El gigante excéntrico
Al delantero argentino le gusta saltarse todas las formalidades establecidas
'A ese chico no le funciona bien la cabeza', sentenció hace un año Jesús Gil y el fichaje de Martín Palermo por el Atlético de Madrid quedó en nada. En el Manzanares querían gente seria. Y Palermo avisaba desde su apodo, El Loco. Y desde su historial desaforado, que incluía la celebración de goles bajándose los pantalones, la aparición en público disfrazado de mujer -falda, peluca y maquillaje-, su carácter atrabiliario, impredecible, y una marcada tendencia a saltarse todas las formalidades establecidas. Palermo es un espíritu libre e impredecible y eso se traduce en los enigmas que destapa en el campo de juego.
El principal misterio es uno que suele acompañar a muchos goleadores y que en Palermo se exacerba: sin tener capacidad para manejar el balón con los pies, posee, sin embargo, el raro instinto para empujarlo al fondo de una portería. Palermo no tiene desborde. No tiene una pegada limpia. Es torpe. Le falta velocidad. Es el único jugador de la selección argentina que ha fallado tres penaltis en un mismo partido, en la última Copa de América. 'No me explico cómo hace para meter goles', confesó, perplejo, un entrenador. De esa rara habilidad vive. Palermo no juega, o juega lo mínimo. Pero marca. Y en Argentina marcó más que nadie. Posee el récord de 19 goles en 18 partidos, único en un campeonato de la Primera División de ese país. Con promedios semejantes ha llevado al Boca Juniors a conseguir dos campeonatos locales, una Copa Libertadores y una Copa Intercontinental. Suficiente para convertirse en un personaje adorado en La Bombonera.
Palermo explota la envergadura, su estatura -1,88 metros-, la osadía y la ausencia total de miedo para lanzarse en sus aventuras contra el marco rival, rematar desde posiciones inverosímiles o elevarse para cabecear sobrado. Fuera del campo su extraversión se disipa. Se le ve silencioso y, últimamente, abrumado. Hasta hace poco vivía en una pequeña casita, con su mujer y sus dos hijos. Pero su matrimonio se rompió -su condición de mito sexual le hizo difícil la empresa- y el fracaso le sumió en la desesperación al verse alejado de sus vástagos.
Hace una semana Palermo le asestó dos puñetazos a un fotógrafo en la localidad costera uruguaya de Punta del Este. Fue llevado a prisión por tomarse 'la justicia por mano propia' y causar 'lesiones'. Un juez le condenó a hacer trabajos sociales en un barrio obrero de Montevideo y allí se encontró rodeado de niños, en su ámbito. Durante una hora respondió a decenas de preguntas de todo tipo. '¿Cómo es Japón?', le preguntó un chaval, impresionado por los dos goles que dejaron sin la Copa Intercontinental al Real Madrid, en Tokio, a finales de noviembre pasado. '¿Por qué te castigaron?', le interrogó otro. 'Me enojé porque me sacaron una foto cuando besaba a mi novia... No sé qué piensan ustedes, pero yo estaba caliente porque ya les había pedido a los fotógrafos que no me sacaran fotos...'.
Palermo, un hombre de discurso elemental, siempre se sintió conmovido por los niños. Entre sus dedicaciones -además de su gran pasión por los automóviles-, destaca su padrinazgo de un hostal en Buenos Aires que aloja a niños pobres.
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