De la Biblioteca Nacional
Recientemente he tenido oportunidad de volver a la Biblioteca Nacional, a la que no acudía desde finales de los ochenta, cuando empezaron unas obras que parecen interminables. Es más, yo pensaba que ya habían terminado, y sin embargo, parece que no. Digo que parece, pues los días que estuve coincidió con el traslado provisional de una de las salas de consulta.
Nada más entrar se da uno cuenta del radical cambio de talante que se ha producido tras las obras: antes era una biblioteca accesible para todos; te manejabas bien, sea para consultar el BOE, dedicar un día al estudio en una sala tranquila (incluyendo cafetería) o llevarte prestados libros a casa durante 15 días. El trato era muy agradable, como si la relación con los libros hiciera más culto y educado al personal de cualquier cualificación.
Ahora ya no se emiten carnets, sino pases temporales, con lo cual no se puede eludir la correspondiente cola. Pero, además, este pase es restringido. Por ejemplo, para consultar ciertos libros modernos, sólo se permite el paso si se comprueba que ese libro no está disponible en otras bibliotecas públicas.
Una vez dentro, comienza el laberinto, en el que uno sólo se puede orientar con la ayuda (si quieren, no es su cometido) de unos guardas jurados. Los ficheros se encuentran en una especie de pasillo, y, como no caben todos, continúan en otra sala, lo cual se descubre al cabo de dar más de una vuelta, ya que no existe indicación clara.
No es fácil identificar al personal que se supone encargado de asesorar, pues a veces se confunde con las personas que están realizando consultas, y da la sensación de que no es ésa su función, con lo cual da corte molestar.-
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