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Tribuna:DEBATE | El futuro de las pensiones
Tribuna
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Hiperrealismo total

Hace unos días, en Arco, una estupefacta visitante no encontraba mejor manera para expresar su admiración ante uno de esos cuadros en los que se pueden leer hasta las matrículas de los diminutos coches que forman parte del paisaje urbano, que desprenderse de la contundente frase que da título a este artículo. Todo lo relativo a las pensiones se presenta en la actualidad con una finura de trazo tan deslumbrante que casi daña a la vista. La situación del sistema de pensiones en España, hoy, es muy buena: suficiencia financiera, más de dos cotizantes por cada pensionista, visibilidad del fondo de reserva a través de las aportaciones recientes y continuidad en los próximos años sin temor a que las cosas cambien demasiado, salvo que se iniciase una recesión severa en la Unión Europea.

Pero estos perfiles tan finos y brillantes, hiperrealismo total, no deben impedirnos la contemplación de las gruesas corrientes que determinan el soporte a largo plazo de nuestro sistema de pensiones. La demografía tan adversa que se anticipa es únicamente la cresta sobre la que cabalgan otros problemas del Estado de bienestar en España y en el resto de Europa y no hay que esperar tranquilamente a que estalle la llamada bomba demográfica. Parafraseando al Nobel de Economía, Franco Modigliani, la espoleta de la bomba demográfica es muy larga, pero la espoleta de la antibomba de las reformas necesarias es aún más larga.

En el debate en curso quedan pocas ideas nuevas por arrojar encima de la mesa. Lo que sí sorprende es que algunas tarden tanto en convertirse en realidad. No repetiré, pues, lo que llevo diciendo o escuchando varios años. Lo que sí haré es apuntar nuevas perspectivas fruto de recientes conversaciones con diversos colegas. Empezaré por aludir a un caso paradigmático: el caso holandés. Es bien conocido el milagro del mercado de trabajo y el crecimiento resultante. Respecto a las pensiones, su sistema de capitalización ha conseguido que las pensiones públicas no constituyan un peso sobre el PIB nacional, ni hoy ni mañana. Tampoco tiene Holanda un problema excesivo de envejecimiento; pero tiene un sistema de bienestar público tan generoso que el holandés medio recibe, desde que nace hasta que muere, unas prestaciones (educación, sanidad, desempleo, pensiones...) cuyo valor presente es mayor que el de los impuestos y cotizaciones que paga en toda su vida. Cuando las cosas son así, poco importa la demografía. El sistema será insuficiente siempre. Es más, como en el tren de cercanías, cada nuevo entrante agravará la deuda que, tarde o temprano, pasará a ser del tipo bola de nieve. Todo esto se agrava si los gastos sociales crecen más que el PIB, con lo que el crecimiento de la productividad sería contraproductivo.

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Si las cosas son también así en España, lo que convendría estudiar, la ansiada mayor fecundidad no podría ser peor negocio. La clave para entender por qué, sin embargo, nos ha de preocupar tanto la baja fecundidad radica en que para el sistema de pensiones sí sabemos que es mala cosa la falta de brazos. Mejor negocio sería la inmigración, ya que los gastos educativos y parte de los gastos sanitarios habrían sido pagados por otros, mientras nuestro sistema recibiría la mayoría de impuestos y cotizaciones de ciclo vital de un inmigrante representativo. No necesito decir que este argumento para defender la inmigración me parece de un cinismo abominable; pero lo digo.

Frente a la mayoría de los países de la UE, España aumenta el retraso en la reforma de las pensiones, tanto por la modestia de las medidas que se adoptan aquí como por la ambición de las que adoptan en otros países. Entre las cuestiones a las que se debe prestar atención inminente se encuentran la de la eliminación de la asimetría en la corrección por desviaciones de la inflación. Este error cuesta muchos cientos de miles de millones, en valor presente, cada vez que la inflación registrada queda por debajo de la prevista. Bastaría con revalorizar las pensiones por inflación registrada pasada. A diferencia de lo que sucede con los salarios, ello no dispararía la espiral de precios. A cambio, la jubilación flexible parece claramente apuntada en la agenda del Gobierno, pero sería bueno que, además de proporcionar nuevas opciones a las empresas y a los trabajadores, sirviera para retrasar la edad efectiva de jubilación.

Refiriéndome, para finalizar, a las pensiones complementarias de capitalización, que deberían generalizarse como sustitutivas, los aspectos relativos al excesivo coste de las rentas vitalicias deberían preocuparnos a todos. Hoy, apenas hay pensionistas del sistema complementario, y aún menos que dediquen los capitales recibidos a comprar una renta vitalicia. Pero dentro de dos lustros habrá muchos beneficiarios de pensiones complementarias y éste será un problema de primera magnitud. La razón por la que la gente quiere rentas vitalicias es porque no hay otra manera de evitar que uno sobreviva a sus ahorros. Con todo lo admirable que un producto tal pueda parecer, el problema es que la traslación del riesgo a las compañías de seguros es total y éstas se cubren aplicando tablas de mortalidad sesgadas a su favor o cobrando costes elevados por esos productos. Por otra parte, si las rentas vitalicias son caras debido a problemas de incertidumbre y selección, para edades muy elevadas, y no al poder de colusión de las compañías de seguros o a lo raquítico del mercado, hay un caso genuino para una intervención del Gobierno focalizada en las edades más avanzadas y no a partir de los 60 años, como en la actualidad.

Creo, en suma, que nuestro país ha avanzado muy poco en la reforma sustantiva de su sistema de pensiones públicas. He aludido a aspectos menos conocidos, pero no menos importantes, y puesto que las nuevas cuestiones se acumulan, más valdría ir resolviendo las viejas. El mero paso del tiempo podría resolver algunas de ellas, pero no todas.

José A. Herce San Miguel es director de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (www.fedea.es) y profesor titular de Economía en la Universidad Complutense de Madrid (www.ucm.es).

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