Una exposición recorre la última etapa de la poética del absurdo de Joan Brossa
Caja Navarra presenta en la capital foral (García Castañón, 1) una muestra con 46 obras de este pionero de la poesía experimental. Forman un conjunto de piezas creadas entre la década de los setenta y los años noventa que ponen de manifiesto la vigencia del arte total del artista catalán en sus últimas etapas creativas, en las que plasmó con entusiasmo las conquistas del lenguaje dadaísta y surrealista, pero con una lectura personal mucho más volcada en lo humorístico y mágico.
Carlos Catalán, comisario de la muestra, señaló ayer durante su presentación que las piezas elegidas para la exposición reflejan perfectamente el 'juego creativo' que Brossa utilizó durante toda su vida para crear 'una mezcolanza de las artes producto de su inagotable imaginación'.
Además de algunas de sus más reseñables poemas visuales, ejercicios desbordantes de fantasía sobre las palabras y las letras del abecedario, la exposición incluye un homenaje al actor Buster Keaton, y piezas como las tituladas Stendhal, O amb gruta, Trapezistes, Brúixola, Ballet, Miami beach, Red blue, Vampir, Trampa, L'ou del caos, Puzzle, Escanyapobres o Zaza o el so del tacte, estas últimas composiciones escultóricas (poemas-objeto) en las que el autor combina magistralmente la definición lingüística de sus trabajos con los objetos cotidianos usados en ellos, que al ser descontextualizados y presentados fuera de su función habituales se imbrican en una suerte de relaciones poéticas que los termina reduciendo a una suerte de absurdo.
Variaciones semánticas
Aunque la incursión de Brossa en el campo de las artes plásticas se remonta al año 1954, cuando produce una serie de poemas-objeto con elementos de uso cotidiano, tanto la muestra navarra como la exhibida hasta el pasado día 14 por la galería bilbaína se han centrado en la etapa conocida como plástica, es decir, aquella caracterizada por una amplia panorámica de variaciones semánticas, bien a partir de imágenes de objetos, bien a partir de diferentes signos o caracteres de escritura.
Brossa creó conjuntamente numerosas obras con artistas como Joan Miró o Antoni Tàpies, una proeza que estuvo al alcance de muy pocos. De esa metamorfosis, de la mutación de realidad, Brossa dio forma a un 'puro transformismo visual', en palabras de Carlos Catalán. Tanto en la muestra de la galería Windsor Kulturgintza (ver EL PAÍS del pasado 16 de diciembre) como en la ayer inaugurada en Pamplona se pone de manifiesto el profundo atractivo que para el artista tenía el mundo de la magia y de la ilusión óptica, que son incorporadas a sus poesías visuales como motivos referenciales de primer orden.
Esta nueva muestra de Pamplona, que permanecerá abierta hasta el próximo 18 de febrero, recoge múltiples ejemplos de la poética del absurdo predicada por el conde de Lautréamont en su clásico Los cantos de Maldoror con piezas que el artista catalán fue confeccionando de forma paralela a su gran producción literaria, que en la actualidad está en fase de traducción a la lengua castellana, en la que Brossa nunca aceptó escribir.
Guant correu, Burocràcia o Signes son trabajos que siguen provocando hoy en día, dos años después de la muerte de Brossa, la perplejidad y la reflexión del espectador sobre los objetos que nos rodean, su función propia y su definición en el lenguaje.
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