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Columna
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Historia

Dice Pere Bessó, el poeta que aprendió la lengua de su otro país para estar completo, que me ocurre como a Juan Gil-Albert, que escriba de lo que escriba siempre acabo hablando de mí mismo. Lo dice sin recriminaciones, como un cronista. Eso nos ocurre a los vanidosos, a los de ego fuerte, a los iluminados, o, simplemente, a los que ya hace tiempo que nos estamos haciendo mayores. Cuando con varios días de antelación se despliega la conmemoración del 20 aniversario del fallido golpe del 23-F, se me despierta el criticable ego, y aprovecho la fecha para volver sobre una reflexión ya antigua; después hablaré de mí, para no defraudar a mi admirado amigo y poeta. Y que todo vaya al cesto del dossier de lo inacabado que los cronistas ordenan ahora para que nuestra perplejidad continúe. Aquella tarde estaba viendo en la TV la votación de investidura, cuando Tejero me sacó del aburrimiento pistola en mano. Avisé a mi gente de que estaba pasando algo grave. Puse la radio. Llamé a mis amigos desde un teléfono amigo. Menos de una hora después, me puse en contacto con mis compañeros del Consell de Síndics de l'Agrupació Borrianenca de Cultura, para que estuvieran atentos y, si se confirmaba lo peor, se llevasen todos los papeles de la sede de la entidad, y las senyeras del País y de Borriana, cosa que hicieron. Les di un teléfono. Después llamé a varios partidos y sindicatos. Sólo contestaron en CC OO. Puse en contacto a mis amigos de la ABC con CC OO. Llamé a muchos sitios y no encontré a nadie. Le expliqué a un muy amigo y compañero que yo no estaba dispuesto a esperar a que nadie me llevase a una plaza de toros o a un estadio, y me tranquilizó. Esperé alguna llamada que me indicase si había que hacer algo. Pero no hubo nada. De pronto empezaron a pasar tanques por Cardenal Benlloch mientras el silencio y el miedo se palpaban detrás de las ventanas. Nadie salió en ninguna parte a decir nada. Y ese fue mi drama durante muchos años. Si el golpe llega a triunfar, a la mañana siguiente se hubiera detenido a mansalva. Estábamos desprevenidos, huidos, mudos. Y como duró pocas horas, nada se llegó a notar. No fue, como ya se ha escrito, una noche para héroes. Cuando el Rey apareció con su uniforme verde oliva, ojeroso y grave a decirnos que había llamado al orden a los sublevados, entendimos que ya era hora de dormir. Nueve meses más tarde, casi con la exactitud que la biología a veces no cumple, nació Melissa, que ahora tiene diecinueve años y unos meses. Cuando este verano, por una de esas casualidades que se presentan sin pensarlo, en el Village del Puerto de Castellón, donde se reunían los participantes de las regatas y los invitados de algunos barcos participantes, el Rey de España y algunos miembros de la tripulación del Bribón se sentaron en la mesa contigua a la nuestra a degustar un plato de paella a media tarde, esperando el momento de la entrega de trofeos, le dije a María Jesús que ese era un buen momento para decirle al Rey, cuya conversación en inglés oíamos perfectamente desde nuestro sitio, que aquella noche del 23-F nos fuimos a dormir después de verle y escucharle en la TVE, y que nuestra hija pequeña nació nueve meses después, y que se llama Melissa, que es como se sabe, el precioso nombre de una planta de propiedades tranquilizantes, llamada también Tarongina. Pero María Jesús dijo que por favor que no, que se lo dijera en otra ocasión, cuando fuera president de la Generalitat, o algo... Así que, perdí la ocasión y tendré que esperar.

Vicent.Franch@eresmas.net

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