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Columna
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La obra de Lendoiro

Santiago Segurola

La reciente historia del Deportivo es quizá la más fascinante del fútbol español, pues ningún otro club se ha atrevido a atacar el viejo sistema de clases con tanta energía y descaro. La nueva generación de aficionados puede pensar que el equipo gallego es un clásico en el gotha de la Liga, donde acompaña a la vieja aristocracia que encabezan el Real Madrid y el Barcelona.

Para los que han visto al Deportivo perturbar la hegemonía del Madrid y del Barça habría que recordar que se trata de un equipo indefinido durante décadas. Más que ningún otro, el Deportivo acuñó la expresión 'equipo ascensor': vagaba entre Primera y Segunda como se transita por el limbo. Estaba en el fútbol para acompañar, para servir de lanzadera a jóvenes prometedores que harían historia. Nadie soñó en mantener a Luis Suárez o Amancio en el Depor. No era su papel. Lo suyo era aceptar su histórica condición de modesto.

¿Cómo se puede hablar en estos términos de un equipo que ha conquistado una Liga y una Copa, que ha estado a un milímetro de ganar otra Liga y ha disputado repetidas veces la Copa de Europa, que acaba de vencer en el Camp Nou y que se dispone a desafiar el próximo sábado al Madrid? Bien, toda esta saga de éxitos se ha producido por obra de un hombre que rechazó las ideas convencionales y decidió convertir al Deportivo en una potencia del fútbol español.

Hace diez años, el club estaba a un paso de descender a Segunda B. No era la mejor posición para lanzar un mensaje ambicioso. Su único capital era un juvenil zurdo que estaba destinado a seguir los pasos de Amancio y Suárez. Diez años después, Fran sigue en el Deportivo. Lo decidió Lendoiro contra viento y marea, como también que habían terminado las horas amargas.

Lendoiro tuvo lo que es raro en el fútbol: una idea y la ambición de llevarla a cabo. Su idea pasaba por sacar a su club de la miseria y convertirlo en un grande. Le tacharon de iluso y megalómano, pero todo lo que hizo tuvo sentido y precisión. Mantuvo a Fran, contrató por sorpresa a Bebeto y Mauro Silva, convenció a los descreídos, generó el entusiasmo de una ciudad que sentía más pasión por el hockey sobre patines que por el fútbol, abanderó la causa de un estadio sin pista de atletismo y comenzó a cobrar dividendos.

Es lo que pasa cuando hay un proyecto firme en la cabeza de los dirigentes. Un club que no sabía su lugar en el fútbol comenzó a crecer al amparo del contundente proyecto de Lendoiro, que no era filfa. Estuvo listo incluso cuando patinó y formó una ONU indigesta. Corrigió su error, dio el necesario toque español al equipo y nunca olvidó que los grandes clubes están hechos con los mejores jugadores. De Bebeto pasó a Rivaldo y de éste a Djalminha, futbolistas que ganan partidos y venden entradas. Todo lo que parecía imposible en 1990 es perfectamente posible ahora mismo. El Deportivo es un grande indiscutible, y el mérito corresponde al hombre que lo construyó. Lendoiro.

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