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El donjuanismo femenino

El título con que encabezo este artículo es un homenaje a la escritora Elena Soriano, desaparecida hace unos años, que publicó en los meses pasados con carácter póstumo un libro del mismo rótulo. Es una magnífica escritora, con una vocación literaria poco común y a la que no se ha hecho la debida justicia, lo que en su caso es doblemente penoso por tratarse de una pionera en los planteamientos del feminismo que ahora está tan en boga. Aquí invoco su recuerdo para detenerme en algunas consideraciones sobre dicho movimiento que, en gran parte, están inspiradas en la lectura de su libro.

Un enfoque de la situación actual del feminismo exige que tracemos a grandes rasgos las principales etapas de su evolución. Como es bien sabido, los orígenes del movimiento están en los planteamientos de las sufragistas inglesas, que, inspiradas por los principios de la Revolución Francesa -el nombre de Mary Wollstonecraft resulta inevitable-, se concentraba en la reivindicación política del sufragio universal; resulta en verdad irrisorio y humillante llamar así al derecho de voto que sólo tenían los hombres. El movimiento adquirió fuerza a principios del siglo XX hasta conseguir, en las décadas de los veinte y los treinta, que el sufragio femenino adquiriese carta de naturaleza en todas las constituciones de los países civilizados. Pero fue sólo después de la Segunda Guerra Mundial cuando el feminismo amplió el radio de sus reivindicaciones. Aquello que en principio había sido sólo una reclamación política se convirtió en un movimiento de amplio alcance. Desde el punto de vista jurídico, el movimiento se propuso una equiparación total de derechos entre el hombre y la mujer. Es el movimiento de los derechos civiles, que si en Estados Unidos se vinculó al de las minorías raciales, en Europa tomó cuerpo en mujeres de amplia formación jurídica, lo que culminó en profundas transformaciones del Código Civil. La piedra angular de la supremacía del varón, que había sido la patria potestas, se vino abajo, lo que, unido a la emancipación económica y laboral de la mujer, imprimirá un profundo cambio social, con incidencias de gran calado en las relaciones de pareja y en la estructura familiar. Se pasa así del cambio político -derecho al voto- al cambio jurídico -igualdad ante la ley-, en un proceso de equiparación creciente entre el hombre y la mujer.

En forma paralela a la reivindicación política y jurídica, surgió una reflexión teórica y filosófica sobre la mujer que se plantea su papel en la sociedad desde los nuevos presupuestos; entre las manifestaciones más relevantes de este planteamiento están los libros de Simone de Beauvoir, El segundo sexo (1949), y el de Betty Friedan, La mística de la femineidad (1963), pero los dos, siendo muy distintos en su contenido, se inspiran en el mismo principio de igualdad. El equivalente de estos textos en España es la Crítica de la razón patriarcal (1985), de Celia Amorós, que tiene la ventaja de hacer una reivindicación explícita del principio de igualdad con estas palabras: 'El discurso ilustrado de la igualdad tiene la ventaja indudable de librarse de las ambigüedades, de ser directamente incisivo e irrenunciablemente reivindicativo, de tener un punto de referencia polémico claro al manejar en la discusión términos precisos como los de superioridad e inferioridad para establecer las impugnaciones de las definiciones patriarcales'.

La consecuencia de emplear esta perspectiva -igualdad y equiparación- es el triunfo absoluto del modelo masculino. La figura del varón se impone con un peso abrumador en el proceso de emancipación; si las primeras feministas tenían a gala el fumar y usar pantalones o conducir coches, no pasan muchos años sin que se den pasos más radicales en la misma dirección: soltar tacos, acceder a labores policiales o participar en las guerras y conflictos armados. El hecho es que los valores propios de la femineidad que podrían enriquecer un mundo excesivamente masculinizado brillan por su ausencia, y sólo los planteamientos de una 'filosofía de la diferencia' podrían paliar algo la situación, aunque la verdad es que poco se ha avanzado en este aspecto. El movimiento de emancipación de la mujer bien podría ayudar a liberar energías dormidas de la sociedad que mucha falta están haciendo en un mundo alienado y deshumanizado.

En los últimos tiempos, y en la misma dirección -hablo sobre todo de España-, ha cobrado fuerza eso que la autora citada al comienzo de este artículo llamó el donjuanismo femenino, ámbito en el que determinadas actitudes machistas han contagiado a la conducta de la mujer con respecto al hombre. Se trata de un comportamiento mediante el cual la mujer se convierte en seductora de hombres para después manipularlos a su antojo. Es la figura de Doña Juana, mediante la cual ésta se convierte en burladora de hombres de la misma forma que Don Juan ha sido tradicionalmente burlador de mujeres, salvo que encuentre una intercesora, como doña Inés en el caso del Tenorio, que reconvierte al amado. Esas mujeres, que juegan con los hombres a los que previamente han seducido, se convierten en malas imitadoras de un donjuanismo por el cual encarnan los peores vicios de cierta forma de entender la masculinidad.

El movimiento de liberación de la mujer, que debería conducir a una potenciación de los valores femeninos y de su plasmación en realizaciones prácticas de alto contenido social y humano, se convierte en un instrumento de degradación personal. En lugar de enriquecer la relación de pareja y hacer de ella un gozoso encuentro para la mutua perfección y mejora, la mujer liberada utiliza la nueva conquista para dominar al varón y sojuzgarlo en función de su placer o sus intereses, invirtiendo así la actitud tradicional de un varón que sólo veía a su vez a la mujer como objeto de dominio.

Los niveles de libertad que el feminismo ha conquistado para la mujer deberían servir para que ésta tuviese la oportunidad de cultivar sus valores propios y específicos en cuanto tal, enriqueciendo así al conjunto de la sociedad. Desde este punto de vista, el feminismo representa una autocrítica de la especie humana que sólo ha visto desarrollarse en el transcurso de los siglos la mitad de sí misma. Y por eso, el movimiento feminista bien entendido constituirá una etapa en el proceso de desarrollo de las potencialidades humanas. De aquí la conclusión de Celia Amorós en el libro antes citado: 'Sólo en la crisis de los valores masculinos y de los valores femeninos, en la medida en que son considerados tales en función de su dicotomía, como valores de los géneros, podrán surgir nuevos valores que serán, por primera vez, algo parecido a valores humanos'. Así el feminismo se convierte en factor de construcción de la totalidad humana; por el contrario, si hace un uso unilateral del mismo de acuerdo con los planteamientos del donjuanismo femenino, el feminismo es un instrumento de degradación. Éste es un peligro que hoy veo vigente en amplios sectores de nuestra sociedad.

José Luis Abellán es catedrático de la Universidad Complutense de Madrid.

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