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Crítica:ANDRAS SCHIFF | CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Vivo y actual Mozart

Cuando el profesor García Morente, en abril de 1936, publica en el diario El Sol su ensayo breve 'El clavicordio de la abuela', el prestigio sensacional de Wanda Landowska estaba en su cenit. Morente, filósofo y músico, entre bromas ingeniosas sobre el piano y el clave, 'el elefante y su cría', sostiene afirmaciones tan sensibles como inteligentes: 'Cuando se trata de la música extraordinariamente musical de Mozart, música hecha para sí y para sí misma, música escrita para ningún instrumento', defiende el uso del gran piano de cola frente al otro pequeño, 'de colita'. Para el gran intelectual -en el auténtico sentido de la palabra- y receptivo melómano, Mozart 'no es para nosotros evocación literaria del pasado, sino fuente viva de emoción siempre actual'.

Ciclo de Ibermúsica, Grandes Orquestas

Filarmonía de Londres. Director y solista: A. Schiff. Conciertos para piano, de Mozart. Auditorio Nacional. Madrid, 4 y 5 de febrero.

A sesenta y tantos años vista, el escuchar ahora el Mozart de Andras Schiff con los instrumentistas de la Filarmonía, los argumentos del famoso rector de Filosofía y Letras cobran nueva vigencia. Porque coincidiremos con Wolfgang Hildesheimer que sostiene en su Sobre Mozart (Pfullingen, 1963) que 'nada en el arte es tan terrenal, tan humano, tan de este mundo, como la música de Mozart, es la expresión más sublime de lo humano'. Se comprende que, después de dos siglos largos de la muerte del salzburgués, su música mueva entusiasmos multitudinarios, conmueva en grado sumo y nos dé la cierta esperanza expresada por Luis Cernuda: 'Siempre nos quedará Mozart'. Pero Mozart, entrañable y perfecto, exige mucho de sus intérpretes y hace falta un Andras Schiff, una Haebler, un Barenboim o una Pires, por citar unos pocos pianistas señeros, para que el mensaje mozartiano cobre autenticidad, valor sustancial, universalidad en el tiempo y el espacio. Nada menos que todo ello nos lo ha dado el intérprete húngaro desde su visión humanísima y trascendente de los seis últimos conciertos pianísticos creados en Viena entre 1786 y 1791.

El estro melódico, armónico y sonoro de Mozart, tocado de melancolía incluso cuando nos habla alegremente y convulsivo desde el fondo de su lírica y su dramática, sonó aireado, expectante, explosivo sin ruido o sencillo sin simpleza. No queda sino la gratitud ante una tarde de belleza que la memoria archiva con avaricia. Y Schiff regaló, como música de adiós, ese tercer Impromptu schubertiano, acaso lo único posible después de Mozart. El Auditorio, colmado, se tornó puro clamor. Alcanzaba, por supuesto, a los ejemplares músicos londinenses de la Filarmonía dirigidos desde el piano por Schiff con la máxima autoridad: la del arte puro y hondo.

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