Sobre la normalidad
El PP y el PSOE han decidido no participar en la conferencia anual de presidentes parlamentarios que se celebrará en Vitoria entre los días 21 y 23 de enero. Según parece, tal decisión obedece a la voluntad de ambos partidos de no contribuir a ofrecer una 'falsa imagen de normalidad institucional' en el País Vasco. Debo reconocer que no tengo la menor idea de qué rayos pueda ser esa conferencia anual de presidentes parlamentarios, ni si su celebración va más allá de un acto protocolario. No puedo, por tanto, discernir la relevancia del hecho en sí, pues no sé si la ausencia en esa reunión de los presidentes de parlamentos autonómicos dirigidos por PP y PSOE va a imposibilitar algún tipo de iniciativa política. Pero me ha hecho pensar el argumento por el que tal ausencia -'boicot', según lo han calificado los portavoces de PNV y de EA- se justifica: no dar una falsa imagen de normalidad. Es curioso. Es curioso porque durante muchos años, prácticamente hasta anteayer, la consigna ha sido justamente la contraria: construir y mantener trabajosamente, a pesar de los pesares, una imagen de normalidad para este país; o más sencillamente, como también se ha dicho, dar 'otra imagen' del País Vasco. Ven y cuéntalo.
Los mismos ciudadanos de a pie nos hemos convertido durante años en propagandistas de la, a pesar de todo, peculiar normalidad vasca. Peculiar porque, aun reconociendo la excepcionalidad de la situación vasca, cuando salíamos de Euskadi nos esforzábamos por hacer comprender a nuestros interlocutores que las cosas por aquí arriba, sin estar bien, no estaban tan mal como podía parecer desde fuera. Recuerdo en este momento el escepticismo -¿cómo va a ser normal que no puedas acudir a determinados lugares a según qué horas?- con que mis interlocutores foráneos han recibido mis torpes intentos de explicarles que, a pesar de todo, las cosas no estaban tan mal. En buena medida, este esfuerzo por inyectar normalidad en nuestra realidad tenía que ver con un esfuerzo consciente por combatir la imagen de excepcionalidad que el nacionalismo radical ha pretendido extender. Pero ahora resulta que lo que hay que hacer es, parece, lo contrario: hay que evitar alimentar una falsa imagen de normalidad. Por otra parte, es cierto que no vivimos en la normalidad. Salvo que nuestro estado normal sea esta situación tan anormal. Tal vez cada sociedad tenga sus propias anormalidades y sean estas anormalidades, pero sólo éstas, las que conforman su normalidad. Tal vez la normalidad sea bregar con esas anormalidades y tratar de sobrevivir a pesar de ellas. Tal vez la normalidad no sea otra cosa que la anormalidad propia, mientras que la anormalidad es la normalidad ajena. O tal vez, sencillamente, es cierto que la nuestra es una anormalidad insostenible, una anormalidad imposible de normalizar, y que por ello hay que hacer que estalle de una vez. No es casualidad que ese último gran pacto político que fue el Acuerdo de Ajuria Enea -los demás se han quedado en apaños, más o menos desa-fortunados- tuviera como objetivos pacificar, sí, pero también y sobre todo normalizar Euskadi.
En 1944, cuando estaba finalizando la Segunda Guerra Mundial y con ella el nazismo, escribió Adorno que pensar que después de esa guerra la vida podría continuar 'normalmente' era propio de idiotas. Más tarde, este mismo autor formularía su famosa sentencia sobre la suspensión de cualquier pretensión de normalidad tras el Holocausto: 'No es posible la poesía después de Auschwitz'. ¿Hemos de concluir igualmente que no es posible en Euskadi la poesía, o la conferencia de presidentes parlamentarios?
Normalizar o no normalizar, esta es la cuestión. Así y todo, vamos a las rebajas, negocia-mos nuestros convenios y PNV, PP y PSE llegan a acuerdos en torno a la renta básica o la promoción de empleo en la Margen Izquierda. ¿Es esto normal o lo anormal sería, precisamente, no hacerlo?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.