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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Filipinas abre página

La rápida y pacífica transición filipina ha calmado la efervescencia política del país asiático y tranquilizado a la comunidad internacional. La presidenta Gloria Arroyo Macapagal, que como sucesora constitucional del depuesto Joseph Estrada ejercerá el cargo hasta mediados de 2004, ha prometido en su toma de posesión lo mismo que cada jefe de Estado desde que Marcos fuera destronado, hace 15 años, por la primera versión del 'poder popular': acabar con la corrupción y el despilfarro, que son lamentablemente la imagen de marca de la política filipina y que, lejos de cambiar, Estrada agravó en sus dos años y medio de mando.

Pero, una vez finalizada la previsible luna de miel entre la nueva líder y sus conciudadanos, Macapagal, una representante medular de la clase dirigente, tiene por delante un camino erizado de obstáculos para mejorar la vida de 75 millones de personas acostumbradas a la violencia política y la pobreza. Un tercio de los filipinos vive con menos de 200 pesetas diarias, y el archipiélago alimenta una insurgencia comunista en las montañas y un enquistado movimiento separatista musulmán en el sur. La presidenta pretende reanudar el diálogo pacificador con unos y otros para atraer la inversión exterior que necesita desesperadamente.

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La deserción in extremis de las Fuerzas Armadas del venal régimen de Estrada ha sido más instrumental en el relevo filipino que las manifestaciones callejeras. Los acontecimientos de la semana pasada han puesto de nuevo al Ejército en la fachada política, y los primeros nombramientos presidenciales ya señalan la magnitud de la deuda con los militares. Las FF AA, sin embargo, no están solas a la hora de buscar retribución. A Macapagal no le va a resultar fácil acomodar en su proyecto de gobierno apoyos tan heterogéneos como los castrenses, la oligarquía empresarial, la cúpula eclesiástica y las organizaciones izquierdistas que desfilaban en unión por las avenidas de Manila. La ingratitud debería ser una de sus primeras virtudes.

Con todo el romanticismo del 'poder popular', una lección indudable de los últimos acontecimientos es la fragilidad de las instituciones filipinas. Si la nueva presidenta quiere evitar que las calles, y no las urnas, se conviertan en el escenario regular del cambio político debe prestar atención prioritaria al fortalecimiento de la democracia en su país. Ningún populismo resolverá las dramáticas carencias de Filipinas.

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