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2004: la odisea va despacio

En un principio fue -y tal vez no sea superfluo recordarlo- un genuino rampell del todavía alcalde Pasqual Maragall, que cierto día lanzó inopinadamente la idea de celebrar en Barcelona, en el año 2004, una exposición universal. Bien pronto se comprobaría que eso era ya imposible, pero quedaban en pie la fecha y el compromiso municipal de organizar algo grande, lo bastante grande como para justificar la última macrooperación urbanística factible dentro del saturado término barcelonés: la regeneración y edificación de las 50 hectáreas situadas entre la rambla de Prim y el río Besòs, entre la Ronda Litoral y el mar. Es así como terminó configurándose, bajo los nebulosos auspicios de la Unesco, el proyecto del Fòrum Universal de les Cultures Barcelona 2004.

El Fòrum Universal de les Cultures sigue suscitando interrogantes. ¿A quién se invitará a los debates? ¿Qué participación tendrán las televisiones?

Se trataba, en definitiva, de repetir la fórmula a través de la cual Barcelona ha impulsado (en 1888, en 1929, en 1992) las etapas estelares de su desarrollo físico como ciudad contemporánea: a golpe de grandes acontecimientos. Pero con una importante diferencia; así como en las exitosas experiencias anteriores hubo simplemente que reproducir -mejorándolo, si era posible- un modelo de evento perfectamente codificado, ahora es preciso inventar un paradigma nuevo. Todo el mundo sabe qué es una Expo aunque, después de Hannover, existan serias dudas sobre si aún tiene sentido en la era de Internet. Todo el mundo sabe qué son unos Juegos Olímpicos bajo el reinado de la televisión. Pero, ¿qué diablos es un Foro Universal de las Culturas?

Lo evanescente del concepto, lo peculiar de su origen y lo considerable de su coste (evaluado en 60.000 millones de pesetas) alimentaron largamente las reticencias tanto de la Administración catalana como de la estatal, si bien a la postre ninguna de ellas quiso asumir el ingrato papel de sepulturero y ambas han terminado, el pasado diciembre, por dar al Fòrum su resignada luz verde financiera. Pero, al parecer, no eran sólo la Generalitat y el Gobierno central los que albergaban dudas; también las hay en el seno de la mayoría consistorial barcelonesa de la que el Fòrum es hijo, según puso de relieve la conferencia de prensa que la teniente de alcalde Imma Mayol celebró el pasado viernes.

En esa comparecencia, la portavoz municipal de Iniciativa per Catalunya-Verds hizo notar, de entrada, que a poco más de tres años de su solemne apertura (el 23 de abril de 2004) el Fòrum sigue instalado en la indefinición y carece de credibilidad ciudadana. Sabemos, sí, que durará cinco meses y que pretende atraer a cinco millones de visitantes, pero ignoramos a qué los quiere atraer. ¿A una especie de Feria de Muestras con pretensiones intelectuales? ¿A una Expo temática sobre las novísimas tecnologías de la información? ¿A un sucedáneo de capital europea de la cultura con sus conciertos, sus exposiciones, sus representaciones teatrales, etcétera? ¿A una Festa de la Diversitat en versión de lujo?

La dirigente ecosocialista señaló también que el proyecto del Fòrum ha carecido hasta ahora de un liderazgo político audaz y ambicioso y ha sido incapaz de demostrar que no es una simple coartada para la renovación urbanística. La segunda observación me parece algo ingenua porque salta a la vista -y una responsable consistorial tiene motivos adicionales para saberlo- que la cita de 2004 es, en esencia, un eufónico pretexto para conquistar la última frontera del urbanismo barcelonés, la desembocadura del Besòs. Pero no cabe duda de que ese objetivo básico hubiese podido disimularse mejor. En cambio, los organizadores se han limitado a formular tres ejes temáticos -paz, sostenibilidad, interculturalidad- tan bienintencionados como genéricos y poco originales. Peor aún: andan mezclando afirmaciones de una presunción infinita -'el Fòrum será el más extraordinario escenario cultural que se haya celebrado jamás en el mundo hasta ahora', reza un documento de trabajo- con vocablos de cuya volatilidad tenemos ya sobradas pruebas, como el sustantivo 'fiesta' y el adjetivo 'mediterránea'. Luego, cuando se trata de descender a lo concreto, nos anuncian que a fines de julio de 2004 tendrá lugar un Festival del Mar cuyo plato fuerte consistirá en una regata de grandes veleros...

El reciente posicionamiento de Imma Mayol es muy de agradecer por lo que supone de toque de alerta sobre la multitud de incógnitas y contradicciones -ella los llamó 'peligros'- que rodean al Fòrum Universal de les Cultures. Por ejemplo: los grandes debates que se celebren, ¿deben serlo entre premios Nobel o, como propone IC-V, con participación del tejido asociativo local? ¿Cuál será el papel de las televisiones, seguramente más interesadas en líderes mundiales que en dirigentes vecinales, pero ni en unos ni en otros durante cinco meses seguidos? ¿Es compatible la crítica que Mayol formuló del modelo de ciudades desarrollistas, su demanda de 'cambios radicales de estilo de vida cotidiana', con la probable presencia de grandes empresas patrocinadoras? ¿Qué opinan el Gobierno español, los gobiernos estatales en general, sobre la idea de una diplomacia barcelonesa que se ofrezca a mediar en los actuales conflictos del planeta?, etcétera.

Iniciativa-Verds está no sólo en su derecho, sino en su obligación, al actuar como conciencia crítica durante los preparativos del Fòrum, al exigir que la participación ciudadana no sea sólo a título de clac, al demandar más rigor y menos autocomplacencia. Me temo, sin embargo, que su esfuerzo alcance unos resultados modestos. Que entre Sant Jordi y la Mercè de 2004 reinarán sobre la capital catalana lo lúdico y lo turístico, el espectáculo y el buen rollo mucho más que la reflexión y la innovación. No, no es que me parezca poco; seguramente ya era hora de inyectarle glamour a aquel viejo eslogan porciolista: 'Barcelona, ciudad de ferias y congresos'.

Joan B. Culla es profesor de Historia contemporánea de la UAB.

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