Y ahora, ¿qué hacer?
- Más fuertes que los tornados. Una prima que nació en un país de los que, si han desayunado, sale en el National Geographic me cuenta esta historia. Esta historia: la Embajada española estaba rodeada por una cola de personas que buscaban papeles para practicar el inmigring. En eso, pasó un tornado. Pumba. Tras el tornado, el barrio desapareció. Todo. Menos la cola.
- La cursilería como respuesta. Ese tornado y esa cola quizá explican que la fuerza de esas colas es superior a la fuerza de los tornados. Es una fuerza silenciosa y descomunal. Es una fuerza vegetal. Es la fuerza de las enredaderas. Como las enredaderas, sólo los que forman esas colas saben de qué huyen y qué buscan. Seguramente, esas colas nacen de la firme y sencilla voluntad que nos hace despertarnos a usted y a mí cada mañana. Es decir, de la voluntad de desayunar. Mientras bromeas con alguien. Por aquí abajo, parece ser, nadie ha previsto la fuerza y el empeño de ese fenómeno que empuja a miles de seres a querer venir a desayunar a nuestro país. No existe explicación, planificación ni discurso al respecto. La prensa, por ejemplo, acostumbra a tratar ese tema con cierta sentimentalidad. Por ejemplo, yo voy y comparo a los inmigrantes con enredaderas.
Entre lo legal y lo real media el abismo abierto en la iglesia del Pi. Los ciudadanos que dan ayuda a los encerrados apenas pueden colmarlo
- La inmigración hacia una sociedad con pocas ideas. La inmigración puede ser lo que uno quiera menos un problema sentimental. Posiblemente, es un problema con el que esta sociedad se juega antes su concepto de libertades que no su concepto sentimental de buen rollo, que en Occidente siempre estará a salvo. Siempre, al menos, habrá tiendas de música étnica. El dramatismo de la situación se acrecienta porque la problemática tiende a solidificarse en una dicotomía entre lo real y lo legal. Dos calidades que no han acostumbrado a ir unidas en los últimos 200 años de historia peninsular. La inmigración, en ese sentido, puede ser la prolongación en el siglo XXI del tema que ya canta de las dos Españas esas -la real y la legal-. Otro componente que agrega dramatismo a la cosa es que por aquí abajo disponemos de una cultura política muy bajita. Los soportes ideológicos de las derechas y las izquierdas tienden a ser enclenques y con poca teorización de la realidad. Así, a ojímetro, la derecha gobernante parece ser que aplica a esta problemática la misma solución que para el otro problema de moda: alejar del suelo patrio el espinazo de los inmigrantes. La izquierda, salvo la sentimentalidad, no ha tenido gestos rápidos y parece carecer de discurso. A las izquierdas alternativas -al contrario de otros movimientos alternativos europeos, que han ensanchado el margen de lo posible, muy estrecho, por cierto, en nuestra sociedad- parece tirarles cierta voluntad de marginalidad, que puede alejar al resto de la sociedad de los objetos que señalan. El resultado de todos nosotros es la falta de ideas y propuestas. Y un peligroso distanciamiento entre lo legal y lo real.
- Los señores y señoras que dan lecciones. La metáfora de todo ello es el encierro de chorrocientos inmigrantes reales e ilegales en varias iglesias de Barcelona. Una huelga de hambre no es un problema sentimental. Me voy a la iglesia del Pi. Chorrocientos inmigrantes encerrados. El local huele a rayos, que tal vez es el olor que desprenden muchas personas juntas a las que se les ha enviado a que las parta un rayo. Los usuarios de la huelga pierden y encuentran los nervios alternativamente. Hay cierto desconcierto entre los rostros pálidos que dan su apoyo a la acción y los rostros pálidos que informamos de la acción. Navegando entre nuestro pitote y el pitote que supone que lo real no sea lo legal, van llegando barceloneses a las puertas del local donde se encierran los inmigrantes. Son reales y traen agua, calzoncillos y mantas reales. Vienen médicos reales que ofrecen sus servicios a deshidratados, desnutridos y desesperados reales. El Colegio de Abogados parece que estudia la inconstitucionalidad real del texto legal que gestiona la inmigración. Cuesta comprender que esto no lo haya hecho ningún partido legal y real. Una señora real de Barcelona intenta pasar la puerta legal del encierro. No se lo permiten. Insiste. 'Vull estar amb ells'. Pasa. Después la veo, en pleno pitote, sentada a los pies de dos señores de diversos colores. Su cara, de una expresión muy parecida a la de los dos señores con los que comparte un metro cuadrado, muestra el desconcierto de una ciudad que siempre ha tenido más problemas con lo legal que con lo real, y que, aparentemente, se ha quedado sin gestores de lo legal que le comprendan esa cara que, no se a usted, es la que se me está poniendo en el rostro.
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