El niño pródigo de don Ramón
Bartolín, antes de que lo secuestraran sus propios fantasmas un día de mayo de 1998, pertenecía con todos los derechos feudales a la Casa, un anacrónico espacio medieval regido por los fueros de don Ramón Palacios, alcalde de La Carolina (Jaén). Al contrario que los demás niños, cuando Bartolín amenazaba a sus compañeros de colegio con que si no lo obedecían se lo diría a su padre, que era amigo de Arias Navarro, de Manuel Fraga, de don Ramón y de otros muchos señores poderosos no mentía del todo. Bartolín pertenecía por derecho natural al feudo de don Ramón y esta circunstancia le procuró ciertos privilegios a cambio de un discreto y ocasional vasallaje: montar el belén por Navidad, cortar el césped o limpiar el polvo de los automóviles.
Aún gastaba pantalón corto y Bartolín, como hijo del chófer del alcalde y señor de La Carolina, ya se jactaba delante de sus iguales de que pertenecía al extraño linaje de don Ramón y en los momentos más solemnes advertía de que hablaba en nombre del señor de La Carolina, lo que causaba el natural estupor aunque fuera siempre mentira. En cambio, era verdadera la inclinación paternal de Ramón Palacios hacia el primero de los cuatro hijos de su chófer y que el pequeño, cuando en la Casa organizaba batidas de perdices, correteaba de aquí para allá entre las escopetas ilustres.
Bartolomé Rubia, cuando dejó la escuela a los 14 años, decidió continuar en la servidumbre de don Ramón y hacer carrera. Ramón Palacios, en un rapto de sensatez, decidió que el futuro de aquel niño de ojos eclipsados estaba en la política y, dicho y hecho, lo ascendió a presidente local de las Nuevas Generaciones del PP y más tarde a secretario de Política Rural de los jóvenes conservadores andaluces.
Tales responsabilidades le permitieron subsistir al tiempo que, bajo la sombra de la Casa, alimentaba la experiencia. Ramón Palacios estaba convencido de que su pupilo sería un excelente político. Por eso le procuró una formación excelente. Nuestro Bartolín, antes de que sus espectros interiores lo raptaran de manera vergonzosa y pulverizaran su carrera, solía viajar a Madrid con don Ramón los domingos y compartir en un palco del Santiago Bernabeu la emoción de los goles con el hijo de José María Aznar. El aprendizaje, como se ve, no era cosa de risa. Bartolín tocaba el cielo y su padrino estaba convencido de su valía y aplicación.
Así que llegadas las elecciones municipales de 1994 don Ramón intercedió para que apareciera en las listas del PP y, cuando obtuvo la victoria, le endosó la delegación municipal de Juventud y Deporte y un sueldo de veinte mil duros más primas de asistencia que bastaba para costear las juergas y algún capricho extemporáneo.
Bartolín se mantuvo en la línea de salida hacia la alta política hasta que se cruzaron en su vida los aciagos accidentes de finales de mayo de 1998. Es verdad que cada cual tiene sus propios fantasmas, pero los que crió Bartolín en su mollera eran más contundentes y mandaban tanto como el propio don Ramón.
Los espectros se le desmandaron un 28 de mayo; a la salida de su casa las sombras que él había nutrido en su propia imaginación le pusieron una pistola en la barriga, lo subieron a un taxi, lo llevaron a la estación y allí tomaron un tren camino de San Sebastián. Una vez en Euskadi lo metieron en una furgoneta y le colocaron una bolsa en la cabeza pero como los hérores de las películas aflojó las ligaduras y aprovechando que los secuestradores discutían huyó y consiguió liberarse. Bartolín apareció, nadie sabe cómo, en Irún, y allí aprovechó y reivindicó su propio secuestro. Medio país quedó perplejo con aquella retención fantasmagórica que ahora, cuatro años después, lo ha conducido ante un tribunal bajo la acusación de rapto simulado.
Desde aquellos nefastos días Bartolín, aunque sigue perteneciendo a la Casa, ha caído en desgracia. Su propio padre, tras 30 años al servicio del señor, fue confinado a las cocheras, donde se ocupa de la limpieza de los automóviles, pero ya no conduce. Bartolín tuvo que dejar el PP y pasar al grupo mixto y, por ende, perder los veinte mil duros. Para subsistir, el ahijado de don Ramón ha tenido que vender libros de puerta en puerta hasta que el padrino, con un rasgo de cortesía caballeresca, le ofreció hace tres meses un trabajo en una fábrica metalúrgica.
Pero Bartolín no ha claudicado. Pese a las adversidades, sigue rodeado de amigos y cada fin de semana actúa de pinchadiscos en la discoteca Wilford de La Carolina. También mantiene, frente a cualquier adversidad, su apego por las tradiciones. Sin ir más lejos, hace una semana, la víspera del juicio, estuvo ensayando coplillas de carnaval con su chirigota, bautizada Por Amor al Arte. Dicen que una de las chuflas hace referencia a su secuestro. Bartolín es ya leyenda.
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