Antiguos, pero efectivos
Tal y como está el patio del negocio del rock, llenar tres días seguidos un recinto de dos mil y pico de personas, es para aspirar a medalla. Máxime cuando el estilo que se practica no goza de las bendiciones de la promoción masiva. He aquí el logro de este numeroso grupo madrileño que reivindica el heavy metal. Con los oídos y el corazón puestos en nombres añejos como Ritchie Blackmore, del que toman la concepción épica del rock duro y sus desviaciones célticas y medievalistas, o Iron Maiden, de los que adoptan pose escénica y afán de espectacularidad.
El primero de los tres conciertos que Mago de Oz ofrece estos días en Madrid -también hoy y mañana en la misma sala- fue contemplado por una espectacular chavalada preuniversitaria que vivió un éxtasis tal con la banda que parecía que les hubieran dado a todos vacaciones en el instituto. ¡Qué euforia, qué entrega, que cantidad de manos levantadas haciendo el signo de los cuernos y de gargantas entregadas al canto colectivo! Mago de Oz, que saltándose a la torera todas las leyes del mercado, llevan ya 70.000 copias vendidas de su cuarto álbum Finisterra, correspondieron con un concierto en el que echaron el resto en todos los sentidos: una coral de doce voces que reforzaba su ceremonioso sonido, pirotecnia en el escenario, elementos escénicos como una enorme cruz o una enorme bruja hinchable, un figurante disfrazado de enorme pene con atavío de Supermán...
Mago de Oz
José (voz), Txus (batería), Frank y Carlos (guitarras), Salva (bajo), Mohamed (violín), Sergio (teclado y acordeón), Fernando (flauta y gaita), Mar Cabello, Silver y Pacho Ankhara (coros), Cecilio Sánchez y la coral Vox Aurea. Sala La Riviera. 1.800 pesetas. Madrid, viernes 26 de enero.
Mago de Oz, grupo compuesto por músicos con un nivel de ejecución en el que no caben excesivos virtuosismos, atacó en su actuación arreglos complicados, célticos aires campestres, amagos de música clásica, abrasivos baladones que abrumarían a los mismísimos Skorpions, temas de marcha y un espectáculo con unos niveles de comunicación impresionantes. Su cantante, José, tiró de agudos en sus cuerdas vocales como se hacía antes de que los heavies se vieran todos influídos por grupos de estilo vocal agónico -Pantera, Sepultura- y, por un momento, el calendario se plegó y pareció posible el retorno a los años 70 y 80, la edad de oro del rock trallero más vistoso y melódico. Triunfo total, pues, para esta banda poco innovadora y nada dada a contemporizar con el síndrome futurista-tecnológico del rock pesado actual. Antiguos, si, pero efectivos como pocos son estos Magos de Oz.
Babelia
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