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MUNDO FELIZ
Columna
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Moralina

Cuando leí hace tres días que nuestro flamante conseller en cap, Artur Mas, aseguró que, pese a adelantar los análisis a las vacas catalanas a los 24 meses de edad, 'no estaba justificada la alarma social' frente a un plato de carne de vaca, pensé de inmediato que había que ir con más cuidado que nunca. El pobre Artur Mas no tiene la culpa de que, antes que él, un montón de ministros y autoridades democráticas españolas y europeas hayan tenido que tragarse palabras similares. En consecuencia, cuando escuchamos un nuevo 'no se alarmen' es cuando, de verdad, se nos ponen los pelos de punta. ¿Vicio sospechoso o mera prudencia?

Sin ir más lejos, el Ministerio de Agricultura español sostenía el 16 de octubre que España estaba a salvo de vacas locas, y acabamos de saber que la primera muerte -de la que ha dado constancia este diario- de una vaca enferma se produjo nada menos que el 31 de agosto de 2000 y el ministerio no la reconoció hasta el 7 de diciembre pasado, invocando el compromiso de 'total transparencia informativa' del Gobierno. Claro que al lado de los lustros de oscuridad de las autoridades británicas y comunitarias, también amparadas en la 'total transparencia' y en la mayor buena fe para 'no alarmar a la población', el retraso español parece una minucia y la hipocresía ministerial se asemeja a una mentira piadosa.

Con lo de estas pobres vacas -desde que hace unos años un famoso circo ruso exhibía en Barcelona vacas en lugar de osos o leones cabía sospechar que algo raro pasaba con las vacas- sucede lo mismo que cuando algún político o Papa pide perdón por errores pasados o por los falsos herejes quemados en la hoguera. Pidiendo perdón, da la impresión de que la culpa se ha borrado: ¿quién será tan requetemalo como para no perdonar al que se equivoca? Con las pobres vacas caníbales, la responsabilidad de no alarmarnos intenta exculpar no sólo la mentira, sino también la chapuza, el fraude y el incumplimiento de los controles sanitarios legales. Pequemos, pues, alegremente y pidamos perdón de inmediato: ¿habrá que perdonar al que se arrepienta de haber cebado a las vacas con lo prohibido? Escuchemos el consabido 'no se alarmen' -sea con las vacas, el Tireless, el uranio o la legionella- y alarmémonos a toda prisa. ¿Creeremos algún día a estos políticos si dicen la verdad o ya hemos renunciado a esa posibilidad?

Éstas son las costumbres morales a las que nos están acostumbrando nuestros queridos líderes políticos. Los mismos que, a la vez, piden que la gente se tome en serio la política. Y claro, basta con que ellos lo digan para que todos entendamos automáticamente -estamos muy quemados- lo contrario. Hay que ver el gran esfuerzo que cuesta hoy día pensar que la política de partidos es el único sistema para expresar la pluralidad social y solucionar los problemas democráticamente. Tal vez por eso en Vic ya funciona un partido catalán de extrema derecha que dice lo mismo que dijo Franco: los partidos no sirven. La crisis de la vacas caníbales, por cierto, es pura pedagogía de este estremecedor regreso a un pasado que se nos cuela por las neuronas, las hormonas, los transgénicos y, acaso, por la leche. Quién sabe.

En estos oscuros pensamientos me he acordado de Feith Popcorn (Fe Palomitas de Maíz, en castellano), una analista económica norteamericana de primera fila que, ¡en 1992!, escribió -en un famoso informe- que 'el futuro puede mostrar un gran parecido con el pasado' y lo describió así: 'Por primera vez en la historia de la humanidad la barbarie es más segura que la civilización, y la naturaleza ya no es nuestra aliada, sino nuestra enemiga. Somos una nueva especie en peligro. Lo que consumimos se ha transformado en un problema de índole política. Ahora las fuentes de alimentación naturales son dudosas. Pronto pretenderemos que nuestros alimentos se desarrollen y elaboren bajo condiciones controladas en laboratorios estrictamente higiénicos porque nos daremos cuenta de que hemos estado 'comiendo para morir'. Feith dijo mucho más y anunció la comercialización de la moralina. Fue profética. El único problema que nos queda es que la moralina no se come.

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