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En recuerdo de Francisco Tomás y Valiente

Antonio Muñoz Molina

A la persona y a la obra de Francisco Tomás y Valiente les debemos una lección suprema sobre el valor de las leyes. Entre nosotros, el comportamiento y las palabras no siempre se corresponden entre sí, y hay presuntos maestros cuyo descrédito sería inmediato si a lo que dicen se confrontara lo que hacen. Francisco Tomás y Valiente, en su vida pública, se dejó guiar por los mismos principios de defensa de la legalidad democrática que explicó tan luminosamente por escrito, y a su tarea de jurista unió con claridad admirable la de pedagogo, en el sentido más noble de la palabra. Del mismo modo que las tiranías se basan en la ignorancia de los muchos, la democracia no puede sostenerse sin la educación en los valores que nos convierten en ciudadanos. Tomás y Valiente sabía que en un sistema de libertades la calidad de las leyes no es completa si éstas no son percibidas como cosa propia por quienes han de defenderlas y cumplirlas: por eso el edificio de la legalidad se sostiene sobre la educación, que es la base del acuerdo voluntario, del contrato social que los ciudadanos establecen entre sí.

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Un maestro como Tomás y Valiente es imprescindible en un país donde ni las leyes ni el Estado tienen mucho prestigio, y donde la pillería con frecuencia recibe más aprecio que la rectitud. Recién salidos de una dictadura, considerábamos con razón que las leyes no eran legítimas, y que el Estado era un gran aparato de oscurantismo y opresión. A lo largo de los años, y con la ayuda de hombres eminentes e íntegros como Tomás y Valiente, el Estado se fue convirtiendo en la expresión de la legalidad democrática, y las leyes, empezando por la primera de todas, la Constitución, emanaron limpiamente de la soberanía popular, pero las actitudes hacia ellas no se fueron modificando en igual medida: un leninismo contumaz y fósil seguía viendo al Estado como la encarnación del enemigo de clase, mientras que para los radicales o los conversos al liberalismo económico más extremo el Estado era una antigüalla que entorpecía el dinamismo del Mercado. En cuanto a las leyes, en España no hay conciencia de que deban ser respetadas ni cumplidas, a veces ni por parte de quienes tienen más directamente encomendada esa tarea. Las leyes, para el extremista, son límites opresivos a la libertad. Para el sinvergüenza o el cínico, son espantapájaros que sólo impresionan a los tontos. Para quien gobierna, demasiadas veces, las leyes son obstáculos a su santa voluntad.

Tomás y Valiente, frente a los denostadores del Estado, lo defendió como el ancho espacio de lo público, como el instrumento para la salvaguarda de los derechos de la ciudadanía y para ese impulso de justicia e igualdad sin el cual no se sostiene una democracia. También enseñó, con su trabajo, con su comportamiento, con sus artículos de prensa, que las leyes son las formas que adopta el acuerdo mayoritario de los ciudadanos, no los límites opresores de la libertad sino la garantía de su ejercicio. El límite, nos recuerda Claudio Magris, es un atributo de la forma, la línea fértil que define la identidad de las personas y las cosas en el desorden del mundo.

En España, en ciertos medios que deberían ser algo más ilustrados, la demagogia del descrédito de las leyes, o incluso de su negación nihilista, sigue gozando de mayor prestigio que la defensa razonada de la legalidad, de la templanza pública, del respeto de unas ciertas normas sin las cuales lo que hay no es más libertad, sino barbarie. El Estado democrático no es el gran mecanismo de la opresión, sino la garantía de un cierto equilibrio entre los más fuertes y los más débiles, igualados ante la ley por la condición mutua de la ciudadanía. Por supuesto que el Estado comete abusos: precisamente para castigarlos están las leyes. Si dejan de cumplirse las leyes, quien sale perdiendo siempre es el débil, y la impunidad de quien abusa o actúa como verdugo es una afrenta más para la víctima. Tomás y Valiente también nos enseñó y nos dio el ejemplo de que en la democracia el cumplimiento de los deberes es tan necesario y tan sagrado como el ejercicio de los derechos. Que cada palo aguante su vela. El paso del tiempo agranda su ejemplo y hace más desolada y dolorosa su ausencia, más necesario su magisterio ilustrado de trabajo bien hecho y de ciudadanía.

Texto redactado para el homenaje a Francisco Tomás y Valiente, organizado por el Instituto de Cultura del Sur y celebrado ayer en el Ayuntamiento de Fuenlabrada.

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