EE UU PREPARA LAS ARMAS DEL FUTURO
El final de la Guerra Fría no ha puesto fin a la carrera de armamentos. Estados Unidos se dispone a renovar sus arsenales con la ambición de saltar una generación en sus ya modernos sistemas de armas.
Desaparecidas las certidumbres de la guerra fría, los estrategas de Estados Unidos debaten cómo hacer frente a potenciales nuevas amenazas. El propio presidente electo, George W. Bush, ha contribuido al suspense al aludir a la posibilidad de 'saltar una generación' de tecnología militar y empezar a diseñar lo que puede ser necesario a 15 o 20 años vista. Bush y su futuro jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, son firmes partidarios de una defensa basada en el proyecto NMD -Defensa Nacional de Misiles conocido popularmente como guerra de las galaxias- y se proponen revisar a fondo los actuales proyectos de modernización de los arsenales, donde se encuentran en diversos estadios de desarrollo dos nuevos tipos de cazabombarderos y un destructor invisibles al radar.
En septiembre de 1999, en The Citadel, la escuela militar de Carolina del Sur, el entonces aspirante a la candidatura republicana a la Casa Blanca habló de la necesidad de olvidarse de los cambios graduales en las capacidades defensivas y sustituir 'los actuales programas con nuevas tecnologías y estrategias, aprovechar esta oportunidad para saltar una generación de tecnología'.
Rumsfeld cree en la imperiosa necesidad de crear un escudo espacial defensivo contra misiles balísticos que pueden llegar de latitudes con las que antes no se contaba: Corea del Norte, Irán e incluso Irak. Fundamentó tan sólidamente esta idea en un documento elaborado en 1998 que hasta Bill Clinton se convenció de su verosimilitud y desempolvó el viejo proyecto de guerra de las galaxias de Ronald Reagan, en el que el Pentágono lleva gastados más de 50.000 millones de dólares. Las primeras pruebas de esta defensa no resultaron satisfactorias y el presidente devolvió el proyecto al cajón para que su sucesor decida. Bush prometió repetidamente durante la pasada campaña electoral que su Administración sacaría adelante la idea.
'Estados Unidos tiene una gran oportunidad de redefinir cómo se libran y ganan las guerras', declaró Bush al anunciar el nombramiento de Rumsfeld, que ha repetido en numerosas ocasiones que Estados Unidos debe prepararse para hacer frente a nuevos tipos de amenazas que van desde la ciberguerra (ataque a los sistemas informáticos vitales del país) a la proliferación de armas de destrucción masiva. El ataque del pasado mes de octubre al destructor Cole en aguas yemeníes ha dado alas a quienes defienden la tesis de que la superioridad tecnológica no es garantía de inviolabilidad. El Cole contaba con los más avanzados y poderosos armamentos y casi fue hundido en un ataque suicida con una lancha cargada de explosivos lanzada contra su línea de flotación.
Richard Armitage, consejero en asuntos de Defensa de Bush y, como tantos otros de la nueva Administración, con experiencia en anteriores presidencias en Defensa y Exteriores, explica qué significa saltar una generación: 'Supongamos que hablamos de un vehículo blindado. Se le dotaría de armamento electromagnético, es decir, que emplearía electricidad en vez de pólvora para el disparo. Eso sería saltar una generación por lo que respecta a los cañones'.
Otro asesor, citado por la agencia Bloomberg, mantiene que la frase no significa que el nuevo Pentágono vaya a cancelar el mayor y más gravoso programa de renovación militar en marcha, aunque se han aireado las dudas de Bush sobre el llamado Joint Strike Fighter (JSF), el versátil cazabombardero de despliegue convencional y vertical que está llamado a sustituir a los F-16, F-18 Hornet, los Harrier y los A-10 de ataque a blindados. Boeing y Lockheed Martin están ya probando prototipos de un aparato que será capaz de hacerse invisible al radar enemigo. Uno de los dos fabricantes espera hacerse con un contrato de fábula: poner en el aire 3.000 de esos aviones para las fuerzas armadas de Estados Unidos y sus aliados a razón de entre 28 y 38 millones de dólares por unidad.
Aun así, ese precio es una ganga si se compara con los 180 millones de dólares que se atribuyen a cada F-22 Raptor con que la fuerza aérea norteamericana quiere relevar en los años venideros a sus F-15 Eagle. Los 339 nuevos F-22, también invisibles y de avanzada aviónica, suponen un desembolso que supera los 60.000 millones de dólares entre los años 2005 y 2013, pero no han entrado con buen pie en el futuro por exceso de gastos en el desarrollo y retrasos.
Éstos son proyectos que están en marcha, como lo es el del Osprey, un bimotor de ala plegable para transporte de tropas y carga capaz de despegar como un helicóptero y moverse al doble de velocidad. El Osprey es una vieja idea que remontó vuelo con la Administración de Clinton, tras haber estado a punto de ser echada abajo por el Pentágono de Dick Cheney, ahora vicepresidente. El año pasado, el avión sufrió dos graves accidentes con decenas de muertos.
A esos aviones les ofrece relativa cobertura el que estén ya encarrilados. Más verde está el plan de crear un nuevo tipo de destructor: movido por energía eléctrica, capaz de ser armado con más misiles de crucero Tomahawk y artillado con piezas de mayor calibre y alcance, tripulado por una tercera parte de personal y, sobre todo, con un diseño en 'V' invertida que dificulta su localización por el radar o el sonar. El barco tiene por ahora el nombre clave DD-21 y es heredero de un proyecto desechado en 1997 de un buque arsenal que, dicen, gustaba a George W. Bush. La Navy quiere 32 unidades que empezarían a entrar en servicio a partir de 2010.
El barco cuenta con una nutrida lista de críticos, desde analistas que lo consideran inapropiado para el tipo de conflicto del futuro, de guerra contra enemigos no poderosamente armados en la que puede ser más útil el empleo de barcos más pequeños y maniobrables, a algunos responsables de una Armada cuyo núcleo son los portaaviones y submarinos, que preferirían que se gastara en ellos los dólares dedicados al DD-21.
'Reconocemos que con el fin de la guerra fría es poco probable que vuelva a haber grandes batallas navales', ha declarado Richard Danzing, secretario de la Armada y gran promotor del DD-21, a The New York Times. 'Lo más importante será la capacidad de abrir fuego desde la costa hacia tierra adentro. El DD-21 será el primer destructor diseñado para esa misión'.
El DD-21 está concebido para transportar 120 misiles de crucero y 1.500 proyectiles de gran calibre que podrán alcanzar objetivos a casi 200 kilómetros de distancia, una profundidad de ataque cuatro veces mayor de la de los actuales destructores. La propulsión eléctrica, que le permitiría estar más tiempo sin repostar, y así evitar sucesos como el del Cole, y su invisibilidad le convierten en un arma que sus defensores presentan como alternativa y más barata que los portaaviones. Varios de estos destructores en aguas de Corea o del Golfo evitarían movilizar y poner en peligro a miles de hombres en portaaviones y sus correspondientes buques de escolta. Permitirían una versión actualizada de la diplomacia de la cañorera puesta en práctica por las potencias coloniales en el siglo XIX.
Danzing está saliente de Administración, pero confía en el futuro del DD-21, que cuenta con dos influyentes valedores: Trent Lott, futuro líder del Senado, senador por Misisipí, donde parte del barco sería construido, y John Warner, presidente del comité senatorial de la Fuerzas Armadas.
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