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Columna
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El pasado, la honestidad y la villanía

El ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, Joschka Fischer, tiene problemas. Nada tienen que ver con el ejercicio de su cargo. Se ha ganado muy pronto el respeto de políticos y estadistas en todo el mundo. Su tándem con el canciller Gerhard Schröder funciona. También el Gobierno. Incluso la economía. ¿Cuál es entonces el problema de Fischer?

Su problema es, ¡ay!, que su pasado ha venido a verle y muchos lo quieren utilizar para acabar con su envidiable presente. Todo comenzó cuando se detuvo en París en 1998 a un viejo camarada suyo en la oposición extraparlamentaria (APO), la amalgama de grupúsculos de ultraizquierda surgidos a finales de los años sesenta, alguno de los cuales acabaría recurriendo al terrorismo como las Células Rojas o la Fracción del Ejército Rojo. Hans Joachim Klein empezó manifestándose con Fischer contra Vietnam y acabó participando en el asalto a la sede de la OPEC en Viena en 1975, en el que fueron asesinadas tres personas. En 1977, Klein renunció al terrorismo y envió sus armas a un semanario alemán. Vivía apaciblemente con mujer y dos hijas cuando fue detenido, 22 años después de los hechos.

Fischer y Klein compartían en 1970 con millones de jóvenes europeos una confusa ideología anarcocomunista, el activismo contra la guerra de Vietnam, la burguesía y un Estado que consideraban encubridor de criminales nazis. Participaron en aquella rebelión en la que muchos defendieron la legitimidad de la violencia en uno u otro grado. Algunos acabaron practicándola. En uno u otro grado. Que fueran unos y no otros dependía muchas veces sólo de la oportunidad o el carácter. Klein se fue con Carlos y tomó las armas. Fischer no. Él no sólo no ha negado nunca su pasado, sino que ha sido siempre ejemplo de honestidad intelectual al hablar del mismo. Pero unas fotos de 1972 que muestran cómo juntos agreden a un policía durante una de las batallas callejeras de la época han provocado el escándalo. La derecha llama a la cruzada contra Fischer. Quien hace 28 años pegaba con un terrorista a un policía no puede representar a Alemania ante el mundo, dice.

Hasta aquí, los orígenes del acoso a Fischer. Móviles hay varios, desde la incapacidad de la oposición alemana de cristianodemócratas de CDU y liberales del FDP para abrir otros flancos de ataque al Gobierno al posible interés de algún país aliado por acabar con Fischer y sus iniciativas en el seno de la Unión Europea. Sin Fischer, el Gobierno sería difícil de mantener. De ahí el ruido que hacen CDU y FDP, cuando todos supieron siempre los orígenes políticos de Fischer. O de Jürgen Trittin, hoy ministro de Medio Ambiente, nuevo objetivo en esta ofensiva por arrebatar legitimidad y derechos civiles a toda una generación política surgida del movimiento sesentaiochista. En la lista de estos nuevos inquisidores está ya también Schröder, jefe radical de las Juventudes Socialistas en la época.

Fischer es uno, si bien de los más espectaculares, de los millones de casos de evolución política e intelectual de individuos desde posiciones radicales comunistas o anarquistas, dictatoriales, totalitarias y excluyentes hacia firmes convicciones democráticas, tolerantes y compasivas. En Francia, Alemania e Italia, pero también en democracias más jóvenes como España o Portugal. Ahora en Alemania algunos pretenden compensar su inanidad política en la oposición con un 'Kulturkampf' que criminalice globalmente a unas generaciones de las que surgió, como más perverso fenómeno, un terrorismo muy minoritario y hace tiempo extinguido, pero cuya gran aportación para acabar con ese 'reino de la mentira, la hipocresía y el olvido' que era la vieja República Federal de la posguerra, nadie con un mínimo de decencia intelectual puede negar.

Está de moda juzgar desde la perspectiva actual motivaciones y actitudes de generaciones anteriores en otros contextos. Es arrogancia e ignorancia. Querer combatir la propia impotencia política criminalizando al rival por participar en un movimiento social hace tres décadas es más, es más que eso, es una villanía.

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