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Ibáñez Escofet en tres etapas

Francesc de Carreras

La exposición organizada por el Colegio de Periodistas en recuerdo de Manuel Ibáñez Escofet no es la que éste merece. Debido, probablemente, a la escasez de medios materiales para montarla, el exceso de texto escrito, en muchos casos ilegible, hace que, alguien ajeno a la época difícilmente pueda hacerse una idea de la envergadura del personaje.

Todo ello se salva, sin embargo, al contemplar el vídeo de la estupenda entrevista que en su momento le hizo Montserrat Roig. Allí aparece un Manuel Ibáñez maduro pero en plena forma: agudo en sus respuestas llenas de ironía y hasta de humor, profundo y complejo cuando tocaba, mesurado pero provocador a la vez, simpatiquísimo siempre. A los que tuvimos la fortuna de conocerle, la memoria nos devuelve sus gestos más clásicos: la sonrisa que asoma súbitamente, de forma muy característica, a su rostro; su intencionada, malévola o cariñosa, mirada; el aspaviento de sus manos y brazos para escenificar una boutade; los frecuentes cambios de su tono de voz para subrayar mejor lo que está afirmando.

Sin embargo, Ibáñez merece mucho más que un recuerdo. Merece, sobre todo, agradecimiento. Muchos de los más conocidos periodistas de la Barcelona de hoy aprendieron a su lado los secretos de este oficio, además de otras muchas cosas. Y su legendaria figura ha influido, directa o indirectamente, en todos. Junto a Néstor Luján y Paco Noy fue, probablemente, quien mejor conectó con la generación de jóvenes periodistas que se formó en la década de 1960 y principios de la de 1970 y que hoy ocupan los puestos de dirección del periodismo barcelonés. Sin embargo, a diferencia de los citados, Ibáñez fue un periodista de redacción de diario, vinculado siempre a la noticia del día, curioso sobre todo de la actualidad. En definitiva, un periodista de raza, igual que algunos de sus discípulos preferidos, como Huertas o Martí Gómez.

Quien se iniciaba en el mundo de la prensa durante la década de 1970 tenía pocos referentes locales. El periodismo franquista barcelonés no dio, siquiera, buenos escritores, como sucedió en Madrid. Al margen de él, había algunos liberales forzosamente reprimidos, como Augusto Assía, Tristán La Rosa, Sempronio, Del Arco, el grupo de Destino -Vergés, Luján y un largo etcétera-, Horacio Saénz Guerrero, y poco más. Comenzaba a madurar una primera generación de jóvenes demócratas antifranquistas: Faulí, Pernau, Cadena, Espina, Noy, Figueruelo... Y, por su capacidad de liderazgo destacaba, sobre todo, Manuel Ibáñez Escofet.

Bajo el amparo de Andreu Roselló, Ibáñez renovó totalmente el avejentado diario tradicionalista El Correo Catalán, convirtiéndolo en un referente cultural y político de obligatoria lectura. Incorporó a intelectuales acreditados como Josep Pla y Joan Fuster, a jóvenes economistas como Ros Hombravella, Armand Carabén, Ernest Lluch y Antoni Montserrat, a comentaristas políticos como Wifredo Espina, a críticos culturales como Benach y Sagarra, deportivos como Morera Falcó, o religiosos como Bigordà y Martí, además de infatigables redactores de calle como Huertas, Martí Gómez, Fabre y Pradas.

Pero el Correo fue sólo un ensayo de lo que fueron sus mejores años, los años de Tele/exprés, el diario de tarde cuya lectura era imprescindible para cualquier 'progre' de la época, con las 'rumbas' diarias de Joan de Sagarra, las crónicas de Madrid de Ramón Pi y los comentarios de política internacional de Mateo Madridejos y Manolo Vázquez Montalbán. Allí se dieron a conocer algunos jóvenes periodistas que luego tendrían una amplia trayectoria: Bassets, Soria, Pere Oriol Costa, Ramoneda, Roig, Serrats, Casasús... Ibáñez Escofet dirigía Tele/exprés como un gran director de orquesta. Con instrumentos muy variados había conseguido un conjunto admirable: divertido, profundo, local y global. Toda una generación que comenzaba a bullir -la que después protagonizaría la transición política- se reconocía en sus páginas.

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Un desgraciado ataque cardiaco -tenía un corazón grande y frágil- truncó su carrera en Tele/exprés e Ibáñez se retiró a La Vanguardia, también con responsabilidades en la dirección. Allí comenzó una última y menos brillante etapa. Seguía siendo, en lo personal, el mismo, pero su labor cambió de orientación. De delantero centro rompedor o medio volante que reparte juego y hace funcionar todo un equipo, pasó a ser un defensa central irrebasable, un secante de los viejos tiempos. De crítico pasó a frenar las críticas. Confundió a su país con sus máximos dirigentes. En lugar de fomentar el pluralismo lo redujo. Sus breves comentarios firmados siempre con dos asteriscos se convirtieron, por primera vez, en excesivamente complacientes con el poder. Es el Ibáñez conservador, todavía incisivo, siempre brillante, pero condescendiente con unos e intransigente con los de enfrente. No era ésta su idea anterior de Cataluña, pero si fue la que trasmitió en sus últimos años, en ésta su tercera y última etapa.

En cualquier caso, Manuel Ibáñez Escofet ha sido un punto de referencia para muchos de nosotros, un maestro del periodismo que quiso y logró ejercer como maestro. El recuerdo que le dedica el Colegio de Periodistas no sólo es justo sino que induce a la nostalgia y a la gratitud.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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