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Columna
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Félix de Azúa

Hará un par de semanas manifesté mi perplejidad por la ausencia de imágenes actuales de María durante la estación navideña. Un amable lector opinó que la María actual era una subsahariana preñada. Idea benevolente. Pero para que las ideas encarnen, hay que trabajar, razón por la cual en España, país secularmente holgazán, se producen océanos de bondad pero sólo de palabra. Más eficaz, Domitilla me avisó de la presencia de María en París, así que salí corriendo hacia la iglesia de San Eustaquio, en el barrio de Les Halles, y esto es lo que vi.

El antiguo corazón de la capital es hoy, gracias a la arquitectura especulativa, un lugar miserable. Allí se reúnen los apaches y macarras sin saber que a pocos metros María vuela entre electrones. Es una mujer alta, de cabello corto, vestida de rojo, con bolso de tela y simples sandalias. Brilla con la hermosura de las personas sanas. Avanza jovial hacia su prima Isabel, la cual departe con una amiga en un callejón siniestro. En el cielo plomizo, a veces alumbran resplandores. A medida que María se acerca a su prima, el rumor del viento aumenta y se convierte en estruendo cuando ambas se abrazan y María le da noticia de su embarazo. El susurro de María suena entonces como un vendaval de alas metálicas. Isabel, también preñada, se vuelve hacia su amiga para compartir la noticia, pero, según el evangelio de Lucas, al sentir la cercanía de Jesús, Juan el Bautista se agita en el seno de Isabel. Las mujeres, maravilladas, ríen por el prodigio y se tienen juntas y erguidas como tres sólidas torres sacudidas por un viento sagrado.

La acción real dura cuarenta y cinco segundos, pero Bill Viola alarga la secuencia visual hasta los diez minutos. El vídeo gigante se proyecta contra el portal interior de la iglesia, en el oscuro recinto dorado por los cirios. El público mira atónito y sonríe cuando las tres mujeres sonríen, se maravilla cuando se maravillan.

Es difícil escapar a la trivialidad del actual temario artístico (benevolencia sin riesgo, drogas, sexo, queja, humor local), pero no imposible. Basta con arrimarse al tronco de una escritura poderosa e intempestiva, trepar por él, y atender a lo que sólo se divisa desde muy arriba.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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