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Columna
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Muñoz Peirats

A cuenta de que estos días estoy medio preso por la obligación que contraje con la Fundación Cañada Blanch de Valencia de terminar hace más de año y medio la biografía del fundador y mecenas, el borrianenc Vicent Cañada Blanch, y emocionado por el resultado del vaciado exhaustivo de la correspondencia de D. Vicent con dos personajes que celebro con fuerza haber conocido, tratado y honrado por su maestría y amistad, me parece oportuno dedicar una líneas a preguntarme en público, y quizás a preguntar a algunos de mis viejos amigos de la aventura reformista ahora en el poder si no ha llegado el momento de hacer justicia al ejemplo político y humano que dejó entre nosotros Joaquín Muñoz Peirats, cuya súbita muerte en Guinea hace más de una década no fue seguida de iniciativa pública alguna para darle la importancia que merece una actitud política como la suya, que si en lo partidista sufrió los avatares lógicos de las épocas de transición y de fijación de nuevas reglas de juego, en lo personal fue de un ejemplo permanente de fidelidad al principio de libertad para cuantos le conocimos y tratamos. Decía dos personajes porque el otro fue D. Manuel Broseta Pont, a quien Valencia acaba de honrar, le ha dedicado una plaza, un departamento universitario lleva su nombre, un club de opinión le recuerda y una fundación sirve a su memoria. D. Manuel fue uno de mis mejores profesores, quien me avaló el inicio de mi carrera universitaria, prologó aquel libro legendario que publicamos Lluís Aguiló, Manolo Martínez Sospedra y yo sobre la autonomía valenciana, estuvo en la corta aventura de la Editorial Prometeo, se acercó a las tesis de la Tercera Vía en los ochenta, y, poco antes de ser vilmente asesinado, dijo sinceras palabras en público de rectificación sobre algunas actitudes políticas suyas en los primeros tiempos de la etapa constitucional; incluso dos semanas antes de aquel fatídico 15 de enero llegó a pedirme mi colaboración para su proyecto político en ciernes que, sin duda, le habría prestado. Pero Joaquín Muñoz Peirats, que tuvo que lidiar en su corta presidencia del Ateneo Mercantil de Valencia a finales de los setenta con el monstruo blavero que despertaba de la mano del franquismo residual, que luchó en las Constituyentes junto a Paco Burguera para que este país fuese menos subsidiario, que se hizo eco de enmiendas a la Constitución que le mandábamos como churros, que el muro UCD-PSOE dejó sin éxito. Joaquín, que se retiró dignamente cuando UCD estalló; Joaquín que estuvo en las Tertulias del Hotel Inglés codo con codo con un puñado de demócratas y valencianistas realizando la reflexión política que el nacionalismo democrático valenciano necesitaba tan apenas si recibió homenajes más allá del típico aluvión de necrológicas hagiográficas que sucede al óbito; yo le rendí un modesto homenaje al dedicarle un trabajo sobre derechos lingüísticos poco después de su muerte. A Joaquín, ahora que los liberales están en el poder, ahora que de aquella cantera de demócratas liberales una buena porción viaja en el tren del centro-derecha gobernante quizás le ha llegado la hora de que se recompense su memoria para ejemplo de quienes, como él decía, independientemente de la posición social que se ocupe, mantienen permanentemente un compromiso fehaciente con la libertad. Siempre recordaré la contestación de Ximo a Paco Domingo, en una velada del Hotel Inglés: 'Todo, Paco, no es negociable. Todo no. La libertad no se negocia'.

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