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Límites difuminados

Las últimas detenciones en Barcelona de los integrantes del comando de ETA han supuesto el final, al menos por ahora, de una sensación de constante inseguridad de la ciudadanía. Las injustificables actuaciones de este grupo no admiten coartadas ideológicas o excusas políticas de ningún tipo. Pero, al mismo tiempo, la lucha contra el terrorismo, no sólo aquí sino en cualquier país que se precie de la democracia que sustenta su forma de convivir, no puede aceptar tampoco que las fronteras entre el terrorismo y la disidencia se difuminen. Sin tener todos los datos en la mano, ya que la aplicación de la ley antiterrorista a todos los detenidos nos ha dejado sin conocer los puntos de vista de los abogados o de las personas detenidas junto con los miembros del comando, lo cierto es que se ha empezado a hablar de 'trama catalana' de ETA para aludir al propietario del edificio en el que se encontraba uno de los pisos utilizados por la organizción terrorista en la ciudad, su novia y una persona que había entablado algún tipo de relación con ellos. Hace unas semanas, se detuvo a dos estudiantes extranjeras, con todo lujo de cobertura informativa, que habían tenido la mala suerte de convivir en el mismo piso con una persona a la que se acusa de colaboración con la banda armada.

La colaboración ciudadana es positiva para localizar a los terroristas, pero no debe incurrir en el terreno de la disidencia social. El mero hecho de ser una persona diferente no autoriza a creerla sospechosa

Las declaraciones, en estos días, de los vecinos de la finca mencionada abundan en que a ellos ya les parecían raros esos chicos que iban arriba y abajo con potes de pintura. Me gustaría conocer el detalle de las cerca de 11.000 llamadas que la policía dice que ha recibido en estos días sobre posibles localizaciones y colaboradores de comandos de ETA. ¿Cuántos jóvenes con pintas poco convencionales, con horarios poco acordes con los que tienen sus vecinos o con ganas de arreglarse el primer piso de que disponen después de dejar el hogar paterno no habrán entrado en la lista de potenciales sospechosos? No me parece mal pedir la colaboración ciudadana, pero atención con crear la psicosis de caña al disidente social.

El Partido Popular insiste en su conocida versión de que España vive en el mejor de los mundos posibles gracias a la Constitución y a los estatutos de autonomía. La idea de fondo es que la Constitución y los estatutos garantizan para siempre la convivencia común de unos españoles que consideran que esa realidad es un 'elemento esencial de su horizonte personal y de su interpretación del mundo' (ponencia de Arenas en el congreso del PP). España sería pues, en la visión del PP, una 'nación que se reconoce a sí misma como comunidad de intereses, metas y afectos'.

A mí me gustaría saber si, más allá de la coyuntura política (y tomando como elemento de actualidad las reflexiones mencionadas sobre dónde empieza el terrorismo y dónde se halla la legítima disidencia política), la democracia ofrece más perspectivas de integración política a través del conflicto o a través del consenso. Afortunadamente, existe tal pluralidad de opiniones, intereses y maneras de percibir la vida que cuando uno oye hablar de una sociedad entendida como una 'comunidad de intereses, metas y afectos', lo menos que puede hacer es echarse a temblar. A diferencia de lo que apunta el Partido Popular, la fortaleza de una sociedad no creo que pueda medirse sólo desde las semejanzas, desde un hipotético 'modelo de ciudadanía correcta', sino a través de las diferencias, buscando la legitimación en la continuada tolerancia de las divergencias.

Me gustaría vivir en una sociedad viva y moralmente activa, en una sociedad que tuviera en la aceptación y canalización del conflicto una de sus referencias esenciales. La fuerza de la democracia reside en la aceptación institucionalizada de su posible puesta en cuestión, siempre que se respeten las reglas de juego que excluyen la violencia como medio de presión. A uno le da miedo pensar que en nombre de la lucha contra el terrorismo se puedan ir difuminando las cosas. Todos estamos nerviosos, pero no deberíamos perder el horizonte del modelo de sociedad al que aspiramos. Podríamos decir que la fuerza de la democracia reside en su permanente capacidad de ser releída. Es en el conflicto (también de formas de vivir, de vestir, de ser) donde se reconoce a los otros, y en ese reconocimiento de la diversidad es donde reside el efecto civilizador, fundacional de una sociedad, de un espacio público, un espacio de todos. Me asusta el talante uniformizador y preautoritario que pueda surgir de la terrible vivencia de estos días y de la salvaje actuación de la gente de ETA. Me gustaría que fuera posible vivir en un país en el que el poder, el derecho y el conocimiento, siendo la base de la convivencia, estuvieran constantemente en cuestión. Esa indeterminación, lejos de preocuparme, me ilusiona, ya que la aventura está en buscar continuamente las identidades colectivas en la experiencia de la discordia, en la confrontación de nuestros muchos otros. No me gustaría que todo joven con pinta poco convencional y que además tuviera apellido vasco no pudiera, tranquilamente, alquilar un piso en Barcelona y tener amigos en la ciudad.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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