Encerrados en la miseria
La mayoría de los edificios abandonados de Velluters sirven de refugio a drogadictos y prostitutas
La Tere es una prostituta histórica de las calles más duras del barrio de Velluters. En los años gloriosos del barrio chino de Valencia hizo del sexo una profesión y del empleo de sus encantos un buen vivir. Hace ya quince años que abandonó la calle de Balmes y alrededores, 'cuando los chulos dejaron de ser caballeros y entraron otros de bocadillo sin modales ni figura para tratar a una mujer'.
De vez en cuando visita a conocidas de aquellos otros tiempos. Se mueve con soltura entre los fondos más duros. 'Pero no estoy a salvo de navajazos. La vida no vale nada en estas calles. La droga es la dueña de sus gentes. Hay prostitutas de 16 años, niñas guapas y de buena familia echadas a perder. Hace poco murió la hija de un capitán del Ejército que deambulaba en busca de macho para calarse polvos de mierda'. La Tere mira desde un bar el paisaje y lo llama 'escenario de violencia y muerte'. Ella, dama de alterne con mundo, conoce el lado más oscuro. 'Esto es Chicago'.
En este barrio del centro de la ciudad, del que sólo se lava la cara vista, murió en diciembre una niña de sida y otra se recupera en el hospital de una neumonía tras intervenir la policía cuando su abuela trataba de inyectarle heroína.
Izaguirre es uno de los pocos establecimientos que sobrevive en lo que fuera barrio chino de Valencia. 'No se puede estar. Mafias de chinos, magrebíes y centroamericanos han convertido las calles en espacios sin ley. Sólo las putas del cruce con Guillem de Sorolla recuerdan lo que fue esto. De noche, los drogadictos peregrinan en busca de camellos, cada tanto le abren las tripas a uno y las casas abandonadas esconden a desahuciados de la vida'.
A escasos metros de la tienda de dulces, Vicenta y otras históricas se apostan cada día para 'alegrarle la vida a alguno'. Por sus servicios, en el mejor de los casos, llegan a cobrar 5.000 pesetas. 'Esto está lleno de mala gente. Nosotras es que ya, a nuestra edad, qué vamos a hacer. Pero más de una vez nos han dado palizas y nos han quitado cuatro perras los yonquis. Y si te acercas a Balmes... Esto se parecía al Raval de Barcelona. Hoy, la escoria se aloja en este barrio'.
Son escasas las fincas que han aguantado el paso del tiempo. Ni siquiera la casa en la que naciera el actor Ismael Merlo se ha salvado de la degradación. Maldonado, Hospital, Beata o Balmes han perdido a los que militaban de vivir en Velluters. Los edificios se caen a pedazos. Los Almacenes Meri, el quiosco Ortega, Prensa y Baratijas, el Horno Tradicional, como otros, están cerrados con pintadas en las persianas y ratas que campan a sus anchas. Muchas restauraciones se han quedado en intentos. En lugar de operarios, habitan ocasionales del trapicheo con heroína.
Los bordes del barrio ofrecen el espejismo de la mejora levantado edificios de miradores oscuros y farolas empotradas en continuo lustre. Detrás agoniza un barrio atrapado en la marginación. Sólo la organización Médicos del Mundo mantiene su presencia atendiendo de una u otra forma a un centenar de supervivientes en la miseria. A pesar de sus esfuerzos, declara un portavoz, 'no es fácil lograr que sigan una dinámica, muchas son familias desestructuradas y sin recursos'.
Maruja tiene 24 años. Lleva enganchada desde los 15, cuando se fugó de su casa, en Sevilla. Camina encorvada, siempre con una botella de cerveza en la mano. Un vaquero plagado de bolsillos y una sudadera son todo su atuendo para verano e invierno. 'A veces pillo cosas, pero la gente es que ya ni tira la ropa'. Sus días se consumen en la angustia constante de encontrar un sujeto que abone por un favor sexual lo lo suficiente para pagarse sus dosis. 'Las extranjeras nos han dejado sin faena, resisten más tiempo gorditas aunque se pinchen. Sus chulos, unos malnacidos que te abren en canal a la mínima, no nos dejan trabajar. Tengo una niña, sabes, que me la cuida una señora de aquí que le tiene cariño pero a estos criminales les da igual, y además me venden una mierda. La policía está en la esquina pero por aquí no pasa'.
A la una de la tarde, Balmes es un escaparate de mujeres dispuestas a ocuparse sexualmente de cualquiera. Algunos locales abren 24 horas y las más afortunadas trabajan a cubierto. Acercarse a ellas y aparecer una legión de presuntos protectores empuñando navajas en los forros de las chaquetas es todo uno. Romero, castigado por el alcohol, advierte que 'la zona dura no va de farol, por eso no viene nadie. Nos dejan en nuestra mierda hasta que nos matemos'.
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