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¿Es cara la cultura?

Los tiempos cambian que es una barbaridad. Del yermo cultural y artístico que tanto predijeron, las mentes más preclaras del poder asentado a mediados de la década que ahora cerramos -cuando los valencianos y valencianas plasmaron una nueva esperanza en las urnas- al derroche y la excesiva inversión en cultura de las que se quejan ahora. No está mal pasear en círculo, pero se corre el peligro de girar 360º, es decir quedar sin modelo cuando han transcurrido los años. Este tránsito se asemeja cada vez más a aquel numerito circense en el que la espada atraviesa el cuerpo de la chica, previamente introducida en el baúl y de donde sale incólume para recibir el aplauso generalizado de un público convencido de antemano. La diferencia estriba en la percepción del engaño. Allí somos conscientes del engaño (de la magia) y de él disfrutamos. ¿Estamos dispuestos a asumir ese mismo engaño al salir de la carpa?

Desde la publicación del ya clásico libro de Umberto Eco Apocalípticos e integrados, el debate sobre los efectos de la democratización de la cultura ha sido una constante difícilmente soslayable en cualquier campo de la industria cultural. La Comunidad Valenciana no es una excepción y, por ello, desde que el presidente Zaplana decidió apostar decididamente por un modelo cultural participativo, abierto y lleno de oportunidades, algunas críticas, ciertamente minoritarias, se han sucedido en un contexto de reconocimiento generalizado acerca de la positiva labor de promoción cultural que se está llevando. Nunca la política, con minúsculas, ha impregnado con tanta vehemencia lo cultural en esta Comunidad. Muchos son los que todavía se preguntarán si tal vehemencia es positiva o negativa, si es un ataque a la persona o al arte. Yo misma me lo he cuestionado en más de una ocasión.

La política cultural de la Generalitat, y en concreto en las artes plásticas, en su propuesta más arriesgada, se cimentó sobre una mirada caleidoscópica con cuatro ejes sobre los que desarrollarse: primero, crear una coordinación de recursos artístico-plásticos que ofreciese una unidad de criterio desde la descentralización; segundo, ofrecer una oportunidad al artista para que muestre su obra en los circuitos expositivos; tercero, consolidar en el ámbito internacional a los artistas valencianos, y cuarto, establecer un diálogo-puente con las periferias culturales y, hasta donde se pueda, con el núcleo mismo de las artes.

En el primer punto cabe destacar la creación del Consorcio de Museos de la Comunidad Valenciana y la descentralización gracias, entre otros, a los Museos de Bellas Artes de Valencia, Castellón y Alicante, el Museo Arqueológico y la Llotja del Peix de Alicante, el Espai d'Art Contemporani de Castelló o las casas de cultura. La extensión del espacio expositivo a puntos geográficos desde donde antes era imposible acceder nos ha permitido que la democratización casara con la calidad. La red virtual ha tenido su correlato en la red geográfica. Cualquier amante de las artes plásticas tiene a su alcance geográfico una exposición de calidad.

En segundo lugar, el mundo artístico valenciano, tan desdeñado en ocasiones, puede entrar en el circuito artístico, con el único peaje de su obra. Desde 1996, han sido 646 las exposiciones contemporáneas sobre un total de 791, gran parte de ellas acompañadas de las correspondientes publicaciones sobre la obra. Considero que una vez más el análisis certero de los noveles artistas ha cuajado en un ambiente que daba excesivas vueltas a la rueda del hámster sin encontrar un resquicio por donde salir. Nadie puede presentar semejante balance en España. ¿Es eso pretencioso? No, sencillamente hemos traspasado el umbral de la carpa circense.

Llegados a este punto, había que dar un carácter internacional a un conjunto de propuestas que cualquier sociedad normalizada ofrece a sus máximas figuras. Y ese era el tercer cimiento. Salir de los entornos, otrora llamados provincianos, tenía un peligro que asumimos al exportar a nuestros artistas. Participar en los centros periféricos de la cultura como Argentina, Brasil o Centroamérica era una apuesta que en tan sólo cinco años ha devenido en prestigiosa. Pero a nadie se le escapa que, además de Latinoamérica, otros centros de erupción cultural caso de Nueva York, Chicago, Nápoles, Florencia, Venecia, Bruselas, países del Arco Mediterráneo... han participado activamente en la expansión europea del arte valenciano.

Finalmente, era preciso encontrar un valor intrínseco ante el empuje artístico de la Comunidad Valenciana. Con esa finalidad diseñamos el Encuentro Mundial de las Artes y la Bienal de Valencia (Comunicación entre las Artes). Ambos acontecimientos trascendían nuestras fronteras y al mismo tiempo debían fortalecer nuestra presencia internacional. En un siglo en el que París ha cedido el testigo de capital mundial del arte a Nueva York y ésta ha empezado a dar muestras de saturación a favor de las periferias y de las artes plásticas virtuales a través de la Red, cabe abrir un ámbito de debate pluridisciplinar. Y a eso se refería Luigi Settembrini, en la presentación de la Bienal de Valencia, al expresar que estamos obligados a 'tomar conocimiento de las invasiones, de las colaboraciones, las riñas, de los cortocircuitos que suceden cada día entre los lenguajes [artísticos]'.

Sin embargo, las artes plásticas con todas sus manifestaciones no agotaban un programa que, por su carácter político, abarcaba otros ámbitos como el patrimonio, la música, la cinematografía, la restauración o el teatro, las bibliotecas o la consolidación de los centros culturales municipales. Las exposiciones por su carácter formal tienen una repercusión pública importante, pero la labor política, es decir la creación y consolidación de espacios y puntos de encuentro se enmarcan en una labor más árida. Es el caso de las trascendentales leyes aprobadas (Patrimonio, Música, Cinematografía y Restauración) o las que se encuentran en fase de discusión (Teatro), o el considerable aumento en la firma de convenios con ayuntamientos, sociedades musicales y otras entidades en los últimos cinco años.

Este bagaje, con luces y sombras, ha permitido abrir una espita en ámbitos más sumergidos entre los que cabe destacar el Centro Técnico de Restauración. Su intervención ha permitido restaurar y recuperar 1.913 obras para el patrimonio cultural valenciano, entre las que cabe destacar la intervención sobre las puertas del retablo de la catedral de Valencia y los códices de su archivo, los lienzos del Taller de Zurbarán, el plano del Padre Tosca, las 23 obras del Museo Catedralicio de Segorbe, las obras de Joan de Joanes y un largo etcétera que los valencianos han podido apreciar con una renovada mirada. La planificación inversora sobre castillos, catedrales, monasterios o la arquitectura del agua, nos ofrece la posibilidad de impulsar próximas actuaciones sobre bases sólidas.

¿Cabe recordar aquí a Galileo cuando ante la hoguera tuvo que recurrir a su famoso 'e pur si muove'? No esperamos el aplauso generalizado, ni tan siquiera la aceptación de una propuesta que consideramos abierta. Ahora bien, las mismas gargantas que auguraban el más yermo y baldío de los terrenos, continúan tensando sus cuerdas vocales para gritar lo que ahora se ha transformado en un abigarrado bosque. Es hora de transitar por el bosque o por el yermo, pero cruzarlos ambos gritando en un lustro es como para agotar las más exquisitas gargantas.

Vuelvo, pues al origen, a la pregunta que da título a esta reflexión. La cultura es cara si alguien busca recoger sus frutos con inmediatez. Y, desde este punto de vista, el dinero siempre será un parámetro erróneo para medir los resultados; pero si dejamos que los hechos reales emerjan con su inexorable perfil, que incluso nos superen en nuestro tiempo político, podemos afirmar que qui va piano va lontano.

Podemos estar de acuerdo en la necesidad de introducir mejoras, en la obligación de ser exigentes en el uso del dinero público, y de huir de la autocomplacencia, pero no es menos cierto que la autoestima de los valencianos se ajusta cada vez más a la que como pueblo nos corresponde y, por tanto, cabe afirmar que la política cultural del PP en esta comunidad ha consolidado una visión propia y exigente en las artes plásticas donde la promoción de nuestros artistas es un compromiso irrenunciable.

Consuelo Ciscar Casabán es directora General de Promoción Cultural y Patrimonio Artístico.

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