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Columna
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Al fin

Una noticia alentadora, por fin, dentro de la desgracia. Y no es otra que el hecho de que el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) haya decidido castigar a la juez de instrucción número 5 de Alcobendas (Madrid), María Carmen Iglesias, por considerar que cometió una falta muy grave al desoír la docena de denuncias que interpuso en 1999 la joven Mar Herrero contra su ex novio. Consecuencia de esta actitud de la juez fue el asesinato de Mar. Su asesino la mataba por segunda vez: en el juzgado había sido despojada de su derecho a la vida.

Ya es hora de que estos habitantes de la caverna judicial (ellos y ellas: igualados en la ignominia), que deshonran su ministerio y a sus colegas decentes, empiecen a recibir de sus superiores el castigo que merecen. Habría que hacerlo retrospectivo y extensivo, incluyendo a aquellos jueces que deciden que una violación no es tal porque no ha habido penetración o a la víctima sólo le han introducido el dedo; o que aducen que el acusado sufrió la insoportable provocación de que ella vistiera minifalda; o que afirman que no pudo probarse que a la mujer no le gustara la agresión. O que se niegan a proporcionar amparo porque en el fondo piensan que la persona que se lo pide es una paranoica o, peor aún, porque creen, en su fuero interno de respetables jueces dueños de las vidas ajenas, que un par de hostias dadas a una mujer forman parte de la relación cotidiana entre sexos. 'Algo habrá hecho', se dirán, quizá.

Se me revuelven las tripas cuando me entero de sentencias como la que hace poco se produjo cuando a un padre que dejó embarazada a su hija y después la hizo abortar, después de haber mantenido relaciones con ella desde los 14 años, se le impuso sólo un castigo de falta leve. Porque no se pudo probar que la niña no consintiera: ya se sabe lo formadas que están estas zorritas a los 14 años, ya se sabe que los padres no coaccionan. Lástima que papá no se pusiera siempre un condón: de haberlo hecho, el juez ni siquiera le habría sancionado levemente.

Esta decisión del CGPJ arroja una leve luz de esperanza para quienes deseamos que la justicia defienda a los débiles. Que no decaiga. No sólo de Garzón vive la señora de las balanzas.

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