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51º FESTIVAL DE BERLÍN

Continúan los días de ayuno de buenas películas

Prometía ayer algunas emociones Thirteen days, en la que el australiano afincado desde hace casi veinte años en Hollywood Roger Donaldson reconstruye las dramáticas jornadas, que cortaron la respiración del planeta, de la desquiciada crisis de los misiles de octubre de 1962. Pero esas emociones se crearon en simples y muy superficiales cosquillas a la memoria. Las figuras del presidente John Kennedy, de su hermano Robert y del asesor presidencial Kenneth O'Donnell, que ocuparon el ojo de aquel disparatado huracán político y militar, que por poco no condujo a la devastación de una guerra nuclear, llenan la pantalla, gracias a las competentes y creíbles composiciones físicas de Bruce Greenwood, Robert Culp y Kevin Costner, respectivamente. Pero lo cierto es que dentro de estas composiciones, aunque hay mucho oficio, no hay credibilidad de fondo, pues todo es hueco, celuloide de cartón piedra más a la medida de la pantalla de un televisor que de la pantalla de un gran festival internacional.

Le fate ignoranti, película italiana dirigida por el turco Ferzan Ozpetek, está a punto de salir del vuelo bajo y elevarse, pero no lo consigue mas que a ráfagas. Mueve una idea desencadenante con buenas posibilidades argumentales -una mujer feliz en su matrimonio que tras la muerte súbita de su marido descubre que éste era homosexual y tenía un amante-, pero el desarrollo del guión se queda muy por debajo de lo que promete.

Por su parte, el filme francés A ma soeur!, escrito y dirigido por Catherine Breillat, padece una fortísima cojera, un desequilibrio formal grave, y su extremada dureza sabe a fingida. El otro filme francés, Fèlix y Lola, dirigido por Patrice Leconte, es un ambicioso relato de amor que se queda alicorto, pues invita al espectador desde que arranca a vivir una sensación de estar envuelto en el halo que rodea a una mujer hecha de pequeños enigmas que luego, a medida que la película avanza, se convierten en puro vacío, por lo que crean una creciente frustración.

Boris Vian

Algo más riqueza y seriedad hay en la película japonesa Chleo, dirigida por Go Riju. Es una curiosísima, a ratos muy inteligente, adaptación de la célebre novela del escritor francés Boris Vian La espuma de los días, que se permite con legitimidad algunas importantes variaciones del texto literario original. Pero la película, aunque hay momentos en que se acerca a su estremecimiento, no llega a las alturas de la hermosa novela, no alcanza a expresar del todo su dolor, se pierde en excesos de rizos visuales, en juegos y contrastes de coloridos y de iluminaciones interiores, lo que a fin de cuentas desvía el ascético lirismo del relato de Vian hacia una evidente oquedad ornamental. Hay exquisiteces en la pantalla organizada por Riju, pero su tinglado formal es demasiado bonito y demasiado frágil.

La fragilidad formal y el jugueteo con el preciosismo perjudican también a la otra película japonesa en concurso, titulada Inugami, y escrita y dirigida por Masato Horada. Es un aparatoso relato de misterio y de luchas familiares, que tiene momentos de brillantez, pero que padece una sobrecarga de pequeños misterios que no conducen finalmente a un gran misterio, lo que les hace parecer pequeñeces inútiles. Pero aún nos lo pone más difícil el filme chino de Taiwan Betelnut beauty, dirigido por Lin Cheng-Sheng, que es un constante ejercicio de ambición inconclusa, un continuo y decepcionante querer y no poder. Y este querer y no poder es, por lo visto, contagioso, y se está convirtiendo día tras día en el rasgo definitorio de esta edición de la Berlinale.

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