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Una región estigmatizada por la naturaleza

Juan Jesús Aznárez

El fuerte terremoto sufrido ayer por gran parte de Centroamérica, que geofísicos estadounidenses calificaron de peligroso y potencialmente destructor, se ha cebado de forma especial con El Salvador. Se trata del seísmo más violento en veinte años; a pesar de ello, el de ayer no ha sido el más mortífero de su historia. El 10 de octubre de 1986, El Salvador padeció uno de 7,5 grados en la escala Richter que arrojó un saldo de 1.400 muertos y más de 10.000 damnifados.

Estigmatizada por la naturaleza, la región centroamericana ha debido dotarse de medios para reducir el impacto de los golpes. Las seis placas tectónicas detectadas, las numerosas fallas locales y regionales existentes y los 27 volcanes activos son los principales factores detrás de los sismos registrados. Los institutos geográficos de España, Francia, México, Taiwan, y Japón trabajan desde hace tiempo con las naciones centroamericanas para prevenir en lo posible las catástrofes. Por su parte, el Centro de Coordinación para la Prevención de Desastres Naturales de América Central (CEPRDENAC) vigila con los diferentes comités y Fuerzas Armadas nacionales agrupados. Pero hasta ahora toda prevención ha resultado vana. Al igual que con el huracán Mitch; ni los poderosos satélites estadounidenses sirvieron para advertir de los riesgos.

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Poco pudo hacerse también cuando el 4 de febrero de 1976, un terremoto ocasionó en Guatemala 26.000 muertos, y 2.200 millones de dólares en pérdidas. El 23 de diciembre de 1972, otro mató a 10.000 personas en Nicaragua, y devastó su capital, Managua, todavía fantasmal. La tragedia en aquel seísmo fue doble, pues el régimen de Anastasio Somoza se quedó para si con gran parte de la ayuda internacional y cavó de este modo su propio final al desesperar a un pueblo y dar argumentos a una guerrilla.

El terremoto de 1906

Un buen número de desgracias son antiguas, y datan de principios del siglo XX. El 19 de junio de 1906, un fuerte movimiento telúrico destruyó la ciudad de San Salvador, y el 31 de marzo de 1931, un temblor igualmente brutal dejó a Managua de rodillas, con 1.000 muertos en sus calles. Veinte terremotos, erupciones o inundaciones, en fechas posteriores, causaron cuantiosos daños materiales y humanos.

El huracán Mitch, especialmente duro en Honduras, fue, sin duda, en 1998, el peor desastre en la historia de Centroamérica. Prácticamente acabó con la mayor parte de la infraestructura de Honduras, y su capital, Tegucigalpa, quedó hecha trizas. Los aeropuertos fueron inutilziados, sin posibilidad de ofrecer servicio, y fue necesaria una masiva ayuda internacional para poder salir adelante.

Nicaragua resultó el segundo país más zarandeado por un huracán que desencadenó en la región a desbordamientos, quebró presas, vías de comunicación, tumbó viviendas y cableados, y sumió a la nación en un desánimo que llevó a miles a emigrar a Estados Unidos.

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