'Blues' bancario japonés
A poco más de un mes para el cierre del ejercicio fiscal, las autoridades económicas japonesas no saben cómo hacer frente a las abundantes y profundas vías de agua que presenta el barco financiero de la otrora potente economía japonesa. Especialmente, los esfuerzos parecen centrarse en tratar de inyectar optimismo, y sobre todo órdenes compradoras, en la Bolsa de Tokio, cuyo índice más representativo, el Nikkei, flirtea peligrosamente en las cercanías del nivel 13.000; es decir, estaría de nuevo en los mínimos de la década alcanzados en el fragor de la crisis financiera de 1998 y, por supuesto, muy lejos de los casi 40.000 con que iniciaba la década de los noventa.
Más allá del manido argumento de si el milagro japonés de los años ochenta era un coloso con pies de barro, conviene recordar los numerosos dislates cometidos en las diferentes ramas de la política económica, fiscal, monetaria y sobre todo financiera, cuyo principal exponente sería la gestión de la crisis bancaria, cuyo epílogo puede estar aún por escribirse.
Los resultados bancarios en Japón ponen en peligro el pago de dividendos a las acciones preferentes
En política fiscal cabe recordar el inmenso error que supuso, allá por 1996, incrementar la imposición indirecta, ahogando una incipiente recuperación del consumo interno, y que ya nunca más ha vuelto a responder a los intentos de estimularlo mediante paquetes de gasto público, sin efecto multiplicador alguno. Tampoco la política monetaria ha sido especialmente habilidosa ni, lo que es peor, capaz de transmitir confianza y credibilidad. La última, esa elevación del tipo en el pasado verano, para seis meses después, y tras constatar que en el tercer trimestre fiscal japonés la economía ha experimentado una severa contracción de su producto interior bruto, verse obligado a un nuevo descenso.
Pero donde sin duda la gestión ha sido más nefasta es en la conducción de la crisis bancaria que estalló en 1998. La única respuesta a la misma fue aprobar un paquete de apoyo financiero al sector de unos 70 billones (de 12 cifras) de yenes -es decir, más del 10% del producto interior bruto japonés-, y que viene a ser cercano, en esos términos relativos, a lo que han costado otras crisis bancarias que en el mundo han sido, como Estados Unidos, Suecia, México, Venezuela o, la más cercana, tanto en el tiempo como geográficamente, la vecina Corea, también en 1998. En todos éstos, y otros muchos, la crisis bancaria se resolvió mediante aportación pública, pero al tiempo que se producía una auténtica catarsis en las entidades financieras recapitalizadas, con importantes reajustes de capacidad, depuración de activos y sobre todo cambio radical en los esquemas -y responsables- de gestión. Nada de eso ha ocurrido en Japón, o por lo menos nada de lo último; la gestión ha seguido en las mismas manos y con los mismos criterios.
Con esa norma, y un Nikkei que ha caído más de un 30% en un año, los resultados bancarios del ejercicio fiscal a terminar en poco más de un mes están seriamente amenazados, y bien pudiera darse el caso de no poder pagar dividendos a las acciones preferentes en que se materializó la inyección de dinero público, en cuyo caso esas acciones se convertirían en ordinarias; es decir, una nacionalización retardada. Más grave, si cabe, sería el adverso efecto sobre el ya de por sí reducido coeficiente de solvencia, que está atenazando la capacidad de afrontar nueva inversión crediticia y produciendo una situación de credit crunch: en los tres últimos meses, el crédito al sector privado registra una variación interanual del menos 2%; y no será porque las empresas no demandan crédito, pues se ha duplicado el número de compañías que juzgan demasiado rígida la política de concesión por los bancos.
Ángel Berges y Marianela Moreno son, respectivamente, socio y analista de Analistas Financieros Internacionales.
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