Conspiradores
Atilano, tras varios días de delirio etílico, llegó a su choza, agotado, recostó el cuerpo en el jergón y soñó:
El cónsul electo paseaba, inquieto, por los jardines de su casa sin que la dulce brisa de las alturas, la rumorosa fuente ni el canto de la esclava acompañado por música de lira, lograse dar reposo a su cabeza de prócer.
En esas andaba cuando un sirviente se acercó. A respetuosa distancia anunció la visita de unos prohombres y, al oído, murmuró un apelativo que sólo Cayo pudo escuchar, pero que dibujó una sonrisa en su cara, súbitamente libre de tormento, más alegre todavía, cuando entraron en el jardín los señores que aguardaba.
-¡Salve, Cayo!- saludaron al unísono.
-¡Salve- contestó, antes de hacer pasar a la visita a su despacho donde les esperaba el mismo criado, con vino y algunas escudillas repletas de manjares, ante las que se reclinaron para empezar a conspirar, que era a lo que habían venido.
-Como sabéis, ¡Oh patricios!, estoy un poco más que harto de que en el hemiciclo y fuera de él se metan tanto conmigo y los míos. Si digo blanco, ellos negro; si carne, pescado. Por eso he decidido conspirar y hacer la puñeta con cualquier tontería que se nos ocurra, que ya está bien.
Después del parlamento, un silencio espeso se hizo en la sala. De pronto uno de ellos sugirió:
-Podemos decir que nuestro jefe máximo ya no va a darse besos de tornillo con el suyo. A ver como se ponen.
-No, no. Algo más fuerte. Que alguien diga una burrada y se la endosamos a ellos.
No tardaron en hallar la frase pérfida por la que brindaron entre soeces carcajadas antes de salir cada uno a soñar con su perfidia, durmiendo a pierna suelta como buenos malvados que eran.
A los pocos días, estando reunida la crema de los próceres andaluces se oyó una voz: 'Los niños con los niños y las niñas con las niñas, que es donde deben estar'. Tras esa voz, los malos se levantaron señalando a uno de sus adversarios.
-¡Ha sido ese, que es un sexista como todos los de su partido! ¡ A los leones con él!.
Gran revuelo se formó en la Bética y aún más lejos. Más pronto el de la frase, que no era tan malo, presentóse en pública palestra, confesando su culpa. Lloroso y demudado ofreció su cabeza con gran regocijo de los oponentes que, capitaneados por su bello centurión y la de los pies rosados, no perdían comba y decían, la mar de chulos, que había una auténtica trama, que ésta era una página negra en la Autonomía andaluza. E incluso el comandante se adelantó varios siglos en el lenguaje proclamando que esto era un verdadero linchamiento.
El pueblo magno asistía al espectáculo y de momento callaba. Pero un día dirigióse al Hospital de las Cinco Llagas y tomó a los Padres y Madres de la Patria en andas y los distribuyó por los distintos puestos de frutas y verduras que había en los mercados de la capital a fin de que pudiesen seguir con lo suyo.
En el Parlamento, colocaron los ciudadanos a gente que de verdad se dedicase a ganar el pan, legislando.
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