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CUADERNO DE TEATRO
Columna
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Helena & Goldberg

Marcos Ordóñez

- 1. Helena. La bella Helena del Victoria, dirigida por Josep Maria Mestres y en versión catalana de Joan Lluís Bozzo, es una delicia. No es una delicia completa, pero sí progresiva. Comienza y piensas: 'Oh, dioses, qué feo es esto'. El coro parece un anuncio de bañadores Jantzen, hay una sobredosis de flores de plástico, y la iluminación es dura, excesiva, casi de mitin político o jarana en palacio de Congresos. Poco a poco, el temor inicial se esfuma. Aparece Pep-Anton Muñoz, un Calcas rappelizado, sobradísimo de recursos, y la orquesta, once músicos dirigidos por Lluís Vidal, suena de maravilla. Por otro lado, éste es uno de los musicales en los que más y mejor se canta. Entra Helena. Helena es una joven soprano notable y flexible, Anna Argemí, a la que vimos en el Little Night Music del Grec, y que aquí debuta plenamente como actriz. Su andadura en la función también es progresiva. Al comienzo, la sensación es de juego antiguo, de túnel del tiempo. Físicamente, se parece a Guadita Muñoz Sampedro en sus años mozos, cruzada con Elena Jordi haciendo La reina ha relliscat, es decir, puro Paralelo años treinta, con coquetería de arrumacos y 'boquita corazón'. Y su coro de sirvientas (falda corta, pierna garrida, abanicos de plumas) remite directamente a Les filles de Venus o cualquier opereta de Santpere.

Tras casi tres horas de 'La bella Helena' la sensación que prima es la de delicia

La Argemí empieza a pisar fuerte a la que París aparece en escena y lanza pelotas (o manzanas) con su saque de gran tenista valenciano. Paris, 'le berger näif', es Xavi Mira, al que descubrimos en La venganza de don Mendo. Revalidó su talento la temporada pasada en T'estimo, ets perfecte..., y aquí está sembrado, saladísimo, y cantando todavía mejor. Cuando Anna Argemí tiene a su lado a Xavi Mira, la temperatura sube, y le permite despendolarse con una gracia mucho más vital, más auténtica. Luego llegan los reyes, y aquí el vestuario de Pep Duran es sencillamente perfecto, un envoltorio idóneo para los 'gags' que coloca, sin fallar uno, Josep Maria Mestres. Agamemnó (Xavier Ribera) hace en esta función su mejor trabajo, pero quien se lleva el gato al agua es Jaume Giró como Menelau. Giró se reveló en el Chicago de Coco Comín, y aquí es -ex aequo con Pep Anton Muñoz- el puntazo cómico del espectáculo: cada vez que aparece, se nota en el pública esa maravillosa suspensión que precede a la carcajada. Orestes, el fils-à-papa de Agamemnó, es Xavi Sabata, condenado a cantar en falsete porque su parte está escrita para una voz femenina (y así suele interpretarse); los Ajax son Eles Alavedra y Miquel Cobos; Aquiles es un Carlos Gramaje un tanto deslucido, sobre todo en comparación con su Rey de los Piratas del musical de Gilbert & Sullivan.

Acaba el primer acto y todos salimos coreando el 'Ves cap a Creta', como está mandado. Aquí hay que decir que la versión catalana de Bozzo es ocurrente, muy eficaz y con momentos brillantes; una labor no precisamente fácil. En la segunda parte, Montse Amenós se luce: La alcoba de Helena, con una enorme cortina de terciopelo rojo, parece un homenaje al Von Stroheim de Esposas frívolas, y Pep Arenós e Irina Núñez visten y peinan a Anna Argemí como si fuera Lauren Bacall interpretando La reina Kelly: esto sí que es Paralelo 'at his best'. La iluminación de Ignasi Morros está aquí ajustada, delicada, e Isabel Soriano, que interpreta a Baquis, la sirviente/confidente de Helena, tiene espacio para lucirse. Hay algunas morcillas fáciles ('els pendons de Mònaco') y algunas ralentizaciones (la escena del juego de dados, las escenas finales en la playa bajo el reinado de Venus), pero la sensación que prima, tras casi tres horas de espectáculo, es, como decía al principio, la de delicia, en un montaje muy cercano, en espíritu, en voluntad popular, al de Savary en la Ópera Cómica de París. Y sobrevuela, por encima de todo, la alegría, el triunfo de la alegría, la ligereza del 'pequeño Mozart de los Campos Elíseos', como le llamó Rossini. 'Agé de 44 ans, -cuenta Henri Weill- il en paraissat bien davantage'. Artrítico, con las manos engarabitadas y las piernas reumáticas, con el estómago hecho polvo, Jacques ( Jacob) Offenbach, compone, dirige, enlaza opereta tras opereta con su cofrade Ludovic Hálevy. Sí, un verdadero triunfo de la alegría vital; es la gran lección de esta música que tanto irritó a Wagner. 'La légèreté toute naturelle d'Offenbach dans La Belle Hélène, voilà ce que pourrait être le délassement si les hommes savaient embellir la vie d'insouciance', nos dice Weill. ¡Cuánta razón, y cuántas acusaciones de 'menor' hubo de soportar esta partitura maravillosa!

- 2. Goldberg. Alex Rigola, uno de nuestros directores jóvenes más versátiles y creativos, acaba de presentar Les variacions Goldberg, de George Tabori, a quien el 'dossier' del Nacional, por cierto, define muy alegremente como 'el guionista predilecto de Hitchcock' (para el que sólo colaboró en Yo confieso) 'y de Losey' (como si Pinter no hubiera existido). Para mi gusto, (y subrayo, por si hiciera falta, lo de 'mi gusto') Tabori comparte con sus colegas, los dramaturgos alemanes contemporáneos (una larga lista, que iría de Fassbinder a Müller), una sorprendente sobrevaloración: uno lee las críticas y/o análisis de cualquiera de sus obras y parece que no haya escrito más que piezas maestras. Para los autores del 'dossier' del Nacional, Les variacions Goldberg es una 'obra de referència' que 'revela les aportacions altament innovadores de la seva escriptura teatral' y 'posa de manifest el compromís ideològic del dramaturg que, per la seva condició de jueu, va haver d'exiliar-se durant el nazisme'. Tras ver la función, confieso que no acabo de entender qué tiene que ver una cosa con otra ni en qué consiste su 'compromís ideològic'. Tabori es un dramaturgo inteligente y sarcástico, con una comedia muy brillante en su haber (Mein Kampf, que Carme Portaceli presentó en el Tantarantana, con gran éxito), pero que en Les variacions Goldberg no salta mucho más allá de la cuerda tendida por Joan Oliver en Allò que tal vegada s'esdevingué, escrita, recordémoslo, en 1937. Pero Oliver es un autor 'poco interesante' para el Nacional (baste recordar la función de compromiso con que saldó, el año pasado, su centenario), y Tabori es alemán y 'fashionable'. Dejémoslo ahí. ¿Es una mala función Les variacions Golberg? No diría yo eso, pero una cosa es 'enunciar' los temas y otra muy distinta desarrollarlos. Sobre el papel, la comedia intenta una fusión temática entre una serie de estampas bíblicas en clave de humor (Caín y Abel, Moisés y los mandamientos, Abraham y familia, la crucifixión) y el grupo teatral que las está ensayando. Más allá de la fácil identificación entre su director, el wellesiano Mr. Jay, y el Todopoderoso, la fusión teatro-religión se me antoja más bien vaporosa, y todo acaba teniendo un poco el aire de una zumbona representación de fin de curso en un kibbutz para hacer rabiar al rabino. Esto no quiere decir, ojo, a) que no haya ingenio en el texto ni, b) que el montaje no valga la pena; todo lo contrario. Lo que sucede es que cuando cada frase parece que tenga la obligación de ser ocurrente (o astutamente cínica, o irónicamente retórica), la cosa fatiga un poco. En Mein Kampf había humor pero también corazón; en Les variacions me parece a mí que las pirotecnias del ingenio no acaban de sostener el interés. Hay intuiciones brillantes sobre el oficio teatral (la teoría de 'aprender a fracasar mejor') o sobre la religión (los mandamientos, definidos muy certeramente como 'ser bueno en lugar de ser feliz') junto a clichés y perfiles demasiado fáciles, como el de la 'starlette' Terese Tormentina Supestar, que interpreta, un tanto desmayadamente, Gavina Sastre.

Sin embargo, el montaje es un éxito. Fundamentalmente, por el talento de su director y de su reparto, uno de los mejores repartos que se han visto en el Nacional. Mr. Jay es un Pep Cruz muy seguro, muy aplomado, que tiene a su cargo un par de escenas redondas: Cuando Rigola le convierte en un sosias de Orson, puro incluido, y en el monólogo final, L'hora novena, una evocación de la juventud de Cristo a cargo de su padre, espléndidamente escrita e interpretada; el único momento en el que la comedia roza la emoción. Lluís X. Villanueva es un Goldberg impecable, un Pepito Grillo mitad mártir mitad tirano; Mercè Arànega (la escenógrafa Ernestina Van Veen) y Montse Esteve (Mari, la mujer de la limpieza) bordan sus breves papeles con fuerza y convicción. Y el grueso de las risas se lo llevan, merecidísimamente, el trío Jordi Banacolocha, Joan Raja y Genís Hernández, que parecen estar interpretando, en estado de gracia, a Bottom y su panda, los cómicos de El sueño de una noche de verano. No lo pasarán mal con Les variacions Goldberg, pero si quieren un Rigola 'grand cru', no se pierdan su Titus Andrònic cuando llegue al Lliure, el mes próximo.

- 3. Excuses (trailer). Recomendación de urgencia: no pierdan ni un minuto en reservar entradas para Excuses!, la comedia de Joel Joan y Jordi Sánchez en el Romea, porque hay bofetadas para conseguirlas. La vi la otra noche, a teatro lleno; les hablaré la semana próxima. Parece un Ayckbourn de la mejor cosecha (uvas negras, negrísimas), propulsado por cuatro interpretaciones que son energía pura. Difícil será encontrar una comedia mejor esta temporada.

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