que existe una amenaza común. En cualquier caso, la OTAN la estudiará.

Lo que Putin y sus colaboradores intentaron ayer fue, tal vez, convencer a Europa Occidental de que en este asunto sus intereses están más cercanos a los de Rusia que a los de EE UU. Pero una cosa son las reticencias europeas sobre el escudo espacial y otra muy distinta poner en cuestión la solidaridad interatlántica clave de la existencia de la OTAN. Estos días, el liderazgo ruso muestra tan pronto el palo como la zanahoria con el objetivo de que George Bush y sus halcones no den por hecho que Rusia, reducida a una potencia económica de tercer orden, tragará con lo que decida Washington. Putin quiere hacer valer el peso de sus 7.000 cabezas nucleares.

Advertencias

El lanzamiento de misiles de corto y largo alcance, las advertencias de que se preparan respuestas (incluso 'asimétricas') al plan de EE UU y el rechazo rotundo a modificar el tratado de antimisiles balísticos (ABM) de 1972, al que se presenta como piedra angular del desarme, no significan que el acuerdo sea imposible, sino que se quiere vender cara la piel del oso.

En ocasiones, los dirigentes rusos han hecho notar que la expansión de la OTAN a países de la antigua URSS supondría cruzar una 'línea roja' que obligaría a una contundente respuesta. Letonia, Lituania y Estonia están ya en lista de espera, aunque ésta promete ser larga. Putin y Robertson trataron ayer, por supuesto, de la ampliación, y el secretario general de la Alianza declaró que ésta tendrá en cuenta las inquietudes rusas.

Cabe suponer que Putin se las hizo notar, pero ayer era día de diálogo y, al menos en público, destacó que su huésped (al contrario que algunos altos cargos norteamericanos) no ve ya a Rusia como el 'imperio del mal'. El nuevo jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, aseguró hace días que Rusia 'es parte del problema' que obliga a EE UU a planear su escudo antimisiles.

El congresista norteamericano Curt Weldon aseguró ayer en Moscú que es portador de un mensaje verbal de Bush a Putin en el que le ofrece trabajar conjuntamente en la defensa antimisiles. La respuesta llegó a través de fuentes diplomáticas y militares citadas por la agencia Interfax: no, gracias. Motivo: que esa colaboración serviría de justificación a EE UU para arruinar el ABM, le permitiría utilizar tecnologías rusas antimisiles de las que ahora carece, podría arrastrar a Rusia a un rearme ofensivo y defensivo letal para su economía y suscitaría el recelo de China, India y otros países.

El secretario general de la OTAN, George Robertson, y el presidente ruso, Vladimir Putin, ayer en Moscú.
El secretario general de la OTAN, George Robertson, y el presidente ruso, Vladimir Putin, ayer en Moscú.

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